Román era un chico de 12 años. Yaudat también.
La mamá de Román, Susana, cada mañana lo despertaba con un beso en la frente, y le preparaba el desayuno mientras él se vestía. La mamá de Yaudat, Namieh, despertaba sin querer y sin saber a su hijo, con el llanto ahogado, en el medio de la noche.
Una mañana, precisamente, Susana estaba más preocupada que nunca. Namieh, también.
Román, como todo alumno de 6º año, se estaba preparando para su viaje de egresados, y Susana había estado muy ocupada arreglando todos los detalles. Yaudat, con todos sus amigos de su misma edad, se preparaba para partir y a Namieh le estaba costando mucho aceptarlo.
Susana le abrochó bien la campera a Román, mientras le daba un beso en la mejilla. Namieh bajó la cabeza mientras Amud, su esposo, le daba a Yaudat un arma cargada y le explicaba que tenía que ser muy valiente.
La seño Carolina contó a los chicos antes de que se suban al colectivo que los llevaría hasta el camping donde pasarían los siguientes tres días. Un hombre, vestido en prendas amarillentas, contó las 5 filas de 12 chicos cada una, y, finalmente, les dijo que podian avanzar.

Tres días después, Susana fue a la escuela a recibir a su hijo y todos sus compañeros, para después irse a cenar juntos y enterarse de todos los detalles del campamento.
Seis años después, Namieh siguió despertándose en el campamento de refugiados, llena de angustia, preguntándose que habrá sido de su hijo, Yaudat.