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EL PRIMER CONCURSO DE BELLEZA.-
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MARIO A. DE LA FUENTE FERNANDEZ
En la Galería Real de Mujeres Hermosas, formada por Luis I de Baviera,
en el gran salón de fiestas del Real Palacio de Munich.

Una linda y espiritual irlandesa, por cuyas venas corría sangre moro-hispana, brilló como estrella de primera magnitud en la corte del rey Luis I de Baviera; pero como a consecuencia de la revolución ocurrida en 1848 abdicara el monarca, tras los graves disturbios de su reino, se embarcó la irlandesa a Nueva York, donde llegó en el mismo buque en que iba Kossuth, llevando con ella un álbum de variados retratos de actrices, bailarinas y otras celebridades de la época, cuidadosamente oculto entre las obras religiosas del reverendo doctor Hawks, de la iglesia neoyorkina del Calvario.

Entre las muchas y evidentes pruebas de su permanencia en Greenwood, donde la ex favorita asentó su domicilio, existe un libro atribuido a Lola Montes, condesa de Landsfeld, pues esta misma era la emigrante, y titulado "Los artificios de la belleza", que apareció en Nueva York en 1858.

El libro trataba de los secretos de tocador y del modo de sugestionar a los hombres con las artimañas del hechizo femenino, tuvo bastante resonancia entre las hermosas y los galanes de aquel tiempo ; pero lo que de él mayormente nos interesa es su prefacio, del cual parece colegirse alguna noticia de la famosa Galería de Bellezas formada por Luis I de Baviera, quien, como es sabido, hizo de Munich la metrópoli de las Bellas Artes , hasta el punto de convertirla en una de las maravillas del mundo.

Lola Montes, cuyo nombre de pila fue, María de los Dolores Ana Rosa Gilbert , dice en su libro : " Cuando le preguntaron a Aristóteles por qué la hermosura concitaba un general apasionamiento, respondió : "Esa es cuestión que han de resolver los ciegos". Sócrates define la hermosura como una tiranía pasajera, y Teofrasto la llama silencioso artificio. La mayor parte de los filósofos de la antiguedad hablan con gran desprecio y mofa de las artimañas empleadas por las mujeres en el afeite de su persona".

Todo es duro en demasía, para la hermosura en particular y para las mujeres en general; pero ante tamañas denigraciones, los retratos de la Galería de Bellezas, de Munich, permanecen tranquilos, impugnando las acerbas censuras con su hermosura serena y resplandeciente. Cada cutis de finísimo raso, cada talle suavemente modelado, cada mirada fulgurante, refutan las austeras opiniones de los
antiguos sabios.

Continúa diciendo Lola Montes, y el rey Luis parece haber sido de su misma opinión: " Digan cuanto quieran los adversarios, ahí está el hecho, firme y eterno de que el mundo no ha concedido a la mujer otro privilegio que el de la hermosura. Tomando esta palabra en su más favorable acepción, puede preguntarse si realmente hay dote natural alguna más envidiada sobre la tierra"

Fuere o no fuere, lo cierto es que no hay otra tan admirada por los hombres ni tan ambicionada por las mujeres.

Bien, oportunamente puede citarse el feliz verso del Pope:

­¡ Oh belleza, fin y aspiración de nuestro ser !.

Es creencia muy general que el difunto rey Luis I, cuyo centenario celebróse
en 1888 con extravagantes y exóticas manifestaciones de regocijo, fue hombre de
carácter frívolo y alegre. Por esto en América por lo menos, las memorias de Lola Montes fueron leídas con fruiciosa curiosidad.

Pero, aunque la afición de Luis I a la hermosura femenina no cediere a su amor a las Bellas Artes, de que fue magnífico mecenas, justo es decir, en bien de su memoria, que a la fama y nombradía de que Munich hoy goza en el mundo entero, débela al fundador de la nueva Pinacoteca, ampliación , complemento y remate
de aquella otra establecida por su padre el rey Maximiliano I.

La Galería de bellezas fue proyectada para decorar el gran salón de fiestas adosado al palacio real por el arquitecto León de Klenze. En 1805, el que después fue Luis I, era un joven de 20 años apenas, y como sus leves ocupaciones de heredero del trono de Baviera le dejara tiempo sobrado paraentregarse de lleno a
sus artísticos deportes, tuvo la idea de fundar un Museo de esculturas antiguas y pinturas modernas, para lo cual, anduvo inquiriendo en las colecciones de la nobleza italiana, rebuscando en las tiendas de los anticuarios y husmeando en las excavaciones de Italia y Grecia. No es, pues,que el hábito de contemplar la belleza
muda y fría moviese su ánimo a la admiración de la belleza viviente y animada, de lo que le vino en idea el coleccionar, ya que no pudiese en cuerpo y alma, en ver a efigie por lo menos, los variados y encantadores tipos de hermosura femenina
deparados por la suerte en calles y escenarios, palacios y talleres, buhardillas y castillos.

