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La Dama del Clima

Nací en Sud América, en el triangulo al final del continente...
La ciudad que me vio nacer es capital de una provincia situada al nordeste, enclavada en el corazón mismo de la Mesopotamia Argentina; me refiero a la provincia de Corrientes.
Es una provincia rodeada por grandes ríos, entre ellos el imponente Paraná, y casi todos sus contornos son costas y maravillosas playas de arenas amarillas y aguas claras.
La naturaleza ha sido, y es, pródiga en Corrientes. Las zonas menos urbanizadas ostentan una vegetación exuberante, y en las más habitadas tiene constante presencia con gran variedad de matices, según sea la época del año.
Quizás sea precisamente el contacto con esta riqueza natural o acaso la enorme espiritualidad de mi pueblo (o ambas circunstancias) lo que me impulsó desde muy niño a querer desentrañar los misterios de la existencia; o tal vez sea una cualidad innata, o un síntoma patológico... no lo sé... lo cierto es que desde la infancia, una fina y profunda intuición me impulsó, y aun lo hace, a buscar las verdades espirituales que se esconden tras cada manifestación de la vida.
Muchos son los caminos que he recorrido en este afán.
Caminos inciertos o peligrosos algunas veces, fútiles y engañosos otras tantas, pero no son pocas las rutas que me han llevado a buen puerto, pudiendo así descubrir asombrosas verdades, y la experiencia directa me ha dado a conocer realidades que la mayoría no imagina ni en sus sueños mas fantásticos. Así, andando el camino de lo sutil, he conocido personas y personajes increíbles. Quiero compartir con Uds. lo que viví y aprendí con uno de ellos y sus raras habilidades.
En una oportunidad en la localidad de Monte Caseros, provincia de Corrientes, compartíamos otros tres amigos y yo un asado, en un espléndido medio día de carnaval. Monte Caseros es una pequeña ciudad muy famosa por sus espectaculares carnavales y con este motivo habíamos viajado hasta allí en el auto de uno de estos amigos.
El almuerzo se desarrollaba en un camping muy concurrido en el que estábamos quedándonos en aquellos últimos días del mes de Enero, en los cuales desde el anochecer y hasta el amanecer, los desfiles de carnaval se desarrollaban a todo lo largo de la calle principal. Durante la mañana la mayoría nos dedicábamos a las consabidas actividades recreativas preferentemente acuáticas, pues las empedradas playas de Monte Caseros son su principal atractivo. Conversábamos distendidamente de temas triviales fraternizando con otros turistas de mesas vecinas y lugareños, cuando de pronto ya no recuerdo como, surgió el tema de las ciencias ocultas. Como es usual en estos casos, los presentes comentaban adaptaciones mas o menos fantásticas de mitos y leyendas regionales, nacionales y hasta alguna que otra importada, o bien algún sucedido misterioso que les fuera narrado por sus padres o abuelos; fue así como oímos narrar por enésima vez (y con la misma fascinación de la primera por cierto) asombrosas historias sobre el Pombero, el Lobisón, la Póra, el Yacÿ Yateré, la Luz Mala, etc., etc., así como relatos mas o menos reales sobre las brujas y brujos de los campos y de la ciudad. Cuando llegó mi turno comenté algunas experiencias personales al respecto, y relaté algunos casos supuestamente verídicos que tomé de libros muy antiguos que tuve la gran suerte de leer. De sobremesa discurrimos largamente acerca de magos y magia, hechiceros y hechicería.
