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"De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma".
Knut Hamsun.


Bien pudo haber dicho que no, pero una mujer excitada es como un huracán al borde del desenfreno, no entiende de razones... Así es que, su rostro como poseído iba obligándole, acaparando su terreno y, sin escapatoria, iba cediendo, rindiéndose a su impulso tan vital. Así se lo pedía. Su sexo se mostró abierto, accesible a la caricia, suave. Su piel tersa, el vello del pubis erizado de desbordada avidez, de ganas contenidas y, ahora, dispuesto a dejarse vencer, enloquecer de placer si fuera preciso. Continuó apretando sus voluptuosas formas con más caricias. El olor bravío de su sexo también le excitaba, húmedo, como un atractivo perfume que embriagaba su ser...
La relación con ella ahora había adquirido un derrotero insospechado y, en cualquier caso, el paso ya estaba dado. Cuando aquella tarde ella vino al desván de La Granja lo hizo con toda la más premeditada intención.
Ella había nacido allí, aún vivía en el rancho con su padre, un viejo granjero cuyas fincas colindaban con su hacienda. Gracias a sus influencias entre las autoridades, había conseguido realizar las estratagemas pertinentes para que la finca del viejo granjero fuera expropiada. Si algo realzaba el valor de aquella finca, aunque inferior en hectáreas a la suya, era el manantial que brotaba allí mismo para desembocar tras kilómetros de largo recorrido en el delta del Tier, un estuario de gran riqueza piscícola y floral, ahora reserva protegida. La importancia estratégica del manantial radicaba en el beneficio para todas las tierras que comunicaban al mar y sobre las que ya había comenzado a mover los hilos precisos para atraer hacia sus posesiones. Su familia también llevaba siglos allí y habían ido creciendo a fuerza de trabajo y, si las circunstancias lo requerían, a cualquier precio y sin importar los medios. Por eso, no le sorprendió el enfurecido arrebato de la muchacha del granjero cuando llegó a su despacho para negociar las condiciones del expolio. Incluso, le hizo sonreir su irrefrenable fiereza, tenía agallas la niñita... En las sucesivas ocasiones que volvió le quedó bien claro a la indómita muchacha que de nada le valdrían ni enfados ni súplicas ni sus exagerados intentos por llevar a buen término el trato. La firmeza en la negativa a negociar no dejaba más alternativas que abandonar la finca en el plazo previsto, sin objeciones. Si el viejo granjero ya no servía apenas para andar y si ella no conocía otro medio para ganarse la vida, desde luego, no era su problema ni podía leerse en la letra pequeña de ningún tipo de pacto.
Al patrón de la hacienda le cansaban más las palabras que las peleas y por eso acostumbraba a descansar con una buena siesta, después de una mañana entera sentado en el despacho atendiendo contrariedades. Le gustaba, siempre lo hacía, tumbarse en el desván, a dormir una cabezadita sobre la hierba empacada, hasta que la llegada del ganado marcaba las tareas de media tarde.
Esa tarde, un caballo galopó como una exhalación entre la nube de polvo que levantaba con su carrera. Al llegar a la Granja, la muchacha saltó con la agilidad de un avezado jinete y a largas zancadas se dirigió directamente hacia el desván del granero. Casi se abalanzó sobre el patrón, si bien antes insinuó sus sugerentes pretensiones utilizando las mejores artes de una mujer joven y atractiva. Al patrón le sorprendió el modo de despertarle, pero lejos de enfurecerse, aún se rió con las más sonoras carcajadas que le provocaban las constantes tentativas de la beligerante e incansable muchacha.
-Te advierto que ni eso te va servir de nada conmigo, nena...
Ella se puso en pie y, con mirada aviesa, lanzó su sombrero al montón de paja. Se fue desvistiendo con calma contenida, recreándose en cada pieza que amontonaba, desordenadas, entre las pacas de hierba seca. Luego, desnuda entera se tumbó sobre él y le ofreció su cuerpo hermoso, tentador... Se dejó explorar por las manos duras del patrón y, dirigiendo ella la acción, le cabalgó de un salto, salvaje y bruscamente, para de nuevo cambiar a otra posición y, sin dar tregua al descanso, volver de nuevo a cambiar a otra siquiera más excitante, sin parar el ritmo frenético de aquel movimiento perpetuo. No bien encontraban el regocijo de su placer en una postura cómoda, de inmediato ampliaban todo el caudal posible del repertorio para dar con una nueva antes no empleada, así hasta que el patrón notó llegar el fin como una explosión inmensa, de tremenda intensidad, que se liberaba a borbotones de aire, como si faltara el resuello suficiente para atrapar de nuevo la vida...
-Vete, muchacha, es inútil... -acertó a balbucear mientras ella se arreglaba las ropas con rapidez.
La condenada criatura marchó al galope, manejando la montura con una maestría admirable para una mujer. Sí, y bien que le había cabalgado la pícara inocentona... Casi adormilado entre la hierba seca, no consiguió esta vez sonreir al evocar su recuerdo. No lograba entender por qué hizo aquello si estaba advertida, si ya sabía que no iba a sacar nada...



*"Es Una Colección de Cuadernos Con Corazón", (c) Luis Tamargo.-

http://leetamargo.blogia.com

Texto agregado el 28-01-2006, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-01-2006 Me han gustado aparte de la perfecta narrativa y las descripciones esa afirmación final que se hace el patrón en la última frase que acaba en puntos suspensivos justo cuando dice "si ya sabía que no iba a sacar nada..." ¿Y qué no iba a sacar? Al menos una descendencia sacaría si s ela jodió sin preservativo digo yo jajaja. Un saludo y*S josef
 
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