La regia distinción de figurar en la Galería de Bellezas, de Munich, luego fue muy solicitada por cuantas mujeres nobles y plebeyas se creyeran dignas de ello ; y, sin embargo, no tuvo nada de fácil y liviana la tarea de elegir las flores que habían de formar aquel ramillete internacional de bellezas femeninas.

José Stieler, pintor y cámara del rey de Baviera, quedó encargado de tan curiosa como agradable tarea, a la que dió comienzo cuando frisaba los treinta y siete años, continuándola sin interrupción hasta su muerte en 1858, a los 60 años.

Durante la mitad de su vida estuvo Stieler retratandolas hermosuras célebres en la
ciudad, en el teatro, en la corte.

­Qué de recuerdos y emociones debió guardar y sentir el pintor en el transcurso de sus largas tareas !, ­Qué de íntimas historias debieron contarle los semblantes de sus modelos, en disimulada rivalidad las aristócratas con las
plebeyas y con las celebridades escénicas, ansiosas de ofuscar el brillo de las princesas , cuyo papel representaban tan airosamente en las tablas!.

El mismo rey Luis I, con su espíritu crítico un tanto meticuloso y descontentadizo, juzgaba personalmente el valor de cada uno de los retratos, apreciéndolos en su mérito artístico y abstrayendo de ellos cuanto pudiera tener
visos de sensualidad y concupiscencia; porque el soberano, a quien, por antonomasia pudiera llamársele el Mecenas del arte, aunque de carácter divertido y jocoso, no era del temperamento de Enrique IV de Francia, ni del octavo de Inglaterra. Su nariz aguileña, sus labios delgaduchos y rígidamente delineados, su
bigote caído y su cabellera enmarañadamente revuelta sobre las orejas, le daban aire de asceta y sin dificultad hubiese podido trocar la púrpura real por la de la cardenalicia, eclipsando tal vez, la memoria del propio Richelieu. En 1848 abdicó la
corona en favor de su hijo Maximiliano II, muriendo 20 años más tarde.

Los retratos coleccionados, donde un espíritu reflexivo hallara materia sobrada de meditación al contemplar los semblantes de tanta hermosura fenecida como en la Galería aparece, recordando con sus eternas sonrisas y sus persistentes miradas, la caducidad de las cosas humanas.

De alguna de ellas, de las que un tiempo brillaron en el trono o en el escenario, conserva la tradición el recuerdo de su vida; pero hay muchas que, admiradas tan sólo por su hermosura, cayeron después de muertas en la impenetrable oscuridad del olvido.

Antes de comenzar la visita, cabe preguntar: ¿ Cómo consintieron las altivas damas que en la colección figuraran, en rozarse con las muchachas plebeyas que a su lado excitan la admiración del curioso ? . El rey Luis no se
preocupó jamás de esto, pues sabía, intuitivamente quizá , que la belleza es uno de
los bienes que la naturaleza distribuye avara entre sus hijos, sin fijarse en la cuna que los meciera; y así fue que el pintor Stieler trazó los rasgos fisonómicos de reinas, princesas, actrices, bailarinas, y mostrárlas con el beneplácito del monarca bávaro.

En la Galería figuran mujeres inglesas, rusas, italianas, españolas y griegas...y aunque no lo crean, una fue chilena.

La primera cuyo retrato hiere nuestra vista, es una plebeya, Elena Sedlmayer, la encantadora hija de un zapatero de Munich , descendiente de aristocrático linaje a pesar de lo humilde de su condición. Retratóla Stieler, con notoria habilidad y buen gusto en el año 1831. La linda "zapaterita" casó con un tal Muller, perteneciente a la servidumbre del palacio real.

A su lado aparece María Dietsch, hija de un sastre, retratada 19 años después; y contigua a las dos muestra sus soberanos hechizos la reina María de Baviera, adorable mujer de aspecto verdaderamente regio y noble.

Llegan ahora dos fulgurantes luceros de la escena. Carlota Hang, notable por la dulce placidez de su ovalado rostro aparece vestida con el traje de Tecla , en la drama de Schiller titulado Wallestein. Dio término a su carrera artística casándose con el varón de Oven.

En el otro, Antonia Wallinger, a quien Stieler retrató en 1840 ,vestida con una graciosa y sencilla túnica de las griegas. Fue bailarina del Teatro Real de Munich, y dio la última pirueta al casarse con el caballero de Ott.

