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Capítulo 4
La Verdad en el Diario

Miranda soñaba.
Por primera vez en meses no soñaba con el jardín y el invernadero. Ahora estaba fuera de la mansión, justo al pie de la escalinata.
El paisaje era diferente. No estaba la fuente con querubines y el camino que conducía a la mansión no estaba empedrado. Justo en medio de él, una figura femenina avanzaba deprisa.
Era Carolina. Justo al salir del camino se desvió hacia los jardines. Miranda la siguió. Ya sabía hacia donde se dirigía… al quinto jardín, sólo que ahora sí estaba abierto. Ya adentro, la perfectamente bien delimitada vereda la llevó hasta el invernadero. Sin dudar un momento entró pisándole los talones a Carolina. Todo era muy diferente de su anterior sueño. La construcción se encontraba en perfectas condiciones y el pequeño kiosco en el que se encontraban estaba adornado de delicados jarrones con flores exóticas y macetas en flor. Al centro, por supuesto estaba una mesa y 4 sillas… en una de ellas se encontraba sentada Mónica Altamira.
Carolina se acercó. Miranda se quedó en el quicio de la puerta.
“Siéntate por favor” pidió amable Mónica.
Carolina obedeció y se sentó muy derecha frente a la chica.
“¿Para que me mandó hablar?
“¿No lo imaginas? ¿Pensé que serías mas lista?”
“Déjese de rodeos…”.
“Está bien… lo siento. Es que no sé por donde empezar, pero tienes razón, lo mejor es decir las cosas directamente.” Mónica se levantó y sirvió té en dos tazas y procedió a poner una entre las manos de Carolina.
“Como seguramente sabes, acabo de casarme.
“Si. Lo comentan en todo el pueblo”.
“He pensado que ya que he sentado cabeza, no quisiera arruinar mi matrimonio cuando apenas comienza, debido a cualquier comentario relacionado conmigo y con tu esposo”.
“No debe preocuparse por eso. Mi esposo y yo nunca le hemos mencionado a nadie sobre lo que pasó”.
“Me alegro. Aún así, he gastado una pequeña fortuna contratando nuevo personal y pagando al personal anterior para que abandonaran el pueblo y se mudaran. Solo faltas tú y tu familia.” Terminó diciendo y bebiendo despreocupadamente un sorbo de té
“¿De qué habla?” Miranda notaba a Carolina nerviosa aunque se esforzaba por mostrarse valiente mientras bebía un poco de la caliente infusión.
“Me he enterado que Don Hermenegildo de Castilla, quien tiene grandes extensiones de tierras en el pueblo vecino, está contratando un nuevo administrador para sus negocios. Mi padre me lo comentó ya que llegó una carta de Castilla preguntando a mi padre si conocía a alguien confiable y fue quien sugirió mi reunión contigo para ofrecerle a tu esposo el puesto de administrador de Don Hermenegildo. Por supuesto, acompañado de una buena suma de dinero a cambio de su silencio y de que no vuelvan al pueblo.
“No estoy segura de que Rodrigo quiera prestarse a esto.” Dijo Carolina mientras le daba otro sorbo a su bebida.
“Sé que tienen problemas de dinero ya que tu esposo no ha conseguido un buen trabajo que le dé la estabilidad a la que estaba acostumbrado mientras trabajó aquí, además tienen un hijo por el que pensar”. Mónica miro fijamente a Carolina y agregó. “Por eso te mandé hablar a ti y no a Rodrigo; para que te encargues de convencerlo de que acepte el trabajo. El podrá sostener a su familia desahogadamente mientras que tu y yo estaremos mas tranquilas”.
