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Inicio / Cuenteros Locales / pierremenard / Matar al monstruo.

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El monstruo encendió un cigarrillo y saboreó la acuosa rispidez del humo. El puntito rojo delató su inmovilidad agazapada en el pórtico de la casa.
La noche avanzaba y el monstruo encendió otro cigarrillo.
Todos en el barrio daban por descartado que el monstruo no dormía, y había quien sospechaba que sólo se acurrucaba expectante, alerta siempre, listo para dar un salto y atacar.
En la vereda de enfrente el tal Fonseca, tambien alerta, esperaba.
Para la señorita Anita era escandaloso que hubieran soltado al monstruo. ¿Y la justicia? ¿Qué esperan? se preguntaba y le preguntaba a Don Rodolfo, siempre sumido en la sutileza de sus gestos. El vecino nuevo en cambio, seguía la conversación en silencio, con una perplejidad que no se esforzaba`por ocultar.
Usted debería preocuparse más, le advirtió Dora, la señora suegra de Anita, ¿cuánto tiene su hija? ¿cuatro años?
Mire señora, dijo el hombre que se apellidaba Sanchez y sólo hacía tres meses que estaba en el barrio, la nena no sale sino es con su madre o su hermana, y si ese degenerado se les acerca a cualquiera de las tres, yo mismo lo mato de un palo como al perro rabioso que es.
Hay que curar la sarna antes que dé sarpullido, contestó la ceñuda Dora.
¿Nadie invitó a Fonseca? Preguntó de pronto Marcelo, el marido de Anita.
Un silencio breve precedió a Sanchez que inquirió aún acalorado. ¿Y quién es Fonseca?
El que vive al lado de mi casa, le contestó Rodolfo.
El aletargamiento del monstruo dio paso a un movimiento apenas perceptible que resultó singular de entre los pocos que ejercía, mecánicos y repetidos, y que el tal Fonseca (ahora oculto para no ser delatado por los primeros rayos del sol) advirtió.
El monstruo, luego de encender un nuevo cigarrillo, había desplazado sus pupilas en dirección a la casa del matrimonio Sanchez; todo estaba previsto, aquello era parte del plán.
La pequeña Camila Sanchez debía pasar por la casa del monstruo para ir al jardín de infantes.
Esta vez, hiba sola.
El monstruo tiró el cigarrillo, todo su rostro estaba henchido de gula bestial.
El tal Fonseca sonrió, la 9 mm centelleó implacable.
La convulsión del barrio fué fingida. Doña Dora, aferrada al brazo de Anita, daba rienda suelta a su satisfacción. Muerto el perro se acabó la rabia, musitó.
A Fonseca lo sacaban de la casa esposado y al monstruo, muerto en medio de la calle, lo metían en una "bodybag" y luego en la morguera.
Sanchez le salió de testigo a Fonseca. En menos de un día lo tenemos de nuevo en el barrio, le dijo a Anita, cuestión de papeleo, el oficial aquél lo considera un héroe.
Doña Dora no pudo al fin con su genio: antes que el esposado fuera metido al patrullero le tomó las manos y se las besó exclamando con lágrimas de alegría empapándole el rostro:
"Dios lo bendiga m'hijo, Dios lo bendiga".

Texto agregado el 28-01-2006, y leído por 372 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
16-03-2011 Me gustó la ambigüedad descriptiva del "monstruo". A veces basta pintar un escenario y los personajes arman los demas personajes. Excelente. (Me distraje un tanto con el "hiba"). ***** VincentValmont
09-01-2011 interesante y muy bien logrado arnaldo
19-05-2007 Terror urbano, grata narración. premio_gorila
14-03-2006 que historia fuerte. Monstruo es una palabra muy blanda. Me gustó el cuento, y sí, cuidado con el iba. Por lo demás, mis 5* y un saludo HabloconlaPared
10-02-2006 Buena narración. Revisa la ortografía. Las ideas son excelentes***** sorgalim
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