Desde los infecundos rincones de esta ciudad
se complace con el ruido de los pensamientos que deambulan huérfanos por las frías aceras de las calles,
mientras discurre en silencio entre estos cientos de truhanes infantiles.

Espanta lejos de sí sin compasión alguna,
a aquellos que dejan morir su voluntad tras las puertas infranqueables de la indolencia,
y exhala un grito profundo en medio del mundo
como si estuviera sentado en la pila de una plaza antigua y vacía: solo eco.

Esos afanes que lo llevan lento y seguro a casa
socavan su aliento y deleitan la quimera,
mientras observa desde mi ventana las horas y las soledades que permanecen y se impregnan en su noche…
Piensa entonces que persevera al salir de mí,
y muriendo vivo se alimenta a cada paso
del nutrimento y sentido que a su andar dan mis palabras.