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Me despierto. El sol brilla a muerte de retinas. Deduzco que ya es medio día. Pienso en lo inútil que es pensar en levantarse o no de la cama. Me doy cuenta en lo tonto que es pensar en pensarlo. Lo único que cuenta es el acto. La puerta parece abrirse y hablarme. Es rara esa sensación de que los objetos te hablen, pero quizá sea cierto; sí, me están hablando, pero a esta hora de la mañana es difícil entender cualquier signo que ofrezca el mundo. A esta hora, (y no me refiero a la hora en sí, sino a las circunstancias de hecho, que en este caso es el despertar a medio día, que se convierte entonces en mi mañana, mañana en la que las paredes se dilatan y se hacen endebles, como de agua, como mi cuerpo sudado y fatigado después de haber dormido, por un sueño que ya no recuerdo pero que deja una sensación de..., de no sé que y sé que no he dicho nada, pero es difícil explicar algo de lo cual no se tiene una memoria clara; es como haberse emborrachado y haberse dado de palos y botellas en la parranda de la Sinagüero y luego, como siempre, no recordarlo, ni siquiera porque fue una hazaña haberle dado por el culo al Yorr, monstruo horripilante de dos metros de estatura y brazo de elefante, quien ya debe estar buscando al que le partió la ceja y las chatas y de regalito un rodillazo en las güevas y un batazo en la espalda....); todo es confuso. Ya tengo más o menos idea del sueño. Se trata de sentir el cansancio de enterrar el maloliente muerto, de garganta y vientre abiertos, y solo hasta después de haber cavado el hueco y tirado el inanimado cuerpo, darse cuenta que es tu hermano, pero al fin y al cabo no se le da importancia y se continúa echándole tierra; pero al fin y al cabo nada recuerdo y el cansancio de la pelea y la labor ahí se encuentran y me lo confirma un sabor salado de una gota de sudor que resbala por mi rostro y llega hasta mi boca; pero me gusta. Una fresca brisa de agradable olor penetra a mi habitación. Me recuerda que hace más de un mes no pienso en hacer aseo. Total, es poco el tiempo que paso en casa. Calcetines, pantalones e interiores de hace más de dos semanas tapizan mi habitación. Una imagen vaga de ella se pasea nuevamente en mi vana conciencia. No le doy importancia. Dando tumbos finalmente me levanto caminando lento y torpe hasta llegar al baño. Entro directo a la ducha y abro la llave. Tomo agua antes de cualquier cosa. Luego dejo a mi cuerpo bañarse. Siento que me diluyo....vacío... pleno....Entonces toco la piel de mi cara. Pienso en afeitarme y lo hago. Tomo la cuchilla y la preparo. Es difícil luchar contra la sensación de plenitud y vacío al mismo tiempo. Gracias a mi máquina de afeitar me dejo vencer....

Texto agregado el 22-03-2006, y leído por 135 visitantes. (1 voto)


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