Carolina se quedo un momento pensativa, como sopesando lo que la otra chica acababa de decirle.
“Tiene razón… es lo mejor para ambas. Lo comentaré hoy mismo con mi esposo”. Le dio un último trago a su té y se levantó. La otra hizo lo mismo.
“Gracias” Mónica se levantó lentamente e hizo un ademán de despedida.
Carolina se volvió en dirección de la salida y justo al abrir la puerta, se tambaleó. Como pudo se sujetó de la puerta y se recargó en ella. Miranda no perdía detalle alguno de lo que acontecía
“¿Te sientes bien?” Preguntó Mónica con sarcasmo.
Carolina no contesto. Intentó dar un par de pasos, solo para caer al suelo.
“¿Qué me hiciste?” intentó enfocar la vista en Mónica que se acercó lentamente.
“No te envenené, sí es lo que piensas. Para mi mala suerte no pude conseguir más que un buen narcótico”
Carolina no resistió más y cayó en un pesado sueño.
Mónica la tomo de las muñecas y la arrastró al interior del invernadero.
Miranda apenas podía dar crédito a lo que sucedía. “Sólo es un sueño” se recordó. “Si. Pero un sueño que me muestra lo que sucedió hace tanto tiempo”.
Mónica arrastró a la joven dormida hasta llegar al lado de un enorme macetero. Miranda se acercó más para escuchar las palabras que murmuraba Mónica. Se reía. Sólo una risita que era casi un murmullo pero que le causó calosfríos en todo el cuerpo. Era el sonido de la demencia, de una locura que se había apoderado para hacerla cometer un acto indecible.
A un lado del gran macetero había una puerta en el suelo de madera, un sótano que no debía estar ahí, dado el uso de la construcción, pero ahí estaba. Una estrecha escalera conducía al fondo pero desde arriba no se alcanzaba a observar el oscuro interior.
Mónica no se molestó en bajar a Carolina. Sólo empujó el cuerpo dormido de la joven que rodó escaleras abajo con estrépito.
A continuación cerró la puerta y puso un enorme candado. Con gran dificultad movió el macetero para que ocultara la entrada.
Mónica comenzó a hablar para si en voz alta.
“De ahora en adelante, nadie podrá entrar a este lugar, salvo yo. Así que mi querida Carolina, creo que tendrás que acostumbrarte a mi compañía porque nadie más vendrá a visitarte”.
Después sucedió lo más extrañó que a Miranda le hubiera sucedido. Mónica, que había estado simulando hablar con Carolina se volvió de pronto y se encaró con Miranda que se encontraba detrás de ella.
“Espero que tu curiosidad esté satisfecha” dijo mirándola fijamente a los ojos. “Porque es lo último que verás”
De repente todo alrededor de Miranda giró vertiginosamente. Sintió que unos brazos la atenazaban impidiéndole moverse y el grito que estaba a punto de soltar se ahogó en su garganta al ver a Mónica convertida en un horrible ente. “No puede ser. Es sólo un sueño” se repitió.
“Oh, claro que no” –Aseguró Mónica cuya voz se había transformado en un eco cavernoso. “No sueñas y pronto nos harás compañía”
Miranda, aterrada, sintió como se elevaba en el aire. Su mirada enfocó con dificultad el piso de madera que se alejaba de ella. Un enorme pesar la envolvió al pensar en su tío y en Erick. Parecía una muñeca rota. Estaba completamente empapada y cubierta de lodo en medio de una habitación que sólo unos momentos le había parecido primorosa y ahora solo era un montón de escombros alrededor de ella.

