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Inicio / Cuenteros Locales / pearl_69 / Diosas de carne.

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Apolo ha sido hospedado por el rey Admeto, en Feras, y para agradecerle sus atenciones le ofrece un inusitado y grandioso regalo: el soberano podrá escapar de Tánatos, la muerte, si encuentra a alguien dispuesto a morir en su lugar. El rey pregunta a sus ancianos padres su harían este sacrificio. Ellos se niegan, el amor es el amor, pero la vida es la vida. Es Alcestes, su dulce esposa quien se ofrece. Admeto acepta el sacrificio. Ella muere y baja al Hades, el reino infernal. Admeto la llora abrumado por el dolor.



Un manantial en el hades. Alcestes moja sus pies en la orilla. Los observa mientras juega con ellos. De pronto se da cuenta de lo horrible que parecen, como si fueran de otra persona, con esos cinco minúsculos apéndices blandos y curvos, como una familia de gusanos.
De la oscuridad emerge una presencia familiar que se acerca lentamente hasta sus espaldas. Alcestes sin voltear. Es su madre.


Alcestes.- Ayer ¿Se dice ayer aquí abajo? ayer me acerqué a un espíritu (Silencio) Le pregunte si podría enviar una carta al mundo de los vivos. (Su madre le acaricia los cabellos sin tocarla) Me respondió que no hay mensajeros entre la tierra y el hades. (Silencio) Guardé la carta para mí.

Madre.- ¿Era para él?

Alcestes.-A veces escribimos cartas para nosotros mismos.

Madre.- ¿Era para él?

Alcestes.- Pero en realidad las escribimos a nosotros mismos.

Madre.- ¿Era para él?

Alcestes.- No (Juega de nuevo con sus pies en el manantial. Ríe.) Has escuchado mis ideas ¿Verdad? (Ambas ríen) Sí, era para él.

Madre.- Vaya ocurrencia la tuya. Nunca fuiste muy ingeniosa. Pero tratándose de bromas, aquí nos contentamos con poco.

Alcestes.- Siempre has tenido una lengua muy filosa, veloz como un látigo. Ahora veo por que tu sarcasmo le gustaba tanto a mi padre.

Madre.- Aquí no se hace otra cosa que vagar suspirando. (Camina) No hay nadie que quiera intercambiar una ocurrencia (Se sienta a su lado y se ven fijamente) A estas alturas ya no se cambia. Aquí cada quien es lo que ves. (Alcestes se empieza a sentir vulnerable y solloza. Su madre la abraza y consuela. Levanta el rostro de su hija) Por eso estoy aquí, hija mía, para decirte que no lamentes tu suerte. ¿O deseas pasar la eternidad lloriqueando al vil de tu marido, quien por tener tanta sed de vivir te entregó a la muerte, en lugar de aceptar el destino como hacen los mortales? (Alcestes se levanta y camina)

Alcestes.- ¿Cómo haces para saber lo que sucede allá arriba?

Madre.- Aquí se sabe todo de todos. Todo transcurre ante nuestros ojos como un eterno espectáculo teatral. No esta mal cuando te acostumbras Sólo que no puedes intervenir: así es como vi tu fin, hija mía.

Alcestes.- ¿Y entonces yo también podré ver a mis hijos, a mi bebé, a mi pequeña cantándome una canción?

Madre.- Sólo cuando dejes de llorarlos, la vista se le otorga sólo a los que aceptan su destino. De nada sirve gemir por la vida que se ha extinguido. (Se incorpora y va hacia su hija) Si yo hubiera estado viva y me hubieras pedido consejo, jamás habría consentido que le regalas tu vida a tu esposo.

Alcestes.- (Que la ve con estupor) Siempre fuiste una mujer fiel y devota a mi padre ¿No es así como debe comportarse una esposa? ¿No es eso lo que me enseñaste con la palabra y con el ejemplo?

Madre.- (Enérgica) ¡No! No con un marido tan ingrato. Él no pensó hacer lo contrario, tomarse el derecho de morir para salvarte a ti. Demasiado enamorado de la vida.

Alcestes.- ¿Acaso no lo estamos todos, madre?

