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CRÓNICAS DE SAN JOSÉ DE MAIPO

EN BUSCA DEL ORO


Me encontré con Manuel Mesa, “Mesita” a las nueve y cuarto en el Camino El Volcán, a la entrada de su casa que mira a El Ingenio. Es un chileno de esos de la batalla de Yungay. Le dije que el próximo monumento al Roto Chileno, debe tener su cara. Bajo, de bigote recortado, duro como las rocas de la cordillera y sin miedo a nada. Fue minero, boxeador y unos problemas que arregló con su cuchillo le costaron algunos años de vacaciones forzadas. Amigo leal, fiel y generoso como corresponde a un chileno de verdad. Claro que también tiene defectos como su genio violento. Pero no hablemos de algunos de sus problemas, que muchos los tenemos, porque están opacados por sus muchos méritos.
Fue un día caluroso, despejado, con un sol que no daba tregua.
En San Gabriel, al llegar al control fronterizo, compramos unos panes con queso y arrollado y una mineral. Algo para comer y beber en la montaña. Cero alcohol, ya que en los senderos que vamos a recorrer, es muerte segura.
Saliendo del pueblo, por el lado izquierdo del río Yeso, el arriero Héctor Rojas, “El Quico”, nos espera con los caballos en la majada de los Tobar.
Partimos a encontrar una mina abandonada, aterrada (tapada por los rodados), que puede tener oro. ¡Cuantas cosas hacemos y han hecho nuestros antepasados por este metal!
Preferimos irnos por una huella que sube hasta la cima de la montaña, unos 600 metros sobre el río Yeso, ya que la va directamente a la mina esta muy peligrosa. Un hijo de Tobar nos espera para guiarnos. El muchacho la sube todos los días en busca de la majada de cabras que pastorea entre riscos y precipicios. Subimos por la huella de cabras, con una pendiente que nos obliga a detenernos cada tres minutos para que los caballos descansen dos y no se revienten (o sea, se infarten y mueran).
Cuando íbamos a unos ciento cincuenta metros sobre el río, había que pasar un rodado. El sendero se estrechaba un poco pero pasaron “El Quico” y “Mesita”. Seguí detrás confiado y cuando el caballo está llegando al otro lado, pierde el equilibrio y empieza a arañar con las patas delanteras tratando de afirmarse. Fue peor porque desmoronó su punto de apoyo y perdió el control de sus patas traseras que empezaron a deslizarse por la pendiente que nos esperaba cariñosa con sus cien o más metros de piedras movedizas.
Alcancé a sacar los pies de los estribos y me incliné hacia el rodado cayendo sobre mi hombro mientras el caballo rodaba unos catorce metros y con dificultad lograba detener su caída. Mientras, arañando como un gato la pendiente, logré subirme al sendero sin mas lesiones que un moretón en el hombro y un pedazo de uña perdido.
Cuando “El Quico” y “Mesita” vieron que yo estaba vivo y sano, se preocuparon del caballo. El pobre estaba acostado sobre las piedras, observando que hacer, ya que cualquier movimiento en falso lo llevaba precipicio abajo. Afortunadamente al borde del rodado hay matorrales y mientras “El Quico” bajaba con una cuerda para ayudarlo, el caballo se las arregló para atravesarlo y se paró entre estos. Estaba tan sano como el jinete, fuera de unos pelones sin mayor importancia.
Bueno, volví a montarlo y seguimos tras el oro. Creo que si hubiera sido otro el objetivo, me habría devuelto, pero el oro es así, te ciega. Es como la mujer, te lo juegas todo por ella sin medir las consecuencias.


