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Apareces, en una noche tibia y luminosa, y más que conocerte me parece que vuelvo a encontrarte, como si el brillo intenso de tus ojos negros hubiese estado conmigo desde siempre, un recuerdo en reposo que esta noche vuelve a vivir.

Te lo comento, la sensación extraña de conocerte hace mucho, y tú sólo ríes, haciendo que las horas pasen sin notarse. Conversamos, mientras alrededor de nosotros la fiesta se levanta para después apagarse, y yo me pierdo en tu mirada profunda.

Desde esa noche entras en mi vida, o quizá sólo vuelves, porque nuestras largas caminatas a la orilla del mar se parecen a otras, imágenes de una vida que es la mía sin serlo, tu mano enguantada en una ciudad cubierta de nieve, un beso suave a la orilla de un río helado. Tú te ríes cuando te comento esas cosas, diciendo que estoy loco pero que es por eso que me quieres. Pero tu risa encierra algo, una complicidad que a veces se hace más fuerte, y entonces entiendo que tú también lo sientes, que tú también recuerdas, aunque no quieras decirlo, aunque pretendas que no somos los mismos de aquella ciudad blanca y magnífica.

Llega el día en que te pido que te cases conmigo, y en un instante descubres el complicado plan que tenía para esconder el anillo. Te miro, hasta el fondo de tus ojos azules, y leo que ya lo sabías, tanto como yo, que recuerdas esta misma escena, en una casa enorme de pisos muy altos, tu vestido largo tocando el piso, nuestras siluetas reflejadas en el inmenso espejo del fondo.

La boda se acerca, y cada día trae ecos de cosas ya vividas. No hay sorpresa cuando me presentas a tu madre, una anciana de piel muy blanca y ojos tristes, los mismos ojos de una señora elegante de largos vestidos negros.

La sombra comienza siendo sólo eso, el eco de una presencia en el margen de la existencia, una imagen que baila en la frontera de mis sueños, tocándolos pero sin hacerse parte de ellos, murmurando palabras que reconozco pero que aún no comprendo. Suficiente para hacerme despertar con angustia, gritando tu nombre, temblando por miedo frente a algo que no sé explicar.

Me preguntas que pasa, por qué estoy silencioso, y al contarte lo que pasa intentas tranquilizarme. Pero tus ojos te traicionan, y en su preocupación entiendo que tú también lo sientes, en la soledad de tu noche, el estruendo creciente de la sombra que se acerca.

Llega al fin el gran día, y al verte llegar tu figura es la de otra, la novia de cabellos largos en una inmensa catedral de piedra.

Llegas junto a mi, frente al sacerdote, y entonces lo recuerdo, el rugido de una noche de tormenta, la locura en mi voz desgarrada, acusando, insultando, forcejeando, tu cuerpo frágil rodando, una eternidad, por las inmensas escaleras de esa casa de espejos. Después el espanto, el lamento, tu cuerpo pálido y sin vida en tu vestido de fiesta. Te miro, buscando un consuelo, y en tus ojos muertos veo que ese recuerdo también vive en ti.

Entonces corro, corro por el pasillo, sintiendo el murmullo de asombro que llenas las naves, y sin mirar atrás salgo de la iglesia, huyendo sin pausa para hundirme en el olvido.

Texto agregado el 22-01-2006, y leído por 72 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
22-01-2006 Muy buena historia. Como simple observación trata de no repetir palabras en el mismo párrafo, de ser posible en todo el texto. Saludos y felicidades. theonlyerath
 
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