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Para mi queridísima Nilda.


Desde hace poco más de dieciséis años, soy madre.
Como la mayoría de los bebés, por suerte para ellos, el mío fue muy deseado; el embarazo, que tanto miedo me daba al principio, resultó ser la mejor época de mi vida. No sólo dejé de fumar sino que me cuidé a todos los niveles, cosa que no había hecho nunca; desde la alimentación a la apariencia, me sentía tan hermosa y llena de vida que únicamente puedo recordar momentos gratos.

Cuando tuve a mi pequeño en brazos me pareció lo más preciado de la tierra, era algo que había creado dentro de mi, una prolongación de mi misma que iba más allá de lo físico; lo más importante del mundo reposaba sobre mi pecho.

A partir de ese momento me ocupé de esa maravilla por encima de todo y me enfrenté con las dificultades típicas de toda primeriza; aprendí la importancia de la paciencia y la tolerancia, entre otras muchas cosas; la vigilia, el estar pendiente, el miedo a la fiebre o al dolor de un pequeño ser que no sabe ni puede explicar lo que le ocurre y a no saber actuar ante esos casos; pocos años más tarde, pude comprender cosas en las nunca había reparado, como el trabajo fuera de casa, la falta de tiempo para cumplir las expectativas de un niño para el cual, su mamá es su mundo; a menudo pensaba en mi propia infancia y en mi egoísmo innato, sé que todos los niños sufren de unas buenas dosis de tal "defectillo", así como de ingratitud, pero nunca me había parado a pensar en ello.

Recuerdo a mi madre madrugando mucho para tener a punto el desayuno con pan del día y un zumo de naranja acabado de exprimir; siempre tenía mi ropa limpia y planchada; a la hora del recreo, en la escuela, mi bocadillo me parecía el más jugoso y apetecible. Llegaba del colegio sobre las seis y allí estaba, mi vaso de cacao y mi merienda. Veía la televisión que yo quería y jamás me acosté sin una buena dosis de abrazos y besos.
Los fines de semana, de forma muy sutil y sin proponérmelo, mandaba yo, siempre se terminaba haciendo lo que yo quería; ¡de cuanta manipulación somos capaces los niños y cómo nuestras madres nos lo consienten!

Fui una niña muy rebelde, y ya no tan niña, mi adolescencia no fue un plato fácil de digerir para mi madre, era muy nerviosa e inestable; podía pasarme horas y horas estudiando, como no tocar un libro hasta la hora de los exámenes, pero siempre me dio la libertad de elegir mi propio rumbo; me aconsejaba, pero no me imponía nada. Hoy debo reconocer que recibí una buena educación y que mis errores se debieron a mi misma y no a exigencias familiares.

Me casé con un hombre que no le gustaba mucho para mi, pero jamás me lo dijo, solo me preguntó, a pocos días de mi boda si estaba segura de lo que iba a hacer. Cuando él me abandonó, jamás me echó nada en cara, nunca escuché ese odioso:
Te lo dije.

Sufrió y lloró conmigo pero no me hirió, se trasladó a vivir conmigo al campo (ella siempre ha sido mujer de ciudad) pero se sacrificó en lo que pudo y no me dejó sola.
Volví a elegir pareja y volví a equivocarme y esta vez mi error nos costó muy caro a las dos, muy caro, y de nuevo, no escuché un solo reproche.

Ahora me doy cuenta de que jamás le di las gracias por todo ello, por tantas cosas, por toda una vida de dedicación y sacrificio, tan solo un modesto regalito el día de la madre. Recuerdo horas en vela por mi fiebre, sufrí mucho de anginas en mi infancia, hasta que finalmente me las extirparon; pero ahí no acabó todo, estuve ingresada y al borde de la muerte y mi madre fue incapaz de comer durante esos días. Me duele evocar todo esto ya que no puedo evitar el sentimiento de culpa; con cada decepción de mi vida, ella sufría a mi lado, a menudo en silencio, yo ni me percataba de todo esto; ahora puedo verlo porque mi pequeño creció y yo soy ahora la madre que se pregunta por qué está de mal humor, por qué no cenó anoche y qué le ronda en la cabeza.
Me pregunto por qué las enseñanzas cuestan tanto y por qué llegan con tanto retraso; tanta entrega, tanto dolor, tanto esmero depositados y cuando te das cuenta...la vida ha pasado sin remedio.

Sigo en mi memoria y por supuesto, llego al día de mi Primera Comunión, ¡ah!
El vestido más bonito era el mío, el peinado más hermoso, era el mío, el mejor banquete, las mejores fotografías. Mi madre estaba realmente guapa ese día, ¡y tan contenta!

¿Cuántas veces ahorró en café para darme a mi mantequilla?
¿Cuántos sábados se quedó despierta esperando por la noche mi regreso?
¿Cuántas lágrimas derramó a solas en su almohada?
¿Cuánto lloró el día que deje mis estudios y no ingresé en la facultad de medicina, como era su ilusión?

