Se desabotonó el cuello de la camisa y aflojó la corbata. Aunque dejó el vestón en la oficina y salió en mangas de camisa, era impensable quitarse la corbata, por más que la temperatura se elevara por sobre los treinta tres grados celsuis. De hecho, se dijo a sí mismo en voz alta "¿Sin corbata en la fila de titulares? Inaceptable", mientras entraba al Banco Nacional. Trámite listo, maletín en ristre, trotó diligente hacia otro banco. Sudando, corriendo, bajo un gordo y brillante sol amarillo de medio día. Como un oasis en el desierto, encontró un puesto de mote con huesillos: su completa salvación. Bebió hasta la última gota del dorado líquido y chupó con ganas los huesillos hasta los cuescos. Sólo dejó en el fondo unos cuantos granos de trigo mote. Antes de entregar el vaso vacío al vendedor, exclamó con cara de disgusto: "¡Qué asco!" Y devolvió el vaso con una mosca en el fondo. El motero sorprendido tomó el vaso y miró el fondo: "Chuuu…, cortesía de la casa", se disculpó abochornado el motero y lo dejó ir sin cobrarle ni uno. Dos filas de titulares después, nuevo puesto de mote para nuestro diligente gimnasta bancario. Conteo de monedas y conclusión: "Justo para la micro…". Miró hacia uno y otro lado, se acercó al nuevo puesto de mote y sacó otra mosca del bolsillo. "Socio, deme un mote heladito…"