Tomo la pluma y escribo. Escribo desde el sótano del laberinto. Escribo desde la oscuridad que sostiene al sol. Escribo desde ese lugar en el que se construyen los adornos y las fastuosidades de la vida exterior. Escribo desde el recuerdo del horror y el no querer volver a eso de ninguna manera.
Tomo la pluma, realmente no sé que pluma , no se si la de la esperanza o la del miedo. Descubro que mi vida es gobernada muchas veces por el miedo. Y eso me quita poder.
Escribo desde el recuerdo de la locura y desde el interior lacerado de la niña que abrió los ojos y por fin sale de su cautiverio para ver la luz del sol. Estoy plantada en la plena ambigüedad de la alegría de salir del rincón oscuro y la tristeza de dejar el lugar que me dio a mis hijas. Me duele ser feliz cuando se que de esa tristeza anterior y ancestral surgieron las dos flores más hermosas que me adornan, las dos perlas brillantes y trasparentes que alguna vez soñé.
Me cuesta pensar que desde lo mas profundo de la noche surge un sol radiante lleno de gracia y vida.
En esa ambigüedad vivo. En esa ambigüedad transcurre mis días. Serán pocos, la solución al enigma está dentro del mismo laberinto. Vuelvo al encierro, para seguir pensando en no volver.