Te arrojas sobre una silla casi con desprecio, te entumeces hasta encontrar la pose ideal, como un contorsionista permaneces inmóvil solo mirando una pantalla resplandeciente y mientras fumas un cigarrillo viejo, te empalagas el paladar del gris humo, la saliva se vuelve más espesa, y tu aliento más rancio. El calor dilata tus poros que emanan un aceite caliente y hacen brillar tu rostro. Adviertes que tu corazón acelera luego de la primera pitada, tus manos temblorosas intentan escribir algo coherente, pero solo escribes esto. Un reflejo de la absurda irrealidad, volcado en un papel virtual, sin sentido, absurdo. Ves por la ventana un edificio, ¿Quién vive ahí? ¿Qué? Dios sabe.
Sin sentido, todo se sumerge en tu volátil burbuja de aislamiento, no entiendes ni sabes, pero prefieres permanecer en la incertidumbre. Vivir sin sentido es uno de tus mayores placeres, esperar el verano, simplemente para no encontrarle sentido a las cosas. Solo se le encuentra sentido a algo; vivir sin sentido. No es un fracaso, es una gozosa victoria. Te metamorfoseas en un vegetal, pero un vegetal con la capacidad de pensar y transmitir. Transmitir ese estado vegetativo tan placentero. Alguna vez alguien tendrá la oportunidad, de trasladarse a este mundo paralelo del sin sentido, y recorrer los esplendorosos paisajes de la nada, el silencio, lo burdo, lo ilógico e irracional. Permanecer enceguecido, aturdido, y paralizado. Pero sin que el deseo de ver, oír, o moverte sea una necesidad. El retiro de la realidad, y el arribo de la desquicia.