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... Sabés una cosa? Hace ya un tiempo medio grosso que paso por delante tuyo y de repente me sale un gesto instintivo que es casi una convulsión, viste? Gira mi cabeza hacia la vereda de enfrente y evado la respuesta cuando alguno de mis chicos me pregunta sobre vos, sobre tus días de gloria y del por qué todavía te mantenés erguido, grandote, ampuloso, como ofreciendo tu porte antediluviano a quien restaure las heridas que todos te causamos. Los años, la gente, nosotros, los que cada jueves, sábado o domingo por la tarde nos arrimábamos a vos con cierto dejo de romanticismo para permitirte oficiar ese rol que tan bien interpretabas y que cuando las luces dejaban de ser brillantes te transformaba en una especie de médium entre la platea y el espíritu de Bogart, por ejemplo.Y así en tus fauces abiertas se ganaron guerras, se perdieron duelos entre las calles polvorientas de un oeste solamente conocido gracias a tu particular modo de mostrar las cosas. Quien puede negar que a tu manera ejerciste el tipo de docencia que el pueblo necesitaba. Vos, mi querido cine San Martín, que bien pudiste llamarte Palace, Rex ,Monumental, Plaza, Lumiere, Roxi ,o aquel tan mentado Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore; que importan los apodos. Fue entre tus butacas marrones donde aprendí de chico a asociar la selva inexpugnable del Tarzan de los monos con aquellos verdes cañaverales que subían altos y desparejos por los cielos del campito de la otra cuadra. Y sufrí también con el Santo de la Espada, viendo como su costado humano superaba al bronce refulgente que nos legó la escuela, y con la barra de atorrante piberío de un barrio orillero conocimos las delicias de una matinee dominguera con olorcito a trampa, cuando llegaba la mano implacable del censor de turno asestando un vil tijeretazo en el momento justo. Y así giraron como en calesita la gorda exagerada de Fellini, la jeta de Travolta, el revolver de Ringo y hasta el padre de Michel Douglas meneaba su figura longilínea en el blanco trapo de tu pantalla enorme donde también supo bañar sus curvas la Coca Sarli, mientras un chacal medio chiflado casi lo mata a DeGaulle ante los exorbitados ojos de Sandrini. Y volaban como moscas aquellos bollitos de papel ruidoso que envolvían por un rato la dura pila de caramelos media hora que dormía en el bolsillo del saco, y alguna cachetada atronaba el ambiente mientras un repentino encendido de luces nos dejaba en orsay con la mano derecha a mitad de camino entre butaca y novia. Se pueden escribir volúmenes sobre vos, cine del pueblo. Puedo quedarme corto a la hora de volcar lagrimones y lamentos sobre el blanco papel que convoca al recuerdo. Pero no .Quiero que sigan desfilando en mi retina las ultimas imágenes que tu pantalla inmaculada dejó grabadas en mis adentros: ese dedo largo de un extraterrestre que bajó a la tierra señalando su casa. ET se llamaba, y los raros vericuetos del destino hicieron que te pierdas de conocer a fondo toda la obra de Spielberg, que no goces con los golpes de suerte de Forrest Gump y seguramente tampoco habrá de hundirse el místico Titanic bajo tus verdes aguas de fantasía trunca. Mis lamentos no son los vertidos por la boca de un cinéfilo a ultranza, ni ahí . Los emana alguien a quien la vida le fue robando de a poco parte de lo grato que el mal llamado progreso se va rapiñando en este mundo posmoderno y globalizado. Se va llevando todo ,es cierto, pero no es menos cierto que tampoco tiene la capacidad necesaria para robarnos la nostalgia, que no es poco.
Si estaré jodido que ya ni me acuerdo como empezó todo esto, viejo. Ah si, te contaba que esta tarde pase frente a vos, que a Dios gracias te venís salvando de la piqueta. Que pasé a la tardecita con mis hijos y que como buen bohemio y como buen soñador me decidí a entrar como informal visitante reincidente, sentarme en tus viejas butacas de madera dura y treparme por aquellos treinta y dos escalones de pinotea hasta alcanzar el rinconcito del palco donde Chupete, otro de los infaltables personajes que rodaron con vos, viejo cine de mi pueblo chico, apoyaba su linterna apuntando hacia abajo, a manera de hito fronterizo que delimitaba realidad con ficción. Desistí de hacerlo al comprobar que me estaba poniendo demasiado viejo, demasiado lacrimógeno, y porque supe que mis pibes, jamás irían a tragarse ese verso del resfrío con que intenté justificar el par de ojos enrojecidos y el nudo en la garganta.

Texto agregado el 03-03-2006, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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