Cerca de las tres de la tarde y habiendo vuelto el tema de la conversación al clima, el desfile de comparsas, la situación económica del país... decidí dar un paseo para estimular la digestión. Me puse de pié y comencé a caminar bajo la extensa y frondosa arboleda que cobija con su sombra fresca a casi todo el camping. Luego bajé por unas escaleras de cemento que hace muchas décadas se construyeron en varios puntos para dar acceso a la playa pues el terreno del camping se halla en una situación mucho más elevada. Caminé sin pensar disfrutando del paisaje, deteniéndome de vez en cuando para levantar, ya por su colorido, ora por la rareza de sus aristas, alguna de las miles y miles de piedritas que tapizan la costa. Andando así relajado y tranquilo, encontré junto a la orilla del agua una piedra bastante grande más bien redonda y plana como del tamaño de un neumático. Me senté sobre ella mirando hacia la costa contraria; es la ribera de una ciudad llamada Bella Unión perteneciente a la República Oriental del Uruguay. La siesta era muy clara y se distinguían perfectamente del otro lado cierta actividad, algunos edificios, vehículos, personas... me quede viendo, imaginando los motivos que impulsaban a aquellas gentes, sus costumbres, tradiciones, sus sueños... una voz a mis espaldas me produjo un ligero sobresalto devolviéndome a la realidad. La voz dijo:
- Allí hay una sociedad secreta que opina de la magia igual que vos. -
Miré sobre mi hombro y vi a una mujer de entre cuarenta y cinco y cuarenta y ocho años, delgada, de cabellos negros hasta los hombros, vestida con una remerita muy liviana tejida en hilo de algodón color blanco y un pareo negro largo que le cubría hasta los tobillos.
- Como sabe lo que yo... – comencé a decir pero la mujer me interrumpió diciendo:
- Durante el almuerzo... estaba sentada en la mesa de al lado... casi detrás tuyo, por eso no
me viste... pero yo te escuché hablar.
Mientras decía esto caminó hasta situarse frente a mí con los pies (y las sandalias artesanales de cuero crudo) sumergidas en el agua, y así parada, eclipsando el sol que segundos antes bronceaba mi cara se presentó:
- Mi nombre es Elena -
- Yo soy Julio, mucho gusto – respondí mientras me incorporaba y le extendía la mano.
Solo entonces reparé en sus ojos, obscuros, casi inhumanos de tan enormes, con la mirada mas profunda e inquietante que hubiera visto jamás.
- ¿Vos creés que el ser humano puede ejercer alguna influencia sobre la naturaleza? – me
preguntó.
- Estoy seguro – respondí e inmediatamente agregué: - ¿que me decía sobre una sociedad
secreta en el Uruguay? –
Mirando hacia la costa vecina murmuró como al descuido:
- La Orden Teósofo-Hermetista, pero no te molestes en buscarlos nunca supe de alguien
que los haya encontrado – .
- ¿Usted pertenece a la Orden? – indagué.
- No. Dos veces he trabajado con algunos de sus miembros, pero esa fue toda mi
experiencia con la Orden.
- Disculpe mi curiosidad pero... que clase de trabajos realizaron? –
- Eso te lo voy a decir pero no ahora, lo haré mas tarde. –
- De acuerdo. Usted dijo que no sabía de nadie que haya localizado a la Orden... ¿cómo entonces pudo trabajar con algunos de sus miembros?
- Porque ellos me buscaron a mí. – contestó sonriendo.
- Este encuentro y esta conversación no son casuales ¿verdad? –
- Nada en la vida es casual. Pero eso vos ya lo sabes... –
- Sí, estoy familiarizado con la filosofía de Hermes. –
Los dos callamos mirando hacia Bella Unión, repentinamente, con un desenfado casi infantil dijo:
- Vamos tengo algo que mostrarte – y nos dirigimos por la orilla hacia el norte.
Mientras andábamos, me preguntó la edad y desde cuando me encontraba en la búsqueda. Después que hube contestado sus preguntas me contó que había nacido en Lisboa, y que sus padres la trajeron siendo ella muy niña a la Argentina, dejándola al cuidado de una tía, desapareciendo luego para nunca mas saber algo sobre ellos. Caminamos un rato en silencio, siempre por la costa, hasta llegar a unas formaciones rocosas muy altas y de color oscuro, erosionadas por incontables siglos de intemperie. Estas, desde la playa se meten en el agua del río donde su altura va decreciendo a medida que se adentran en las profundidades hasta que, aproximadamente a cinco metros de la costa, desaparecen por completo. Allí se detuvo mi ocasional acompañante - guía pues para seguir adelante habría que escalar las rocas. Yo me detuve junto a ella. Era un paraje desierto donde algunos arbustos producían escasa sombra sobre la arena que escondía, semienterradas, innumeras piedras de variados tamaños. Estas obviamente iban desprendiéndose con el tiempo de la pétrea muralla que teníamos delante.
