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Los dos cuerpos estaban tendidos sobre el asfalto cubiertos por una manta que hermanaba sus siluetas, con las moscas flotando alrededor junto a las vallas que separaban la vida de la muerte...



La policía seguía la pista de ambos sospechosos escondidos en un aguantadero; Manuel de 16 años y su hermano Luis de 19. Los atracos se habían venido sucediendo desde un año atrás, con la habilidad suficiente como para no dar con ellos. El comisario seguía de cerca el caso por haber sido uno de los damnificados en el cuantioso robo de su casaquinta, las órdenes eran claras: - Tirar a matar. Ambos hermanos eran el sueño de su madre, una enfermera pobre pero condenada a la rectitud moral que los había mandado a la primaria y adoctrinado en las ventas callejeras, aunque ellos solo la veían sufrir al lado de un padre alcohólico y golpeador. En la tarde del sábado el mayor había llegado a la casa temprano justo después de una pelea entre sus padres, Elsa, su mamá, había quedado tendida sobre la cocina bañada en sangre, murmurando: - No le hagas nada hijo a tu padre, por favor no más golpizas – Luis había entendido que las cosas por derecha no lo llevarían a nada así que junto a su hermano y ante la injusticia, decidieron irse para aclarar las cuentas por sus propios medios, el robo a mano armada. La furia juvenil junto a sus habilidades los hacía obtener todo, regalos para su madre, ropa cara, bebidas, drogas, mujeres, habitando el paraíso. Y los asaltos diarios se sucedían cada vez con mas frecuencia, hasta en la residencia del comisario Funez, donde el cobro había sido demasiado grande para salir impunes. Habían tenido que coimear a un suboficial para organizar su estrategia de zona liberada antes de entrar en la casona, estacionar la camioneta dentro del parque y salir huyendo. Pero la recompensa por hallarlos había sido mayor a aquel arreglo donde la autoridad siempre paga más y un llamado a Funez del suboficial dio por truncado el robo.

Los disparos dieron primero en Manuel con sus ojos rendidos ante el suelo, Luis aún permanecía oculto en la camioneta con la mirada perdida en el cuerpo inerte de su hermano. El dolor junto a la ira lo hizo arrancar disparando en todos los sentidos para ser abatido al pisar la calle, no sin antes haber dado en el blanco del comisario Funez que había llegado repentinamente al lugar y sido internado de urgencia.

Por la noche las manos de la enfermera arroparon al paciente mientras en el suero la sustancia blanquecina se iba diluyendo junto a la vida del comisario. Elsa sólo había salido un rato del velatorio porque se sentía mal y aunque nunca pudieron hallar las pruebas en su contra, las fotos en el periódico de los dos jóvenes muertos nunca dejarían de rondar su mente; ahora ella también había sido cómplice...

Ana Cecilia.

Texto agregado el 31-01-2003, y leído por 465 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-09-2003 Bien me gusta tu estilo . brabo. gatelgto
31-01-2003 Fenomenal Ana.Siempre estarás en mi ojos para leerte. Besos.Manuel lorenzomontserrat
31-01-2003 Me encanto. Muchas veces es necesario romper las secuencias de espacio y tiempo para lograr trasmitir todo lo que una situacion asi puede encerrar. Te felicito, me gustó mucho. Besos, segundo
31-01-2003 Muy bueno, sobre todo el final imprevisto y la variación de los tiempos. Saludos. mcavalieri
 
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