* * * * *

Erick abrió el diario en la primera página y sorprendido leyó el nombre de la propietaria escrito con elegante caligrafía: “Mónica de Altamira” y más abajo “Mi diario y mi verdad”.
Apenas hubo leído, se escucho un suave chasquido. Temblando, se encaminó buscando el origen del ruido.
Ahí estaba. La puerta que lo mantenía prisionero en el ático, ahora se encontraba abierta.
Rápidamente salió y se dirigió a la habitación de Miranda. Sin molestarse en tocar, entró y la llamó a gritos.
─ Miranda, despierta. Es muy importante. –Para su sorpresa, la cama estaba vacía. Solo un montón de cobijas revueltas evidenciaban que la joven había estado ahí.
Despavorido salió de ahí llamando a gritos a la joven. Nadie le contestaba. “Dios. Sería tan tonta como para llevarse el auto e ir al hospital”. Al tiempo que pensaba esto, ya corría escaleras abajo en dirección de la cochera. Sin fijarse en el aguacero que caía a raudales entró en la cochera y con alivio comprobó que estaban todos los autos.
Otra vez en la casa, la busco en la cocina, en su estudio y nuevamente en su habitación. Había dejado antes en su cama la bolsa que contenía el diario y la llave y se le ocurrió que tal vez estaría en el ático. De prisa, subió las escaleras.
Se adentró entre los muebles y la llamó. Un mal presentimiento se anidó en su pecho. Nunca se había sentido tan preocupado por nadie en toda su vida y la impotencia de no saber que hacer estaba carcomiéndolo.
Tratando de calmarse caminó de un lado a otro de la habitación. Afuera la lluvia seguía sin amainar un ápice y se estrellaba contra las ventanas tal vez con más fuerza que antes. El abogado se encontraba cerca de los enormes ventanales justo cuando un relámpago iluminó toda la habitación. ¿Se me aflojó un tornillo o estoy teniendo visiones?, se preguntó mientras de acercaba aún más a la ventana.
Esperó a que otro relámpago iluminara el cielo y sí… a lo lejos, entre los árboles que parecían a punto de partirse, había alcanzado a ver algo, una especie de construcción. Otro relámpago iluminó el cielo y alcanzó a observar una especie de techo.
“El invernadero”, se dijo con asombro al recordar el sueño de Miranda y el episodio ocurrido en los jardines cuando la llevó a conocerlos. “No es posible”, pensó. “Además el jardín esta…” Sus pensamientos giraron nuevamente en otra dirección. Mientras salía del ático, abrió la bolsa y extrajo la llave para observarla detenidamente.
El antiguo metal tenía grabado una pequeña flor y el número cinco.
Instantes después, Erick corría raudo entre los jardines. Nunca en su vida le había parecido tan endemoniadamente grande la propiedad. Casi parecía que el camino se hacía más largo con cada zancada que daba. En nada ayudaba el tener las ropas empapadas ya que le dificultaban avanzar y la completa oscuridad que se apoderaba de todo. En un momento dado, perdió pie y fue a dar con toda su humanidad al fangoso suelo.
Casi sin aliento, se levantó y se detuvo un momento a limpiarse el lodo que casi cubría sus ojos. Un nuevo relámpago le permitió ver a unos cuantos metros más adelante el alto enrejado del jardín número cinco.
Por fin. Ahora sus manos tanteaban el metal buscando la cerradura cubierta casi por completo de la tupida enredadera. Encontró el candado e introdujo la llave. No giraba. Por un momento se sintió frustrado pero al insistir un poco más la llave giro lentamente.
Batalló otro poco más al empujar las puertas. La enredadera que las cubría estaba muy enraizada y requirió de toda su fuerza el lograr abrir una pequeña abertura por la que logró pasar.
Con desesperante lentitud, se abrió paso entre los arbustos y hierbas que habían invadido por completo el otrora hermoso jardín y que impedían que llegara al invernadero.
Después de lo que pareció una eternidad, llegó por fin frente a la destartalada construcción. Vertiginosamente entró al pequeño kiosco. La sangre se le fue a los pies. En medio de la habitación, estaba Miranda. Su cuerpo enlodado en medio de restos de vidrios rotos y madera podrida.

Continua...

Texto agregado el 26-01-2006, y leído por 288 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
22-04-2012 Magullones si, muerte no...porfa***** pantera1
27-02-2010 tngo que seguir leyendo...es excelente... miriades
30-06-2007 excelente historia. Esperando a ver el final... NakaGahedros
20-06-2007 que puedo decir, eres muy buena, queremos una continuación porfavor . . . mis estrellas para ti ***** corsarionegro
24-05-2007 No olvides poner monstruos (es un chiste). Muy buen relato, espero que estes trabajando en su continuación. La espero. Mis 5*. ggg
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