La montaña, a medida que subíamos, cada vez tiene menos vegetación y después de pasar junto a unos preciosos cipreses, los últimos cien metros hasta la cima son sólo de arbustos, piedras sueltas, tierra y una vista hermosísima. Abajo el pueblo de San Gabriel cabe en mi mano. La Central hidroeléctrica de “Los Queltehues” parece un juguete de mis nietos. La hacienda de “El Ingenio”, con sus potreros, montañas, nogales y pueblo, se ve dibujada como un mapa. El río Yeso avanza con sus aguas cristalinas entre montañas. Se junta con el Maipo, que avanza barroso por el otro valle, después del puente El Yeso. Con el nombre de una montaña, “Los Chacayes”, bautizamos al queso de cabra de Juan Tobar, “El Largo”, que estamos comercializando con mi hijo Raimundo.
Volvimos con la muestra mineral. Yo bajé un buen trecho a pié y después volví a montar. La experiencia me había dejado muy sensible, por no decir temeroso, aunque ahora quiero repetirla “para matar el chuncho “.
Cuando llegué a la parcela, después de tomarnos una cerveza en el restaurante “La Frontera” de San Gabriel, me esperaban los sobrinos de la Leonor, la profesora mas querida de la zona, con dos niños y sus parejas, preparando su comida en la parrilla, junto a la carpa en que dormían. Vinieron por tres días.
Al día siguiente el alcantarillado había colapsado. Parece que se recargó. Que le vamos a hacer. Todos tenemos cierto tipo de necesidades y cuando aceptas una visita debes suponer que también las tiene. Pero todo bien. Gente buena, simpática y el sistema ha recobrado su normalidad.
Mi gato negro, Micifuz, está vivo. ¿Le llevé alguna de sus siete vidas para salvarme?. Tal vez, más no fue necesario llevárselas todas. Pero tengo que advertirle que tiene menos vidas y debe cuidarse más. Hay zorros y águilas que quieren darse un festín con él. Pero Micifuz es cuidadoso. Sale a incursionar detrás de mí y vuelve como celaje cuando entro a la casita. “Le tiene apego a la vida”, como decía mi suegro, Santiago Alonso, de los demasiado cuidadosos, por no decir, miedosos.
Los tordos se posan sobre los gigantescos pinos. Los quiero como los druidas querían a los cuervos. Pero aquí los matan porque comen fruta. ¿Y que quieren que coman? Tal vez los cerebros de los desconformados que no los aceptan. Los protejo y aquí se refugian. Vengan todos los tordos que yo los cobijo.
¿Y el Oro? Analizaremos las muestras para ver su calidad.
Es la apuesta. Todos queremos ganar y “la excepción confirma la regla”.
Veremos que pasa.
Pero hay cosas que valen mas que el oro.
Por lo menos para mí.
Como dijo el poeta persa Kisai, al vendedor de rosas: “Tú que vendes rosas ¿por qué las vendes por dinero? ¿Qué puedes comprar con el dinero de las rosas que fuera más gracioso que las rosas?”.
Agrego: ¿Qué puedo comprar con todo el oro del mundo más gracioso que los seres que amo?
Voy tras el oro, sin perder el juicio.

San José de Maipo, 20 de Febrero de 2006. Juan Carlos Edwards Vergara

Texto agregado el 26-03-2006, y leído por 175 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-07-2006 Sencillamente atrapador de principio a fin. Me gustó mucho. Las imágenes son claras al igual que los mensajes. Te felicito. ***** fabiangs
20-06-2006 Me parece asombroso la forma que llevas tus letras,se sumerge uno como participando y viendo la fotografia en los poros*5 terref
28-03-2006 !Caramba!, ¿aún no te han descubierto??. Lo de finalizar en el océano ha sido real, aunque te parezca extraño... Y ya te dí estrellas pícaro! Pero si querés más, acá están!!***** MujerDiosa
27-03-2006 Me gustó y mucho!!, ¿así que ha sido verdad nomás, eso de la caída?. Por suerte no se hicieron gran cosa. La reflexión última estuvo excelente. ¿Y cómo no te voy a dar mis estrellas?***** MujerDiosa
 
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