Otras dos celebridades de la tablas figuran en la colección.

Una , es la misma Lola Montes, la presunta autora del libro que motivó el prefacio de estas líneas. Es quizá, la más conocida de todas cuantas en la Galería figuran, fue retratada por Steiler en 1846, cuando brillaba en el perihelio de su fama y poderío, y precisamente antes de su fuga a Suiza disfrazada de labriega. La hermosa hija de Limerick, tenía entonces 24 años, pero parece de más edad por el tocado que le encuadra la cabeza con encajes negros, por el severo vestido sin escotes que le cubre los senos, y particularmente por la expresión de viva inteligencia que ilumina sus hermosos ojos, protegidos por anchas y arqueadas cejas.

El padre de la condesa capitán del Ejército inglés, era hijo de sir Eduardo Gilbert y se casó a los 20 años con Oliveria de Montalvo, que sólo tenía 15, hija del Conde de este título, quien poseía muchas propiedades en España.

Después de fugarse en compañía de un capitán llamado James, esquivando la concertada boda con un antiguo magistrado, llegó Dolores a ser la esposa de su amante. El capitán James, a su regreso de las Indias, la
abandonó a su vez y la "viudita" como ella misma se apellidó, marchó a Londres, donde debutó en la escena, y tras varios y afortunados éxitos en diferentes capitales de Europa, fue a parar a Munich. Estaba a punto de casarse con el editor de La Prensa, de París, en cuya sociedad se había empapado de ideas avanzadas y liberales, cuando el presunto esposo fue muerto en un desafío, precisamente la víspera de la boda.

Disfrazada de muchacho, volvió a Londres.

El figurar como eslabón precioso en la cadena de bellezas de la Galería real de Munich, cuya corte tanto alegró con su talento, es un tributo a la brillantez de su ingenio y al hechizo de su persona.

La vecina de Lola Montes se llamó Guillermina Sulzer, aparece retratada con el traje de uno de los personajes dramáticos de Schiller, y su interesante y hermosa fisonomía revela una mujer de claro y agudo entendimiento. Casó con un oficial subalterno del Ministerio de la Guerra bávaro, llamado Schneider.

Rivalizando en hermosura vemos el retrato de Cornelia Vetterlein, peinada y vestida al estilo de la Edad media. El collar veneciano de irisada concha que ciñe su garganta, la diadema que aprisiona sus cabellos y las valiosas perlas pendientes de sus orejas, realzan los encantos de su rostro y el escultural
modelado de su busto. El retrato de la que llegó a ser la baronesa de Koenisberg data del año 1828.

Con él contrasta el que Stieler hizo en 1831 de la noble inglesa Isabel Allenborough, cuyo nombre de pila fue miss Digby. Joyas y traje recuerdan las obras de los célebres pintores ingleses del siglo XVIII. La límpida y arrogante mirada, hubiera podido sugerir a Lord Byron uno de sus más vibrantes cantos, porque esta noble
dama tuvo tan accidentada existencia, que bien pudiera servir de tema y asunto a los poetas.

Fue hija única del almirante James Digby, y casó en 1824 con el barón de Ellenborough, ya viudo, quien al regresar de la India, donde había ejercido el cargo de gobernador general, recibió los títulos de vizconde de Southam y conde de Ellenborough. Un acta del Parlamento británico disolvió .Este matrimonio y viéndose divorciada, halló un segundo marido el barón Carlos de Venningser, residente en Munich. De entonces data el retrato que aparece en la Galería de Bellezas. No se sabe qué fue del barón, pero lo cierto es que la hermosa lady encontró en Grecia un tercer marido, el general de Ejército otomano Sheik Medjuel el Mazgrab.

Y afirmar, que aún contrajo cuartas nupcias con un magnate oriental llamado Midjouel, por extraña semejanza con el nombre de su tercer esposo. Sin embargo, es muy verosímil que este último matrimonio sólo estuviese en la
imaginación de las gentes. Lady Ellenborough falleció en Damasco en agosto de 1881.

De otra belleza juvenil , llamada Amalia de Schintling, sólo se sabe que fue hija de un capitán bávaro de guarnición en Munich . Es una de las bellezas más encantadoras que figuran en la colección, y parece como que participa de la tersura y brillo de las joyas con que valora sus encantos.

Una morenita de tipo algo semejante, es Ana Kaula, cuyas facciones recuerdan los rasgos característicos de la belleza semítica, y que llegó a llamarse la señora de Heine.

