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Inicio / Cuenteros Locales / El_loco_del_cerro / El misterio de Rosa; la niña que dormía a su muñeca.

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Hace ya muchos años, yo tenía un amigo llamado José, al que todos conocíamos como Pepe. Solía ir a su casa a buscarlo para salir juntos, y por ese motivo conocí a su hermana.
La niña se llamaba Rosa, y estaba todo el día sentada en una silla de ruedas debido a problemas de salud, y además padecía retraso mental o psíquico, estaba deficientemente cuidada, el pelo mal cortado y tenía algunos kilos de más producidos por la falta de ejercicio físico.
Siempre que yo llegaba a su vivienda, la hallaba sentada en su silla pero moviendo un cochecito de juguete de color rojo, en el que tenía acostada a su muñeca. Ella mecía el cochecito adelante y atrás haciendo como que dormía a dicha muñeca. Yo conocía muy bien aquél soniquete que producía el cochecito, lo tenía metido en mi mente de tanto oírlo cuando iba a su domicilio.
Aquella casa era de nueva obra y la estaban construyendo ellos mismos con sus propias manos; el padre y los dos hijos, uno de ellos, era mi amigo Pepe.
Cuando yo la frecuentaba, la parte de arriba no estaba aún terminada y los techos no existían; se veía el tejado por la parte interior, y poco tiempo después, hicieron dichos techos. No contaban con muchos medios económicos.
Cuando Rosa sufría sus crisis emocionales, el nerviosismo se apoderaba de ella hasta el extremo de terminar gritando y casi aullando, produciendo un miedo enorme a aquellas personas que la oían. En más de una ocasión, coincidí en la casa cuando esto ocurría, y tomaba a Rosita de la mano, mecía su silla de ruedas, le acariciaba la cara y pasaba mi mano por su pelo mal cortado, haciendo que ella se tranquilizara a los pocos minutos de haber entrado en aquella terrible crisis. La niña me conocía bien, e incluso diría que me quería, a su modo.

Algún tiempo después, la familia de mi amigo emigró a la ciudad en busca de trabajo y mejor vida. Mi amigo Pepe y yo, dejamos de vernos unos meses antes de esa marcha a la capital. Después perdí su pista y la de toda su familia, pero a los pocos años, me enteré que Rosa, la pobre chiquilla enferma que dormía a su muñeca en el carrito, había muerto víctima de su enfermedad, y de la soledad y el desarraigo que le producía vivir en otra casa extraña, que no era la suya.

Pasaron los años. Yo me casé y me fui a vivir a un piso que pronto se quedó pequeño cuando nacieron mis dos hijos, y por ello, decidí buscar una casa mayor.
Cual sería mi sorpresa, cuando me propusieron comprar la casa de los padres de mi amigo Pepe, donde conocí a Rosa.

La compré. Comencé reformarla, aunque ya los techos de las habitaciones de arriba los habían hecho ellos antes de marcharse.
Mis dos hijos –niño y niña- tenían sus dormitorios en la parte de arriba de la casa, junto al nuestro. Ellos no sabían la historia de la niña que dormía a su muñeca.

Meses después, comenzaron a oírse algunos ruidos extraños sobre los techos. Casi siempre era por las noches, cuando en la soledad y el silencio, la mente queda descansando y en algún desvelo del sueño, comienza uno en la cama a percibir hasta el ruido que produce el vuelo de una mosca. Tales sonidos parecían como el run run de algo que se movía encima de los techos, en un ir y venir constante.
No dimos importancia al hecho, y pensamos que podía deberse a que algunos pájaros hubieran anidado en las cámaras bajo el tejado, o quizás fuese motivado por algún roedor que se hubiese refugiado allí arriba.
Mi mujer y yo, sólo escuchábamos esos ruidos. Pero lo de mis hijos era más alarmante, pues decían los niños, que oían las voces de alguien que los llamaba en tono bajito unas veces, y otras dando gritos.

Decidimos estar al acecho. Nada se escuchó en unos días, pero al cabo de unas semanas, los ruidos comenzaron de nuevo a sonar con su monótono run run.
Algunas noches, mis hijos se despertaban llorando a causa de algunas extrañas cosas que pasaban en su habitación. Las luces se encendían unas veces, y cuando se dejaban encendidas, se apagaban solas cuando ellos dormían. La puerta del dormitorio se cerraba o se abría varias veces durante la noche.
Nosotros seguíamos escuchando el vaivén de algo que se movía. Descartamos que fuera provocado por animales, y decidimos abrir un agujero en el falso techo de mi dormitorio para comprobar qué era aquello que interrumpía el descanso de mi familia, a la vez que exasperaba nuestros ánimos, por el miedo que comenzamos a tener todos en casa.

Llamé a un amigo albañil y entre los dos, hicimos un agujero con la medida suficiente para poder subir una persona a las cámaras de debajo del tejado.
Cuando estuvo hecha la abertura, subía a la escalera, y como pude, metí la cabeza dentro de ella. Un frío pavoroso recorrió todo mi cuerpo. En medio de tanta oscuridad, algo extraño pasó con gran rapidez junto a mi cabeza, y el aire que produjo al pasar, heló mi sangre. El miedo me hizo resbalar, y hubiese caído de la escalera si mi amigo no me hubiera estado sujetando.

Volví de nuevo a intentarlo, pero esta vez, me aseguré de meter primero en el agujero una buena luz que me permitiera ver antes de entrar.
Así lo hice. Una vez adentro de las cámaras del techo, todos estaba lleno de polvo y telarañas. Nada se movió esta vez a mí alrededor, pero al contemplar lo que allí había, caí hacia atrás por el mucho miedo que me vino encima.
¡Allí estaban la silla de ruedas de Rosa, y el cochecito de juguete con su muñeca!

Cuando marcharon de casa para vivir en la capital, los padres de Rosa guardaron en el falso techo los enseres de la niña al terminar de hacer la obra. Fue la explicación más lógica que pude articular en esos momentos. Pero esa circunstancia no sería la única sorpresa que el descubrimiento me depararía. No.
El cochecito donde Rosa solía dormir a su muñeca, había sido movido últimamente, pues las marcas dejadas por las ruedas en el polvo de aquél espacio, eran muy recientes.
Tan sólo había dos tipos de huellas sobre el polvo del suelo, donde no se había pisado hasta ahora, después de muchos años: las huellas producidas por mis zapatos al entrar, y las ocasionadas por las largas rodaduras del ir y venir del cochecito rojo de juguete, donde Rosa dormía a su muñeca.

Texto agregado el 25-01-2006, y leído por 489 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
29-03-2006 Buenísimo, me ha encantao. Saludos. nomecreona
14-02-2006 Bien llevado el relato que atrapa.Llegué a querer a esa niña y me acongojó pensar que su alma de niña vuelve a jugar donde fue feliz...Pau . Paugi
06-02-2006 Despues de leerlo hoy sin "efluvios" que enturbien mi entendimiento, he de decirte que me ha recordado a "la niña chica" la de los santos inocentes. Mis ***** y ¿a ver quien me quita ahora el acojonamiento? el_llanero_solitario
03-02-2006 Me parecio íncreible la manera que graficas las sensaciones.***** apneazul
03-02-2006 Me parecio íncreible la manera que graficas las sensaciones.***** apneazul
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