Madre.- Sin duda, pero tu menos que él. Aceptaste dejar a tus hijos por amor a él, para permitirle quedarse en el mundo.

Alcestes.- (Casi en susurro, apunto de las lágrimas) Fue una terrible elección. (Su madre la abraza y Alcestes llora en su pecho).

Madre.- Lo sé... Lo sé. (La tranquiliza y le busca el rostro) No temas, ahora es él quien te llora, y sabe que no hay remedio. Está furioso con su padre, quien siendo un anciano enfermo se negó a sacrificarse; no lo quiere volver a ver, y en su locura tampoco a su madre. Se quedará llorando el arrepentimiento de no tenerte a su lado, oprimido por tu ausencia que no puede ser llenada, vivirá una vida que no es vida. Dime ¿No era mejor morir, y aceptar los designios de Apolo y dejar que vivieras tú? Te casaste con un idiota. Será rey, pero es un idiota, vencido por el sufrimiento, con el rostro hinchado por el llanto. Un pusilánime que llora cuando ya es demasiado tarde.

Alcestes.- (Voltea hacia arriba esforzándose en ver. Se frota los ojos como tratando de borrar una espesa niebla) No puedo ver nada. (Se derrumba)

Madre.- Si quieres ver lo que pasa allá arriba debes aceptar tu suerte.

Alcestes.- (desesperada) Pero si ya la acepté, de lo contrario no estuviera aquí.

Madre.- No es verdad. Si la hubieras aceptado, si estuvieras en paz con tu destino, podrías ver. No ves porque sabes, como yo, que lo que hizo Admeto no es correcto, y eso te atormenta.

Alcestes.- No es cierto, yo amo a mi esposo...

Madre.- (Interrumpiéndola) ¡Ya olvida de una buena vez esta comedia de la esposa perfecta! Nadie es perfecto, ni siquiera los dioses. También ellos son iracundos, envidiosos, frívolos, codiciosos ¿Por qué tendrías que ser mejor que ellos?

Alcestes.- ¡Madre tú tampoco aceptas mi suerte! Tú también debes tener la vista nublada por la rabia.

Madre.- Pero la que veo, aquella por la que tengo coraje, no es mi vida. Es la tuya. (La ve con ternura, y se aleja lentamente. Desaparece)

Alcestes.- (Se queda observando el manantial, con la mirada perdida, asimilando las palabras de su madre. En la parte superior por la derecha aparece el rey Admeto arrastrándose lentamente. Alcestes levanta el rostro) Perdona esposo mío, porque te adoré, y creo amarte pese a todo. Se necesita tiempo para llegar a este amor, y tiempo es lo único que tengo. Tal vez, y digo tal vez, También tú debiste dejarte llevar por una furia similar cuando te hice saber que moriría por ti, que ofrecía mi vida a cambio de la tuya. Tenías que haberte negado, protestar, llamar a nuestros hijos y ponerlos en mis brazos, y suplicarme que viviera por ellos, con ellos. Y afrontar tu destino, el tuyo. Era el tuyo. (Se acerca al rey que está en el centro del escenario, se sienta sobre su espalda) Quisiera decir que cae la noche, pero no es cierto. Aquí esta siempre sombrío, gris, inmutable. Me gustaría decirte que te extraño, más no es verdad. Es como si se escurriera algo del amor que te tengo por una grieta profunda. (Se levanta) Empiezo a entender que aquí abajo no hay dolor; hay si acaso su ausencia, y la ausencia comienza a curarme, empiezo a sentirme como un verdadero espíritu (Se acerca al rostro del rey y le habla con ternura) Habrá paz cuando sea un espíritu. Eres tú quien no tiene paz, y no creo que la merezcas. (Le da un beso en la frente. Se acerca de nuevo al manantial. Se sienta y mete sus pies al manantial, como al inicio)

Telón.

Texto agregado el 05-04-2006, y leído por 155 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-04-2006 Ohh my dear!! Tu talento va más alla de la poesía. Me sorprende esto y me parece que he descubierto algo más en vos. Por esos sos el mejor, porque siempre me sorprendes. Un saludo! xwoman
 
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