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Inicio / Cuenteros Locales / Bertoldok / UNA JORNADA PARTICULARÍSIMA.

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Aquel hombre se levantaba al alba todos los días. Aunque a él no le gustaba mucho el trabajo que ejercía, al menos intentaba hacerlo lo mejor posible.
Sentía un poco de vergüenza cuando le preguntaban a qué se dedicaba. -"Carcelero"- decía en un hilo de voz.
Por otra parte el moderno esbirro pensaba que era indigno encontrarse al lado de aquella basura humana a la que la sociedad puso entre rejas. Había de tratar frecuentemente con atracadores, psicópatas, violadores y asesinos. El carcelero tenía la certeza de que ninguno de ellos poseía eso que se llama "alma".
Imaginaba a estos individuos desprovistos de todo sentimiento hacia el prójimo y siempre dispuestos a realizar cualquier fechoría. -"Si no fuese así, no estarían aquí a perpetuidad"- se decía a sí mismo.
Ese día, el pasillo de la galería principal de la prisión era objeto de limpieza en profundidad por parte de una brigada de reclusos clasificados entre los más peligrosos de los que allí purgaban sus penas. Detrás del cristal blindado de su garita, el carcelero se sentía protegido, vigilando la tarea de aquellos homicidas desalmados.
Dieron las doce y media de un apacible día otoñal, ya cercano el invierno, en que la mujer del carcelero aprovechó unos breves instantes antes de la partida del marido al trabajo, para dirigirse a la tienda de ultramarinos del barrio donde habitaban y así comprar unas magníficas naranjas del país.
El guardián acababa de almorzar y se aprestaba a dar buena cuenta del postre. Tomó entonces una de las naranjas con un automatismo adquirido a lo largo de todos los años que había pasado en el recinto carcelario.
Tras mondar la fruta, deglutió de un bocado uno de los gajos al mismo tiempo que giraba la cabeza bruscamente hacia la izquierda al oír un ruido seco y agudo; por fortuna no había sucedido nada extraño ni grave: un balde había caído y vertido en el suelo el agua sucia que contenía...
Pero, de repente, el carcelero comenzó a sentirse mal, muy mal. Notó un espasmo y cómo el aire le faltaba cada vez más en tanto que su estado de consciencia captaba la realidad que le rodeaba cada vez con menor nitidez. Un gran malestar lo invadió e irremediablemente se asfixiaba percibiendo pavorosamente lo absurdo de la situación.
El maldito gajo de naranja había abandonado la entrada del esófago y había tomado aposento en la tráquea a causa del rápido movimiento que su cuello acababa de hacer.
El guardián no tuvo más tiempo que el de ver dos cosas antes de que el pánico lo embargase plenamente y se desmayase: olvidó activar el cerrojo de seguridad de la garita blindada y observaba con angustia cómo uno de aquellos sicarios que limpiaba la galería se lanzaba sobre él como una fiera salvaje al acecho de su víctima.
-"Se acabó"- pensó.
Después... el vacío y la nada.
Cuando se despertó en la cama del hospital, el esbirro preguntó de qué modo habían podido detener a aquel matón que había intentado asesinarlo.
Fue entonces cuando sus familiares más próximos le contaron la verdad de lo acontecido, una verdad que escuchó en profundo silencio, totalmente sorprendido y con cierto rubor vergonzante en sus mejillas de probo funcionario, honrado ciudadano e intachable servidor estatal: no sólo el prisionero no le había causado mal alguno, sino que hasta le había salvado la vida al aferrarlo fuerte y repetidamente con sus brazos poderosos alrededor del torso convulsionado para que pudiese expulsar el gajo que obturaba la tráquea.
Andrew Thorn -que así se llamaba el celador de la penitenciaría- vio en ese momento hasta qué punto se derrumbaban sus más cervales prejuicios.
-¿Y si existiese siempre alguna zona luminosa en todos los seres humanos, por muy abyectos que ellos fuesen...?

Texto agregado el 21-01-2006, y leído por 195 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-03-2007 muy bien elaborado5* neison
02-07-2006 muy buen relato.... y con una mensaje muy bueno! Te felicito. 5* aruald
28-06-2006 En uno de mis programas de radio, hicieron un llamado,unos internos que tenian posibilidad de llamados al exterior. Nada fue igual desde ese dia en mi ,sabiendo que cientos de hombres"detenidos"por diferentes causas, se reunian a escucharme, y tenian la sensibilidad de gustar de poemas de amor.Me hizo comprender muchas cosas ese simple llamado desde un lugar tan lleno de dolor,y desolación,como es una cárcel.///Es un texto que me recordó un momento muy especial en mi historia.Gracias///Excelente texto***** monica-escritora-erotica
24-05-2006 Es un excelente cuento, como todos los otros, realmente bueno. Merece también las cinco estrellas, por cierto. Me encanta tu narrativa, es ágil y atrapa. En una cosa no estoy de acuerdo con Quilapán, hay uno, en Chile, que no tiene esa zona luminosa... felicitaciones, Marina. bruja
01-03-2006 Lo que sucede es que también nosotros somos cómplices del crimen de esos abyectos, de esa basura humana. Dostoievski escribió que 'todos y cada uno de nosotros eramos culpables de todo, por todo y ante todos'. El ser humano sobrepasa las normas que nos impone la sociedad, y la economía sobre todo, cosa que a muchos les irrita oír. Definitivamente hay una zona luminosa en cada ser humano, y si la abyección existe es porque se carece de solidaridad, el individualismo del capitalismo ha arrasado con ella. Quilapan
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