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Sí, lo sé. Conocer gente por internet puede ser lo más superficial que hay, incluso puede ser un intento de aprobación desesperado. He conocido un par en estos últimos años, y la verdad, no es nada genial como los quinceañeros de hoy lo describen. Claro, a mis veintiseis muchas cosas han perdido su interés, y como todos los que ya entran a la vida laboral, la vida es divertida sólo tres semanas al año, durante vacaciones.

Salía de un cyber-café. Caminaba por el centro después de haber mandado una postulación a una beca que sabía no me darían. Iba solo, y mi abrigo delataba mi seriedad y quizás mi orgullo por mi trabajo. Ya en la micro, se sentó una chica a mi lado. Jovial, de pelo hasta los hombros y ojos café, escuchaba música en su personal y tarareaba. Poca gente lo hace, unos por temor al ridículo y otros porque cantar en la micro puede ser complicado, considerando que muchas veces ni siquiera saben lo que cantan (esto de los idiomas ajenos…). Al parecer se te habían acabado las pilas, puesto que lo apagó al poco de subir y puso cara de fastidio. Sonreí al verle, y ella lo hizo también. “se me agotaron las pilas”, me dijo. Le conversé amenamente, puesto que su cara cordial y alegre invitaba al gesto. Después de lo típico (el clima, su uniforme, la hora), salió el tema de Internet. Le comenté mis ideas al respecto, creyendo que ella entendería, pero ella, deseosa de mostrarme su joven opción, me explicó lo que para ella significaba, y me hizo una apuesta; que si llegábamos a conocernos por Internet, podríamos ser amigos cercanos, e incluso de esos inseparables. Acepté encantado, y le entregué mi mail mientras me entregaba el suyo. Le respondí claro, que mi trabajo me impedía conectarme seguido y que nuestras conversaciones serían algo cortas.

Vivía lejos de mi casa, pero lo suficientemente cerca como para saber más o menos dónde era. Su pelo tomado se veía bien, y su uniforme verde le hacía juego con sus ojos algo caídos. Su uniforme la mostraba más dura de lo que pude llegar a conocerla en esa micro. La observé alejarse mientras guardaba el papel con su dirección. Ya en casa, logré conversar un poco con ella, pero mi cansancio cedió y fue poco lo que intercambiamos.

Con el paso del tiempo las conversaciones se extendieron, las ideas se alargaron, y las opiniones entraban en contacto, como el mar cuando rompe contra el puerto. Empecé a perder mi apuesta. Mi interés por saber de ti comenzó a crecer, como la luna saliendo en el horizonte hacia una noche llena. Ya no era sólo saber cuál era tu comida favorita, tu nuevo corte de pelo, mi cambio de trabajo. Era entender cosas más grandes, y compartirlas con gratitud. Supe cosas pequeñas también. Tu gusto por las rosas blancas, aunque fueran de tu novio, tu gusto por trotar en mañanas heladas, el gusto por el pelo húmedo y tus intenciones de viajar cuando te sintieras atrapada en esta gran celda llamada capital.

Finalmente, haciéndome el desentendido, y el que nunca te había visto, te invité a salir, y aceptaste gustosa. Fuimos al cine, a tomar café, a caminar la calle triste y gris. Caminamos del brazo, caminamos abrazados, caminamos felices.

Al final del día, tuve que reconocer mi derrota, habías ganado. Pude llegar a quererte tanto como si no te hubiera conocido por la Web. Me sentí anticuado, pero su abrazo aceptando las disculpas me hizo entender que las culpas no eran necesarias. Y me sentí feliz de haberme equivocado.

*Dedicado a la chiquitita, que ojalá tenga dulces diecisiete, y que la vida le ilumine el camino por el que transita.

Texto agregado el 14-03-2006, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


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