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Sus manos se extendían ejecutando los cubiertos a la perfección, cortando y separando los bocados antes de comer el bife de costilla aislado del puré, ya que el solo roce de ellos lo hacía estallar en cólera, con los extremos de la servilleta ajustados dentro del pantalón, el vino tinto rozando la mitad del vaso, los codos apoyados paralelamente sobre la mesa, la jarra de agua perpendicular a su mirada junto al hielo, todo estructurado a su imagen y semejanza. Carlos solía comer sólo en su casa de Palermo rodeado de la eternidad del parque, con su cuerpo estilizado, la mirada pensativa rotando en todas direcciones, vestimenta de marca y rostro rasurado al igual que su cabello. Los labios eran un trazo diminuto de rencor tallado al borde de su rostro, bajo unos ojos penetrantes enmarcados por enormes cejas. Y el ritual de las comidas se mantenía día a día con su lenta y milimetrada ceremonia de orden, limpieza y paz, que eran sus hábitos por norma. Trabajaba como arquitecto en la municipalidad por la mañana, para disfrutar el resto del día a voluntad, aunque la noche también era su mundo. Solía ir al boliche de su mejor amigo y colega Gustavo, el único lugar donde se podía estar civilizadamente según él. La vida había lucrado con su alma en infinidad de puntos que lo hacían vulnerable a todo, una familia, hijos, animales, hasta diría el resto de los mortales que lo rodeaban, para permanecer solo. Pero Gustavo sí lo entendía, con sus convertibles surcando la ciudad perdiéndose en el aire de las calles y las prolongadas charlas de café diseñando sus futuros; él tampoco se había casado, con sus 45 años se mantenía a la espera de un amor distinto. El trabajo se alternaba con algunas reuniones de negocios y otras de placer, a veces Gustavo excedía los límites de la amistad de tantos años llevándole alguna señorita de su agrado que nunca llegaba a ningún puerto junto a Carlos. Esa tarde la ciudad corría por las calles en un fluir precipitado, los cuerpos se deslizaban en infinitos pies de ruedas de un lado para el otro, Gustavo debía ir hasta la capital contigua por negocios, 200 kilómetros lo separaban de allí y con su auto se embarcó en el ferry para cruzar el río que atravesaba la ciudad. Debía ir a la reunión con extremada puntualidad; a su llegada la fachada citadina lo volvió a embriagar, vivír acá es otra cosa - pensó en voz alta - mientras desempacaba en la puerta del hotel. Después de la ducha una mirada panorámica desde la ventana del décimo piso acrecentó aún más su adrenalina para vestirse bajo una sonrisa cómplice con la ciudad. El ascensor, la cochera y luego su convertible llevándolo a destino; el semáforo lo detuvo en la avenida principal impregnada por el tránsito, dobló por la rotonda hacia la autopista lateral para estar más libre de vehículos y alejarse hacia a la periferia. Los negocios se sucedían cada vez más bellos entre las casas, rescatando la estructura edilicia antigua, ornamentados con dicroicas hacia el cielo, no hay caso - pensó - la arquitectura de la capital en nada compite con la de mi ciudad – El tumulto se fue diluyendo a medida que se alejaba del centro, volvió a doblar para conectar con la autopista que lo llevaría a la reunión, justo cuando una pareja con hijos descendía de la camioneta de Carlos; se detuvo de repente estacionando en la banquina, sus ojos no dejaban de asombrarse, era Carlos su amigo de siempre con una mujer e hijos, pero debía llegar a la reunión.
La noche lo trajo de regreso a su ciudad, los empleados ya habían abierto el boliche. Como siempre se sentó en una de las banquetas de la barra a la espera de su amigo, quien llegó unos minutos más tarde: - Hola Carlos ¿ por dónde anduviste? – preguntó ansioso –
- En mi casa como siempre, ¿Vos? – le respondió sin inmutarse –
- Tuve que ir hasta la capital por negocios – esbozó con las pupilas incrustadas en sus ojos negros –
- Ah, lindo viaje hiciste – le respondió en una sonrisa –
- Ya lo creo que sí – murmuró Gustavo sin dejar de observarlo -
Y el diálogo de siempre quedó flotando en el ambiente junto a la música, después Carlos se retiró argumentando aburrimiento.

Sus dedos manejaban a diestra y siniestra los cubiertos, con el vino latiendo entre los labios, la servilleta algo manchada sobre su entrepierna, los codos apoyados en la mesa, el sabor del bife separado del puré, la formalidad, el pensamiento distendido en el follaje del parque, hoy junto a la silueta tendida de su amigo Gustavo paralela y rígida al recorrido de su sombra. Después de comer Carlos se levantó tranquilo para ir a la cocina, allí pudo escribir una inicial más en la interminable fila del anotador colgado en la pared.

Ana Cecilia.

Texto agregado el 04-02-2003, y leído por 498 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-02-2003 Prefiero la mía,es más divertida jajajaja. Me ha encantado la cantidad de detalles que hay en cada cosa que comentas,en cada objeto,en el mismo recorrido de esa sombra... Fabuloso Ana,como siempre. Un beso.Manuel lorenzomontserrat
 
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