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Se cree que Don Eliseo Zarf nació en un pueblo cercano a Rojas en la provincia de Buenos Aires circa 1900. Para otros vulgares historiadores, la cuna sería en las provincias del norte del país. Varios escritos sitúa a Balbanera como su primer barrio; y hasta existen osados que hablan de un pasado alemán.
Don Eliseo nunca dijo bien donde nació; o, en realidad, constantemente lo decía. Contaba que era húngaro pero de familia suiza radicada en argentina; a veces recordaba un pasado judío escapando de los pogroms; y en contados bares se enorgullecía de haber nacido en Rosario y en Madrid y en Caracas. Quíza en aquellos múltiples lugares se escondía una calle de algún barrio donde en realidad respiró por primera vez; o quizá nunca habló de ese lugar y sus mentiras no eran más que escapes, desviós para no recordar su verdadero comienzo de farsante.
Ya por mediados de la década del veinte, el jóven Zarf (si ese era su verdadero apellido) aprendió a ser un profesional de la mentira. Se hacía llamar por los nombres más diversos: Italo, Carlos, Karl, Godofredo, Narciso, Quijote, Dulcinea, entre otros. Fue turista, arquitecto, odontólogo, de los primeros psicólgos, investigador acuático, futbolista retirado, pintor amateur, escritor de recetas de cocina y hasta modelo en latas de arbejas. Su edad variaba como la temperatúra, si tenía 23 años, a las dos cuadras podía envejecer a la par de una compañera con más edad.
La vida de Eliseo (si ese era su verdadero nombre) era mentira, o varias mentiras. Sin embargo él sentía que faltaba un gran engaño. Si la mentira es transformar la realidad, sólo se puede mentir con lo que se puede transformar; así, es fácil transformar la profesión ante los oídos de cualquiera, pero nadie creerá que uno es un anfibio prehistórico porque la apariencia no es modificable. Le fue fácil a Borges y a Bioy ser Bustos Domeq; sólo era una cuestión de nomenclatura; todo seudónimo es un engaño. Pero cuando se lo quería entrevistar al cuentista el engaño se derrumbaba.
Más alla de conjeturas, Don Eliseo se sentía frustrado y acorralado por las dificultades. Es que se presentaba como Jorge ante gente que lo conocía como Isidoro; festejaba su cumpleaños en abril con amigos que lo creía de sagitario; recordaba su infancia en Australia cuando olvidaba que había mentido al respecto.
Si bien dejar de mentir era lo más aconsejable, eligió una solución más apropiada a su personalidad. Decidió no ser más él, o no ser más uno sólo. Cambíaría su ser como cambian los días, cambiaría... tan sólo eso: cambiaría.
Comenzó a disfrazarse de las más diversas formas: un día era un barrendero barbudo, otra tarde un pintor bohemio y pelado, por semanas estaba pelado y enfermo, y hasta llegó a ser negro (este engaño tuvo poco éxito).
Una tarde no se reconoció más. Ya no recordaba su verdadero peinado. Tampoco encontró su verdadera forma de hablar, hablaba en lunfardo con acento cordobés y frases en latín. Ya su nombre se le había borrado del recuerdo, y buscaba papeles oficiales que le identifiquen su verdadera edad. Ya no se entendía a sí mismo. Era muchos, y no era ninguno.
Don Eliseo se disparó en la cabeza en el invierno de 1961. Una crónica de la época decía: "Encontrose un anciano muerto en casa de Villa Crespo. Ningún pariente se hizo al lugar. Ningún vecino logró reconocer el cuerpo".

Texto agregado el 13-06-2002, y leído por 541 visitantes. (0 votos)


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