A nosotros llegaban quedamente los sonidos del lugar más concurrido de la playa donde minutos antes, tuviera lugar el encuentro que nos llevara hasta allí, a unos 450 metros de aquel lugar.
Entonces, Elena se acercó a la pared de piedra y metiendo un brazo casi hasta el hombro en uno de los huecos de la misma, extrajo una bolsa de cuero gris con varias perforaciones del tamaño de monedas pequeñas. Desatando unas correas que obturaban la boca de la misma, extrajo de su interior un paquete envuelto en papel madera. Volvió a cerrar la bolsa con las correas y depositándola a la sombra de un arbusto cercano me dijo:
- Si querés sentate, va a tardar un rato. –
Me senté sobre la arena, junto a la bolsa gris, y observé.
Apoyándose en un saliente de la roca abrió el paquete y pude ver que contenía un pequeño tintero de metal blanco labrado, una pluma, y un trozo de alguna especie de papel tipo pergamino. Tomó el tintero y quitándole la tapa introdujo en él la punta de la pluma, luego la retiró y con ella comenzó a dibujar algunos símbolos sobre el trozo de pergamino. Parecían caracteres hebreos y símbolos planetarios. Yo los he visto antes en grabados antiguos.
Cesó de escribir y con mucho cuidado quitó el pequeño trozo de pergamino escrito, lo dobló varias veces hasta dejarlo del tamaño de una semilla de naranja, depositándolo luego sobre la piedra que le servía a manera de mesa. El resto de pergamino como si fuera algo muy valioso lo envolvió nuevamente, junto con el tintero y la pluma, en el mismo papel madera y a continuación se acercó a la bolsa gris que estaba a mi lado. La abrió, depositó el paquete dentro y al retirar su mano vi con asombro que extraía del interior un pequeño pájaro vivo, de plumaje marrón, con ambas patas sujetas por una delgada cuerda no muy ajustada que las mantenía unidas. El ave parecía un pequeño halcón o águila, si bien no soy un experto en aves ni mucho menos, el aspecto de este animalito era como el de un ave de rapiña. Me preocupó en ese momento la posibilidad de que fuera a sacrificarla, pues personalmente estoy en total desacuerdo con los crueles rituales de ese tipo. Con cuidado desató el suave nudo de la cuerda liberando las patas del ave. En ese mismo instante una moto de agua pasó muy cerca de donde nos encontrábamos generando olas que fueron devoradas por la arena de la playa. Elena miró el vehículo alejarse hasta que el sonido del motor se hizo inaudible. Luego recogió el trozo de pergamino escrito y así doblado hasta su mínimo tamaño posible lo humedeció en el agua. Después, apretándolo en el puño cerrado de su mano derecha lo dirigió hacia el cielo recitando una oración en perfecto portugués. Con sus dedos pulgar e índice abrió el pico del ave que todo el tiempo sostuvo en la mano izquierda, e introdujo sin dificultad alguna, el trocito de pergamino en la boca del mismo y manteniéndole cerrado el pico unos segundos se aseguró que lo tragara. Ahora le tocaba al ave el turno de ser elevado hacia el cielo, sostenido delicadamente entre las manos de esta extraña mujer que nuevamente recitó una oración, mas corta y también mas enérgicamente.
Luego se internó en el agua hasta las rodillas, y sin más, arrojó el ave al aire.
Este desplegó sus alas y se alejó volando ligeramente sobre las aguas en línea recta hacia la costa uruguaya. Yo seguí con la mirada su vuelo hasta que escapó de mi alcance visual. Supongo que llegó a la copa de alguno de los árboles que desde donde estábamos se podían observar. Elena giró, caminó algunos pasos y se sentó junto a mí. Le pregunté que era lo que acababa de hacer y me contestó sonriendo pícaramente:
- Hace calor ¿verdad?
Como no pude entender a que se refería me quedé callado.
La siesta en realidad era ardiente y el viento estaba calmo. Ella tenía la vista fija en la dirección hacia la cual voló el ave y se mantenía muy concentrada, extática. Yo supe que esperaba algo, y me dispuse a esperar también.
