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La Tere

Con sus ciento veinte kilos de peso, comprimidos en un metro sesenta y cinco de estatura, llegó la Tere ese dieciocho de septiembre. “¡Buenos días, señora!”, fueron las palabras que despertaron a la patrona por el auricular del citófono, a las ocho y media de la mañana.
Instaló los bolsos en la pequeña habitación oscura que se le había destinado, mientras la señora le mostraba la casa. “Este es su baño”, le dijo, y la Tere lo miraba tratando de disimular el asco que le causaban los hongos, en el piso de la precaria ducha.
“Sí, tenemos un perrito, se llama Lucas”, le explicaba la señora, mientras oían los rasguños del enorme pastor alemán en la puerta de la cocina.
Atravesaron un pasillito oscuro para dirigirse hacia el living-comedor. “Los niños están acostados todavía, son súper buenos para dormir…” “¡Ah!”-interrumpió la Tere-, “¿Cuántos niños tiene?, porque yo tengo dos. El Maxi es el mayor, tiene quince, y la otra loca es la Mirta Beatriz; llorando se quedó esa, abrazada a su abuela cuando me dejaron en el terminal”. “Mmm”, asentía la patrona.
“Beatriz le puse, porque la señora Isabel, su amiga que me recomendó, me dijo que le pusiera así”. “Ah sí, la Isabel…”, le respondía la señora. “Sabe que Teresita, va a tener que hablar un poco más bajo, porque despertar a las niñitas a esta hora, es cosa seria…”, le decía la patrona, mientras subían las escaleras. Tragándose las palabras la Tere llegó al segundo piso.
“Esta es la pieza de las niñitas”, le murmuraba la señora. La Tere miraba a las niñitas que dormían boquiabiertas, y se acordaba de su hija, la Biti.
“¡Bah!, se levantó Albertito, mi otro hijo, ¡venga a saludar Albertito!”, y el niño de once años se acercó caminando, desequilibrado por el sueño, a saludar a su nueva nana. “Ay, me encantan los niños…, si con Crsitiancito, el hijo de la señora Isabel nos adorábamos”, le comentaba la Tere a su patrona, y seguía hablando y contando cualquier cosa, como si las palabras fueran necesarias para retener la inmensa angustia que le había significado salir de su casa en Los Ángeles, para volver a trabajar a Santiago. “Una lo da todo por los hijos”, le comentaba a la señora que, al igual que la Tere, era jefa de familia.
Esa tarde, la patrona y los niños se fueron a celebrar las Fiestas Patrias a la casa de la abuela. La Tere estuvo todo el día sola en la casa. Pensaba en lo parecida que era esta familia a la suya, a pesar de las diferencias sociales. Se dedicó a mirar la decoración, fijándose en las cortinas agujereadas que colgaban de las ventanas del living-comedor, y en los hongos que habían en el baño del segundo piso. “Y pensar que es casa de barrio alto”, pensaba para sí.
Planchó la avalancha de ropa limpia que la señora dejó caer sobre su cama antes de salir. También lloró un ratito, pero después se dedicó a reír, pensando en lo cruel que era esta familia al haberla dejado sola todo el día, a pesar de que era Fiestas Patrias, a pesar de que era su primer día en la capital…

Texto agregado el 17-01-2006, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-03-2006 suele suceder y esto solo es algo suave a las cosas que tienen que soportar las nanas.. no soy nada, pero tuve que pasar las fiestas patrias haciendo guardia en el desierto una vez.. jajaja.. na que ver.. te felicito por el texto, muy real. mateoroquesk
 
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