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Nací una tarde de Invierno.
Es extraño saber de alguien que nazca en la tarde, porque casi siempre el destello de luz llega cuando el alba rompe en el horizonte, y por lo mismo fue poco usual oír al varón interrumpir la paz de los neonatos soñando en sus cunitas con un llanto desafinado y entrecortado.
Ese mismo instante en que la lluvia golpeaba los vidrios del hospital de la pequeña ciudad sureña de Chile, en Francia se conmemoraba un aniversario patrio más; y ese mismo año el Rey del Rock daría su último concierto bajo las multicolores luces de Las Vegas, sudoroso y cansado, pero en su mejor momento.
Nací una tarde, a eso de las 17:30, cuando servían la merienda en las salas, por eso puede ser el amor por lo culinario.
Nací cuando el mundo aun escuchaba disco y las fotos a colores eran un lujo de pocos.
Nací en una familia extraña, llena de gente rara: vascos, judíos, gitanos y paitocos.

Luego emigré con mi gente al otro lado de los Andes, pasado el Río Paraná, donde los ríos se unen y encajonan un país en una mediterraneidad encantadora.

Viví, crecí, me eduqué y caminé descalzo en las calles empedradas de Paraguay.
Dejé primos, tíos y familiares lejanos, todos quisieron seguir bronceándose en las tierras guaraníes a voluntad. Mi madre no quería quedarse, pero la muerte la dejó sepultada en ese roja tierra con palmeras y tardes eternas con aroma a flor de coco.

Regresé a Chile.
Al lugar en donde había nacido: la misma casa, las mismas calles, las mismas personas, los mismos familiares extraños.
Seguí creciendo, me seguí educando.
Me casé y tuve a mis dos retoños: Hermosas Princesas nacidas en mi tierra natal, bajo el mismo cielo y bajo el mismo techo. Creciendo en los suelos de la Isla de la Laja, al amparo del río Bio-Bio, en la hermosa región en medio de los Andes y el Océano.
Me separé.

Sigo creciendo, me sigo educando.
Sigo aprendiendo a conocer a las personas.
Sigo aprendiendo a desconfiar de la gente.
Sigo sabiendo que es mejor un perro que un vecino.
Sigo convencido que la vida es una quimera.

Nací una tarde de invierno.
Y es extraño saber de alguien que nazca de tarde, sobre todo en invierno, pero más extraño es saber que aun sigo vivo.

Texto agregado el 09-12-2003, y leído por 334 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
30-12-2003 Que bien lo haces dion! Que bien!. Ese manejo del cotidiano con lupa, con la ironía bailando sobre el filo de la cornisa que es tan tuyo. Es un placer leerte. gracias por compartirlo hache
09-12-2003 Lo dicho: éste es un texto EXCELENTE, sabía que tienes mucho para escribir y que no había razón para tener estancado este genio creativo. No es necesario esperar la tan sobredimensiona inspiración, a veces basta con estos detalles que no todos conocen y que a pesar de pertenecer a tu vida, constituyen un muy buen tranajo literario... ¿no le parece?. Más le vale que le parezca. Besos y gracias. blanquita
09-12-2003 un texto intimo, con esa aparente facilidad de lo cotidiano. muy bueno. Martin_Abad
09-12-2003 lindo, muy lindo moniquita
09-12-2003 Mis estrellas para un hombre que escribe maravillosamente bien, para quien revela en este escrito parte de lo que es y que permiten conocer más aun su esencia. Dion, esto es precioso hay una sencillez y una belleza que sobrecoge, no podía ser de otra manera, no podía ser que nacieras a otra hora que en la tarde, cuando ya se prepara al descanso, al reposo para acariciar al hijo que más tarde tendría la más hermosa mirada. Creer en las personas, no importa lo malo que nos suceda, hay que soñar y volar con este don de las letras que posees. Un abrazo. FaTaMoRgAnA
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