El silencio era casi total. Solo se escuchaba el sonido del agua corriendo por su cause, llegando a la playa y rompiendo suavemente contra las rocas; esta es una de las vivencias más hermosas de la naturaleza, transmite paz y tranquilidad, estimula alguna especie de quietud interior. A quienes no la hayan experimentado se la recomiendo enérgicamente. Es realmente terapéutica.
No esperé demasiado para ver cual era el sentido de todo esto, pues ni cinco minutos habían pasado desde que el ave desapareciera, cuando enfrente nuestro, en cielo uruguayo, unas pequeñas nubes pasajeras se arremolinaron deteniendo su marcha y condensándose rápidamente en una sola nube de color gris oscuro. Crecía vertiginosamente, como si fuese espeso humo fluyendo de algún lugar que yo no podía ver. Daba la impresión de que un gigantesco recipiente de pronto volcaba en abundancia algún líquido gris sobre un inmaculado terciopelo azul. Saltando, impulsado por un reflejo de asombro, me puse de pié. Podía apreciarse como los árboles bajo aquella espontánea negrura se sacudían y torcían sus ramas ante el viento huracanado que incluso agitaba las aguas hasta casi la mitad del río del lado uruguayo. Azorado, oí truenos y vi relámpagos, rayos y descargas eléctricas, donde apenas dos minutos antes solo había silencio y sol radiante.
Una terrible tempestad se había desatado.
Incrédulo presencié la lluvia, la cual en cuestión de segundos se transformó en diluvio que acompañaba el estrépito de ensordecedores truenos. Todo esto sucedía justo frente a nosotros. Tres turistas que pescaban en medio del río, emprendían una desesperada huida a todo motor con la punta de su lancha en el aire rumbo a las costas de Monte Caseros. El espectáculo era a la vez fabuloso y aterrador. Las olas inmensas chocaban incesantemente contra los barrancos de la costa, los árboles parecían aplastados pues casi nada se veía de su otrora dominante verdor, los rayos se sucedían uno tras otro sin solución de continuidad, la feroz lluvia, truenos, relámpagos, y todo así en una vorágine natural que parecía obra de un enardecido genio que todo lo agitaba a su paso. Impresionado me deje caer sentado sobre la arena, supongo que con la boca abierta; jamás había visto u oído algo semejante. Con gran esfuerzo pude distraer la mirada de aquello y observando a mi izquierda vi como los bañistas salían del agua corriendo escaleras arriba. Buscaban refugio en el camping, entrando en sus vehículos o en los edificios comerciales que allí se encontraban, suponiendo ellos que la tempestad en cualquier momento llegaría a nuestras costas. Mire hacia la derecha para hablar con Elena pero ella ya no se encontraba a mi lado sino que nuevamente, con los brazos en alto, sostenía en ambas manos esta vez una paloma de un blanco purísimo al tiempo que mirando hacia la tormenta, lanzaba imprecaciones y conjuros a viva voz y en distintos idiomas. Otra vez la vi adentrarse en las aguas y lanzar la paloma a los vientos la cual, como si de una rutina ensayada se tratase, dirigió su vuelo hacia el asombroso fenómeno. Hoy me parece imposible que la paloma se metiera en aquella tormenta, mas teniendo en cuenta todo lo que en aquel momento estaba sucediendo, ese hecho me pareció apenas normal. Aunque casi hipnotizado por el temporal no pude presenciarlo, estoy seguro que Elena reprodujo todo el ritual con el pergamino, la tinta y la consagración antes de soltar a la paloma.
La tempestad aun persistía sin cambios en su rudeza cuando perdí de vista a la paloma. La protagonista de este suceso permanecía parada de espaldas a mí con las piernas dentro del agua observando sin hacer el menor movimiento. De pronto, los truenos y relámpagos se detuvieron. Poco a poco el viento fue decreciendo en su intensidad hasta que la verde arboleda otra vez pudo distinguirse. Ahora solo continuaba la fuerte lluvia que paulatinamente amainó hasta que minutos después cesó por completo. Los nubarrones que hacía instantes amenazaban cubrirlo todo, ahora se diluían con proteica rapidez y pronto el cielo quedó completamente despejado. Solo un par de nubes tenues y blancas corrían lentas hacia el norte. En la playa, distante unas cinco cuadras de nuestra situación, todavía algunos bañistas señalaban con el dedo hacia el lugar del prodigio.
