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La luz del amanecer quiere penetrar en la habitación, pero la persiana entreabierta no se lo permite. Sólo un haz de esa luz del alba se cuela y marca un limite en la alcoba. A un lado esta el estante, con diversos libros de autores desconocidos, un retrato de mujer indígena, que cubre toda la pared, y la puerta cerrada. Al otro lado de aquel trazo creado en la imaginación de Andrés, como la línea que divide Chile y Perú en el norte, pero a la vez natural, como la cordillera de Los Andes, se encuentra la cama, otra foto, más pequeña, de una selva con un unicornio al medio rodeado de fuego, y el velador; encima de este, un cenicero colmado, una botella vacía y un reloj despertador que marca las 9.00 AM. Ese limite cercena la pierna de Andrés y roza el tobillo de Romina, o Armonía.
Andrés está despierto, desnudo, fumando el ultimo cigarrillo. Exhala el humo con vigor, pero este no ve. Sólo cuando atraviesa por la luz, que cada vez es más clara, se confunde con la infinidad de polvo que hay en la pieza, que no ha sido ventilada en días. Son millones de pequeñisimas partículas que provocaron una fugaz evocación en la mente de Andrés. Cuando era un niño y observaba a su nana como hacia el aseo, comparaba el polvo sacudido con una gran flota imperial de platillos voladores en un espacio sin fin. No era el caso ahora, pero le sirvió ese recuerdo para matar el tiempo.
- ¿Buenos días?, ¿Cómo dormiste?. Justo en el momento en que hizo esas
preguntas él se dio cuenta de lo estúpida que eran, pero la sonrisa de Armonía le hizo sentir otra cosa muy distinta.
- Bien, muchas gracias. Y tu...
- Yo... super bien, pero creo que me tengo que ir.
- Si - respondió con rapidez para luego callar unos segundos- yo te llamare. Quiero que sepas que lo de hoy fue algo distinto, hermoso, pero distinto. Como tal, quiero que continúe así.
Las palabras de Romina no hicieron más que anestesiar a Andrés, y por un largo
tiempo. Se dio cuenta que la poesía que ella imprimía a su vida y a todo lo que le rodeaba le había penetrado en el corazón como un parásito. Le sonrió, se vistió, la beso con esmero y se aproximo a la puerta. Antes de abrirla se dio vuelta para mirarla y preguntarle algo, no le gustaba quedarse con dudas, aunque esa pregunta podría ser una mala movida en el tablero, arriesgando una partida que, al parecer, estaba ganando.
- ¿Apoyas la causa Mapuche?
- ¿Por qué lo preguntas?
- Esa foto de la mujer indígena supuse que apoyabas a los Araucanos.
- No, es decir, sí. Pero esa foto es de Rigoberta Menchu, premio Nobel de la paz en 1992. Es guatemalteca, lucha por los derechos de los indígenas en su país, es una gran mujer.
Sin comprender Andrés se fue un poco nervioso. La posibilidad de que la
pregunta fuera inoportuna le preocupo, pero estaba muy entusiasmado con lo sucedido y debía ir a casa lo más rápido posible, tenia muchas cosas que hacer. Bajando las escaleras hizo un resumen de la noche y llego a la conclusión de que fue una velada extraña. Cuándo atravesó el umbral de la puerta del edificio y respiro el aire otoñal de la capital, exclamo sin miedo a ser oído... – ¡la media vola’a!.
La habitación quedo vacía, se notó que una energía se había ido. Romina
permaneció inmóvil por unos minutos, pensando en el crimen que había cometido hoy, pero sin arrepentimientos, afrontando la culpabilidad, como la protagonista de Bodas de Sangre. Pero también, y con mayor incertidumbre, en como no podía dejar de pensar en esos ojos cándidos, parecidos a Ayrton Senna, que no sabían reconocer a Rigoberta Menchu.

Texto agregado el 22-11-2003, y leído por 282 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
23-11-2003 WOW LA VERDAD Q ESCRIBES MUY BIEN SIGUE ASI EHH..ARMONIA ESTA MUY LINDO... pollita_azul
 
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