Algo que revela madurez y serenidad de juicio se descubre en el retrato de Rosalía Julia Bonar, condesa de Grohoska por nacimiento, cuyos rasgos fisonómicos, que encuadran los abundantes rizos de su cabellera y la corona de
rosas que circunda su cabeza, traen a la memoria los anales ingleses de la primera mitad del siglo XIX.

A usanza de la Edad media, aparece retratada la linda Maximiliana Borzaga, perteneciente a una hidalga familia de Munich y que casó con el doctor Kramer. Su retrato data del primer año de la colección.

De la misma época es el de la hermosa Augusta Strobel, hija de un abogado de Munich, notable por la naturalidad de su actitud y lo distinguido de su ademán.

La condesa Isabel de Tauffkirchen Engelburg, descendiente de una de las familias más antiguas de Munich, aparece e continuación mostrándonos su fría hermosura, encuadrada por los rizos de su negra cabellera y el sombrero que le sirve de tocado. Es uno de los mejores retratos de esta curiosa Galería.

La tercera de las mujeres inglesas que en ella figuran es lady Juana Erskine, de aire distinguido, con el cabello hábilmente trenzado, un abrigo de teatro sobre los hombros, una flor prendida entre las trenzas y ornada la
espaciosa frente por una riquísima diadema de joyería, retratadaen el año 1837, fue una hermana del caballero Eduardo Morris Erskine, que desde 1825 a 1837 residió en Munich como agregado de la legación inglesa, y últimamente fue ministro diplomático de su nación en la corte de Grecia.

Aunque ni por su nacimiento ni por su categoría, corresponde a Juana Erskine el título de Lady, aparece con él por la costumbre que los alemanes tienen de otorgarlo galantemente a las inglesas de suposición y buena crianza.

Puede verse a continuación el no menos interesante y atractivo retrato de la Marquesa Mariana de Florenzi.

Sin duda, uno de los más notables de la colección es el de la hermosísima italiana Irene Pallavicini, pintada por Stieler en 1834, cuatro años después de su matrimonio con el conde Eloy de Arco Steppberg, hijo de una archiduquesa de Austria-Este. Contaba Irene tan sólo 19 años al casarse, y porsu belleza pudo solicitar sin reparo una de las más lozanas palmas entre las hermosuras.

En el retrato aparece con una cadena de oro colgante a través del mórbido y descotado hombro, ceñida la despejada frente por rica diadema de finas perlas que aprisionan los abultados rizos, y ostentando por cimera y remate del magnífico tocado, un valioso penacho de pedrería. La condesa de Arco-Steppberg, falleció en 1877 a los 66 años de edad.

De nuevo encontramos rasgos de carácter vigoroso, y esta vez en las facciones de Regina Daxenberger, que desde el año 1829 sonríe coquetamente a quienes admiran su clásica belleza. Fue hija de un rico calderero de Munich, y con sus retrecheras miradas encontró las llaves de una morada señorial , llegando a ser
con ellas, la señora de Fahrnbacher.

Junto al retrato de la condesa Carolina de Waldbott-Bassenheim, notable por la dulce serenidad de su mirada, aparece su hermana la princesa Crescencia de Oetinger y Wallerstein, pintado en 1833. De aspecto plácido y suave, fija la atención del visitante por la correcta belleza de sus facciones. Nació esta
princesa en Francia, y su nombre de cuna fue en de Srta. Bourguin. Tuvo un hermano llamado Luis, que llegó a ser célebre por su pasmosa semejanza con el príncipe Eduardo, marido de la reina Victoria de Inglaterra.

El retrato de Isabel List, mujer de lindos ojos, hermosa frente y rizosa cabellera, tiene mucho parecido en actitud, expresión y factura, con el de la condesa de Blessington , hecho por Jorge Hayter. Isabel List, era natural de Stutgart, en el reino de Wultemberg y contrajo matrimonio con el caballero de Bacher. Tanto ella misma como el pintor que la trasladó al lienzo, pensaron acertadamente que su hermosura no necesitaba aderezos.

La señorita Josefina Rech, natural de Munich, llamada por su matrimonio como la señora de Conty, se nos presenta coronada de rosas, como verdadera soberana de su hermosura.

De fijo que de no haber sido una mujer tan encantadora, no figuraría su retrato en esta curiosa Galería de Bellezas.

El mismo año en que Steiler retrató a la señora Bacher, hizo el de la señorita Carolina Lizius, que más tarde fue señora de Stobaus, cuyas lindas facciones no necesitaron, tampoco, ser realzadas por joyas ni adornos.

En cada uno de los rasgos de la baronesa Federica de Gumppenberg, se descubre su abolengo aristocrático. Perteneció a una de las familias cuya nobleza arranca de los más remotos orígenes, confundiéndose con la antiguedad histórica del país solariego. Los hermosos buclés que orlan el torneado busto son los únicos adornos de esta notabilísima belleza.