Recuerdo sus canturreos en la cocina mientras preparaba una deliciosa paella o esos macarrones gratinados que me enloquecían; siempre me ha gustado mucho comer y ella siempre me tenía alguna sorpresa preparada, que si un rico postre, un bizcocho, unas magdalenas cuyo aroma a limón llenaba toda la casa; alguna de mis bebidas preferidas y fresas con nata….
¡Que recuerdos de niñez me están llegando al escribir esto y que falta de agradecimiento por mi parte!

Mis veranos los crecí en la playa, estábamos jugueteando con las olas hasta que me cansaba, después a comer y a correr en mi bicicleta; me llegan los aromas de mi Mediterráneo y del paseo poblado de pinos de un pueblecito de pescadores donde me enamoré por primera vez. Salía por las tardes con los amigos y subíamos montaña arriba en nuestras “bicis” cargados de guitarras y ganas de cambiar el mundo; ¡que ideales!

¿Dónde habrán ido a parar?
¿Me recordará el Quim, el Enric, la Laura…como yo los recuerdo a ellos?

Muchas veces íbamos a pescar, subíamos a las rocas sin zapatillas ni nada, no importaba, no nos dolían los pies, lo importante era la cara de asco que ponían las amigas cuando insertábamos el cebo vivo en el anzuelo, yo siempre fui muy masculina en mis juegos, yo era la que lanzaba la primera caña y la que no pescaba nunca nada; luego, todos a mi casa, éramos siete, a veces más y mi pequeño piso de veraneo se veía invadido por nuestros gritos de alegría si habíamos conseguido un par de piezas. Por supuesto mi madre limpiaba y preparaba nuestras conquistas marinas, cuando se podía, porque a veces los peces eran tan chiquitos que solo servían para hacer sopa. Recuerdo cuanto trabajo le he dado en la vida y cómo disfrutaba ella viéndonos felices a todos.
También mi casa se convirtió en el punto de reunión para celebrar fiestas y bailes que organizábamos en mi cuarto y que disfrutábamos en la calle, en mi piso no había sitio para bailar, pero sacábamos los altavoces al balcón y nos turnábamos para cambiar el disco; en aquella época eran de vinilo y no había cd´s. Cuando empezamos a fumar, mi habitación se convirtió en la guarida perfecta porque jamás mis padres entraban en mi cuarto, así que estábamos todos a salvo. Ahora estoy sonriendo dándome cuenta de lo inocentes que éramos al creer que no se daban cuenta, ¡con lo que huele el tabaco!

Volviendo al presente, se que lo que más admiro de ella es que no se comportó nunca según el modelo de abuela típico, siempre respetó el patrón de educación que yo quise para mi hijo, aunque yo trabajara fuera de casa y ella fuera la encargada de su crianza; me hago cargo de lo difícil que debe ser para un abuelo no llenar de mimos a sus nietos. Ese respeto hacia mi siempre fue mi admiración hacia ella; consideración, sumisión, entrega...tantos valores que no aprendí en su momento y que ahora siento como una espina que punza mi corazón.

Me prometo que este verano la llevaré a cumplir su sueño, cueste lo que cueste, dar una vuelta en globo; se lo merece, se lo merece todo. Ahora me doy cuenta del valor de una madre y temo el día en que me falte porque se que muchas veces me diré a mi misma:

- Mamá, si estuvieras aquí…!cuanto te necesito!

Hoy, en mi madurez, se que sólo se puede ser hija, después de haber sido madre.

Texto agregado el 09-03-2006, y leído por 517 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
01-05-2006 Un texto digno del día de la madre, precioso, tierno y emocionante. margarita-zamudio
03-04-2006 Me gusto muchísimo. Especialmente el hecho que uno aprende con los años, a veces demasiado tarde, es triste y hasta injusto, ojalá pudieramos ser jóvenes pero con experiencia... Lástima yo no tuve madre, no se exactamente lo que es ese cariño, pero si un padre y un abuelito que me cuidaron y me cuidan con todo su amor... Una vez más muy buen texto Rosa, felicidades por ser madre y mucha suerte... rafudo_
13-03-2006 Muy buenas reflexiones cargadas de sentimientos y verdades. Meha gustado mucho el texto. Sí, a las madres se les debe tanto que en una vida no se les puede pagar todo. Un saludo de SOL-O-LUNA
12-03-2006 No tengo palabras. Para tí todas mis estrellas y un abrazo grande. anyglo
11-03-2006 Ayyyyy que belleza has escrito mi querida cuanto amor y ternura reflejas en este texto!!! gracias!!! hija, madre... lo mas hermoso de la vida es tener el recuerdo sano y puro de los padres y que nuestros hijos tengan el dìa de mañana los recuerdos nuestros esactamente iguales como tu lo has volcado aquî. mis***** para que te iluminen tu camino y el de toda tu familia que Dios te vendiga hoy y siempre. besitosssssss nilda. GRACIASSSSS!!!!!!! nilda
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