Elena salió del agua, pasó a mi lado sin mirarme, tomó la bolsa de cuero gris y la puso donde la había encontrado. Después me dijo:
- Vámonos ya. –
El lector se imaginará, por poca que sea su sensibilidad, la impresión que lo narrado arriba, dejó en mi mente. Pero si no se hace una idea, bástele saber que aquella noche no dormí ni un solo minuto, y las dos siguientes, tuve terribles pesadillas. No se debían tanto a lo acontecido en sí, sino a lo que significaba. Quiero decir, una mujer, un par de aves y un poco de tinta y pergamino habían alterado por completo en solo quince minutos los enunciados que la física, química, meteorología, etc., vienen sosteniendo desde hace siglos y que son parte de nuestra cultura, base de nuestra sociedad. Aquel acontecimiento era desde todo punto de vista imposible... sin embargo ocurrió. ¿Que no podría hacer todo un grupo de estos magos organizado y con intenciones non sanctas? ¿Que estarían haciendo ya, desde el oscuro anonimato? ¿No serían el sufrimiento y la injusticia en el mundo el efecto de la falta de escrúpulos y el egoísmo en el accionar de estos? Créame lector carísimo, que algunas de mis intimas convicciones las cuales suponía ya consolidadas, enfrentaron aguda crisis por aquellos días. No obstante tras largas horas de meditación recordé y entendí que por cada echo de maldad hay uno equivalente de bondad, por cada ser oscuro, uno luminoso que es su contraparte; de esta manera se produce el equilibrio supremo que permite la existencia en todos sus niveles.
- Estuvo intenso ¿he? – me dijo Elena con sorna.
- ¿Cómo puede ser? – pregunté todavía sin salir del estupor.
- Simplemente llevé a la práctica lo que vos explicabas teóricamente sobre la magia hace
un par de horas en el camping. –
Lo medité unos instantes. Ella tenía razón. Un rato antes, cuando todavía estábamos comiendo, un turista muy interesado en los temas que desarrollábamos me preguntó ¿qué es lo que usted llama magia?, y mi respuesta fue: Magia es la acción de la voluntad humana dinamizada aplicada a la fuerza viviente de la naturaleza para acelerar su desarrollo. Yo había visto anteriormente los resultados de la influencia de seres humanos entrenados sobre la fuerza viviente, pero hasta ese día, nunca de forma tan impresionante. Desde aquel día me aseguro de entender a cabalidad las ideas que acostumbro definir.
Muchas otras cosas me dijo Elena, antes de alejarse caminando por la playa hasta perderse de vista, pero solo dos mencionaré aquí para no seguir dilatando mi relato. La primera fue su diferida respuesta a mi pregunta de “en qué consistieron sus trabajos con algunos de los miembros de la Orden Teósofo-Hermetista”. Según me explicó, se les pidió durante las inundaciones del año ’86 (las cuales asolaron todo el litoral argentino rompiendo el record histórico) que intervinieran para detener el avance de las aguas, haciéndolas retroceder hasta sus alturas normales. El otro trabajo que realizaron tiene que ver con la política Argentina entre los años ’87 al ‘94, pero los detalles del mismo tienen tal implicancia en la actual situación socio-económica de nuestro país y sus protagonistas, que prefiero guardarlos en secreto.
Por último, Elena me aseguró que algún tiempo después de nuestro encuentro, todo lo vivido allí me sería de gran ayuda, que nos volveríamos a encontrar en situación no muy grata, una catástrofe natural de proporciones.
Esto aun no ha sucedido pero estén atentos, porque cuando suceda, si se enteran de algún cambio repentino e inexplicable en el curso de la dicha catástrofe, acaso reconozcan en ello la magia natural de Elena... quien sabe...quizás hasta pueda presentarles a la dama del clima.

Julio César Gallardo

Texto agregado el 09-02-2006, y leído por 150 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-03-2006 Muy bueno, misterioso, entretenido. 5* sorgalim
 
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