Otro tipo que revela estirpe aristocrática, es la baronesa Amalía de Krudener, en cuyo retrato es digna de admiración la mirada hermosamente casta.

Con una rosa prendida en el pecho, el collar de perlas y el precioso abrigo de marta
cebellina, semeja la esposa de algún príncipe ruso del consejo privado del autócrata moscovita.

La cuarta y última mujer inglesa que figura en esta Galería, es quizás , la más encantadora. Lady Milbanke, retratada por Steiler en 1844, un año después de su matrimonio, fue la esposa de un embajador inglés. Su nombre de cuna era Emilia, la hija tercera de Juan Mansfield, ( el tatarabuelo de Jane Mansfield, conocida artista de cine ). Casó en julio de 1843 con sir Milbanke, octavo varón de este
título. La fisonomía de esta hermosa mujer, con sus enérgicos y firmes rasgos, con su peinado de ondas circuído por trenzada corona, es verdaderamente admirable por la inteligente expresión que revela.
De nuevo excita nuestro interés y atrae nuestra simpatía el encanto de una gentil y melancólica hermosura, esbelta y airosa como retoño primaveral, es la condesa Carolina de Holnstein, la de Baviera, como altivamente se apellida esta familia. Su nombre de cuna fue baronesa de Spiering, y enella halló una vez más, el pintor Stieler motivo nobilísimo de inspiración para su elegante pincel.

Intencionalmente , la dejamos para el final ,con dificultad puede sustraerse el curioso al encanto que, como celestial efluvio, despiden los ojos de la lindísima baronesa Luisa Monrreal Otaegui ,( la abuela de mi madre en la vida real ) alzados seráficamente como si se fijara en el cielo a través del estudio del artista. Está retratada en traje de la época de María Estuardo
y la sonrisa que juguetea con sus rojos labios demuestra bien a las claras, que no era el buen humor , la cualidad menos saliente de tan interesante beldad. Casó con Hugo Cassali Nardy y vivieron en la calle Catedral de Santiago de Chile, cerca de la Plaza Yungay.

La única belleza que llegó a Sudamérica.

Dulcemente pensativo se nos presentó el ovalado rostro de Luisa Monrreal
a comienzos del siglo pasado, en el domicilio de su hija, Emma Cassali Monrreal, ( mi abuela )
ubicado el final de la avenida Carrascal , encuadrado por una cabellera de endrina.

Este retrato es de los pocos que hizo F. Durk, sucesor de Steiler en el empleo de
pintor de cámara del rey de Baviera, y uno de los añadidos postreramente a su notable colección. Emma, casó con Pedro Fernández Peña, Inspector de Policía y Oficial del Registro civil de Chile. Tuvieron cinco hijos. Mario Pedro Fernández Cassali, fue oficial de la Marina chilena y murió tempranamente en un accidente automovilístico en
Curacaví.

En la formación de la Galería de mujeres hermosas que acabamos de describir , en que , por supuesto, no podía faltar Chile , se basa el "mito" , que no lo fue ,de la hermosura de la mujer chilena.

Estos cuadros llegaron a Chile a través de Italia, por especial encargo de Benito Mussolini.

Estas no impulsaron a Luis I de Baviera pensamientos extraños al arte , ni ajenos al amor de la belleza humana en sí misma. Ya hemos dicho, que el honor de figurar en la galería fue muy solicitado, pero el monarca bávaro no atendió en esto a recomendaciones, intereses, negocios, ni influencias de ningún género,
aunque las solicitantes perteneciesen a las más linajudas familias europeas , su refinamiento artístico y su buen gusto, fue el único consejero que le guió en la elección de originales, sin otra mira que la de inmortalizar las más famosas bellezas femeninas de su tiempo.

Los sucesores del rey Luis I , han tenido especial empeño en conservar la Galería del salón de fiestas tal como lo dejara su fundador después de abdicada la corona, a fin quizás, de que no se perdiera el valor histórico y de época que de tan excelente manera realza su innegable mérito artístico.

La Galería de Bellezas, uno de los mayores atractivos guardó la Atenas de Occidente, para cuantos acudieron a recrear su espíritu en la contemplación de las hermosas obras de arte que atesoraba.

La Galería de bellezas fue destrozada por las guerras y los contínuos saqueos militares

Dos cuadros del Primer Concurso Mundial de Belleza, se encuentran en una colección privada de Chile.-



































Texto agregado el 17-01-2006, y leído por 1011 visitantes. (0 votos)


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