El Ojo.

No podían remediarlo. Los habitantes de aquel mundo se sentían continuamente observados. Y no podía ser de otro modo: cuando durante las claras noches de su planeta miraban hacia el cielo veían un ojo enorme y parpadeante que los escudriñaba. El escondite les estaba vedado, pues nada escapaba a la atenta mirada.
El Consejo de Sabios decidió que debía implantar ritos y normas de supuesto agrado para “El Ojo”. Así instauraron códigos que contenían penas severísimas para los infractores de aquellos actos que “suponían” podrían encolerizar al Observador Perenne. También premios y condecoraciones varias para quienes actuasen de acuerdo con los criterios que “ellos” imaginaban que podrían ser del agrado de la Criatura Suprema.
Amoldaron toda su vida a lo que juzgaban que podía complacer a Aquel Principal que todo lo veía y, por tanto, controlaba. Iniciaron guerras y matanzas contra los que se rebelaban contra el Ser; establecieron rituales y ceremonias; sus libros de texto se amoldaron a la “ortodoxia” de los antiguos sabios que primariamente se percataron de la existencia del Ojo. Muchos sufrimientos para quienes disentían se abatieron sobre el mundo eternamente observado.
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- ¿Qué haces, Manuel?
- Nada serio... observando a unas bacterias con este potente microscopio… Parece que se devoran entre sí y...¡qué movimientos tan curiosos realizan¡

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Manuel ignoraba, aún, que otro Ojo, lo observaba a él....