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Inicio / Cuenteros Locales / caio / LA CASA DE DIOS (anecdotario de La Bolsa)

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Lo que voy a referir no es una conjunción de mi desvarío y mi creatividad. Tampoco es parte de un deseo desenfrenado de mis sueños. Es real. Pasó; y, aún hoy, eriza mi piel.
Sobre 25 de Junio y Boulevard Sarmiento está “La Feria”, lugar de diversión y acaso donde nacen innumerables anécdotas que ilustran fielmente uno de los mejores cuadros del barrio “La Bolsa”.
Allí comúnmente se presentaban parques de diversiones como axial también una que otra quermés. Santuario de fútbol donde la pelota se embarraba junto con nuestros pies. Hoy, en ese baldío, existe un nuevo santuario; sólo que este lleva el nombre de Nuestra Señora de Lourdes.
Fin de la Semana Santa. Pascua. Todos en la casa de la abuela Cruza aguardaban el momento de los huevos y la rosca de Pascua. Mi tiempo era el que mi viejo señalaba con una frase: “Ahora, si queres, anda a jugar a la pelota”.
Un pasillo con catorce departamentos mediaba entre la casa de mi abuela y la “Feria”, de modo que siempre era el primero en llegar allí para celebrar la sagrada misa del “picadito”, además de ser el dueño de la pelota.
Con el bolo bajo el brazo cruzo el tapial. Comienzo a hacer jueguitos... con dos piedras grandes señalo el arco que da a la pared de colores. A la izquierda, en el muro de los departamentos, veo una gran puerta dibujada en papel madera (vestigios de la quermés).No sabría cómo definir su forma; sólo que en la parte superior había un letrero que decía: “Aquí, vive Dios”.
Sentí inquietud; algo de temor pero también curiosidad. La pasividad no es una de mis virtudes características. Tome la decisión y abrí la puerta. Iba a cruzar. En eso, aparece Mario Barreto. Mira con asombro y dice:
- ¿Qué haces muñeco?
- Nada
- Cómo nada si vi que ibas a entrar ahí...
En ese instante deje ser quien era y otro, no se quién, puso sus palabras en mi.
- Voy a hablar con Dios.
- ¿Con Dios?... y desde cuando te agarro la locura de hablar con Dios.
- Desde que soy su amigo.
- ¡Dale boludo! Mirá si Dios va a tener tiempo para hablar con vos.
- Para vos también tiene tiempo.
- No digas boludeces.
- ¿Queres conocerlo? Vení conmigo; de lo contrario nunca sabrás cómo será tu destino y mucho menos que espera el hombre de vos.
Entramos. La casa era un rancho de paja. Un lindo olor a torta frita matizaba el ambiente. Dios estaba sentado junto a un brasero tomando unos mates y cociendo un par de bolsas de arpillera para hacer unas cortinas.
- Por fin llegaste, Caio. Pensé que ya no ibas a venir.
Los ojos de Mario eran dos lunas llenas. No entendía nada. Tampoco hablaba. Lo miré a Dios, me guiñó un ojo, entonces dijo:
- Sabés que este desorden entre los hombres me tiene preocupado, che. Necesito escuchar un consejito de tu parte.
- ¡Un concejito! Ja, ja, mirá a quien le pide un consejo usted.
- Si, lo se, por eso se lo pido. Acaso no sabés que yo consulto todo con mis hombres?
- ¿Y quiénes son tus hombres?
- Todo aquel que se hace camino y cuyas huellas hacen referencia a un orden.
- ¿Orden? ¿Y vos quién te crees que sós? Por lo que veo, vos, mucha pinta de Dios no tenés.
- Es verdad. Solamente soy la imagen que vos tenés de mí.
- Pero así no te pienso yo.
- Sin embargo no veo lo mismo en tu corazón.
- Qué sabés lo que pienso yo, si ni me conocés... y lo único que sabés de mi es lo que pudo haberte contado el Caio.
- Sólo conosco lo que necesito conocer. Eso, es suficiente para saber cuanta incertidumbre hay en tu alma.
- Incer... ¿qué?
- Incertidumbre, miedo, duda, desconfianza... Todas estas palabras serán comunes en tu diccionario si te decides a hacer lo correcto.
- Lo correcto... mirá vos. ¿Y qué tengo que hacer?
- Simple. Detrás de esas puertas- súbitamente el rancho sólo tiene infinidades de puertas- hay un camino. La que elijas marcará tu vida y sabrás lo que los hombres esperan de vos.
Pensó en las dudas, los miedos y la desconfianza que le generaba la posibilidad de lo desconocido. Se para. Sonriendo, menea la cabeza y pregunta:
- Caio ¿y la pelota?
- ¡Que se yo! Habrá quedado afuera, en el campito.
Eligió la puerta por donde habíamos entrado. Miré a Dios. Él me dijo:
- Para él, la vida será siempre un juego. Vivirá como juega y jugará como vive.
Esa tarde jugamos contra los gurises de la cantera. Ganamos y jugamos como vivíamos... ah y Dios era nuestro arquero .

Texto agregado el 26-02-2006, y leído por 272 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-02-2006 Muy lindo me encantó la forma en que lo cuentas***** Goyo
 
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