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Profundos recuerdos

Me es muy difícil explicar como empezó todo, y más lo es decir cuando es que va a terminar, si es que esto tiene final. La casa a la que nos habíamos mudado era un sueño. Estaba situada en una colina muy alta, desde donde se podía divisar el pueblo en toda su extensión. Para mí que contaba con 12 años, el césped que era parte de la entrada de la casa y su empinada posición era una extensión de cielo. La adrenalina bañaba mi cuerpo en oleadas y no podía esperar a que se termine la mudanza y poder revolcarme en el pasto que parecía estar llamándome. Luego de una ardua tarde, en la que me vi obligado a bajar todos los bultos de la mudanza, y después de tomar una merienda lo más rápido que pude, me dejaron bajar al pueblo, pero sólo por unas horas, y hasta antes de que oscurezca. Calcule que tenia una hora para investigar, y con eso me bastaba, si al fin y al cabo mi padre se había mudado aquí para terminar de escribir su libro y buscar tranquilidad, así que el que yo no esté en casa ya le ofrecía bastante sosiego. Baje corriendo por la ladera y no me detuve hasta llegar a la entrada de Saint City. Si me pidieran una descripción del lugar y dijera pequeño, me quedaría corto. Contaba con una tienda donde comprar comestibles, atendida por el señor Praver (del que más tarde me haría amigo), un hombre mayor con una cara curtida de arrugas, como si estuviera hecho de telarañas. También atendía el negocio, aunque en contadas ocasiones, su mujer Annete, pero la mayor parte del tiempo estaba el señor Praver detrás de la barra y con una sonrisa a flor de labios. Estaba también la barbería, el bar que parecía encontrarse ahí desde que el pueblo fuera fundado y una ferretería que ostentaba un cartel que colgaba en la puerta: “El gato tuerto” rezaba, y no fue difícil darme cuenta el porqué. En el alféizar de la ventana estaba el gato, al que no solo le faltaba un ojo, sino que con el único que le quedaba podía hacer que un escalofrío me recorriera la columna cada vez que lo miraba. Así que ya desde el primer DIA, me dije que solo en caso de extrema necesidad, iría a comprar algo a la ferretería, y solo después de haber utilizado todo tipo de excusas para escaparme de esa responsabilidad. Estaba desencantado con el lugar, pareciera que el pueblito se hubiera quedado estancado en el 1900. Del otro lado de la calle se podía divisar la entrada del bar, pero a esta hora de la tarde se veía poco movimiento.
No hay mucho mas del pueblo en si, un par de casas repartidas, un hotelucho de 2 estrellas, que dejaba mucho que desear y muchos porches con mecedoras ocupadas por gente mayor, que tenia como máxima preocupación el quedarse sin tabaco, y su única ocupación era mirar pasar el tiempo por delante de ellos. Cuando terminé de descubrir lo poco que tenia el lugar para ofrecerme, decidí regresar al hogar. Luego de cenar, fui directamente a la cama sin chistar, así al DIA siguiente no tendrían nada para reprocharme cuando pidiera pasar el DIA afuera.
A las 8 de la mañana ya me encontraba despierto y más hiperactivo que nunca. Desayune lo más rápido que pude, y salí a revolcarme por la empinada de la parte delantera de la casa. Luego de haber pasado la mayor parte de la mañana rodando, empecé a aburrirme por lo que, después de pedir permiso, decidí bajar al pueblo. Lo primero que hice al llegar fue ir hacia el negocio del señor Praver, del que me hice amigo casi instantáneamente.

-Hola hijo- me dijo con esa voz de abuelo que parecía saber todo. así que tú y tu familia se mudaron a la vieja casa de los Greenway eh?

-¿Cómo lo sabe? - logre preguntarle y difícilmente pude ocultar mi rubor.

-Hijito, en un pueblo chico, las noticias corren como reguero de pólvora. - al ver que no entendía lo que quería decir empezó a reírse, y me contagio a mí también. -¿Bueno, vienes a comprar algunos dulces?

-Quisiera saber si hay algún chico de mi edad con quien pueda trabar amistad. - le dije poniendo mi mejor cara de serio. Grande fue mi sorpresa cuando el señor Praver meneó la cabeza y en su cara se instaló una mueca de tristeza.

-No hijito, en este pueblo solo quedamos los adultos, ya hace mucho que los niños se han ido y dudo que regresen. - No podía haber quedado mas sorprendido por la respuesta. Que en un pueblo no hubiera chicos de cualquier edad es para erizar los pelos de la nuca.
Me pareció sumamente extraño y así se lo hice saber.

-Hijito, no conviene que te metas con temas de adultos, mi único consejo es que te mantengas alejado del lago. Mas por ti no puedo hacer. Los chicos que vienen, se quedan pero no por voluntad propia, y nosotros los adultos nada podemos hacer, creo que así esta escrito, dijo enigmáticamente. - Dicho lo cual se dispuso a atender a la señora que había entrado y me ignoró completamente.

Salí del lugar con mas dudas que certezas. ¿Qué había querido decir con que los niños se habían ido?. ¿A donde?, ¿Y donde se quedan? ¿Y que era ese lago tan misterioso?. Subí la colina con estas preguntas rondándome la cabeza y me dispuse a almorzar y a descansar en la casa, ya que el sol sobre mi cabeza se empeñaba en calentar demasiado esta vieja tierra.
Esa tarde había decidido que la parte delantera de la casa ya no guardaba secretos para mí, así que me interne en la parte de atrás. Una maleza que no se había podado en años crecía incontenible a las sombras de la casa. Dudada si internarme en esa jungla, pero al final me decidí, movido por una fuerza que me arrastraba inexplicablemente. Los árboles, enredaderas y plantas, estaban tan entrecruzadas que la luz casi no podía filtrarse entre ellas. Era como atravesar un túnel verde e infinito. Por mas que uno se esforzara, no podía ver el final, parecía una ilusión óptica salida del pincel de un pintor loco. Esto hacia más grueso el halo de misterio que rodeaba el lugar, parecía extenderse infinitamente, no solo hacia a adelante sino también hacia atrás y hacia los lados. Había llegado un punto en el que por mas que quisiera no se podía retroceder, solo seguir hacia adelante. El sudor me bañaba el cuerpo y hacia que la ropa se me pegara al cuerpo, logrando que me molestara, pero solo tenia una idea en la cabeza y era averiguar donde era que terminaba esta jungla y que secreto ocultaba, si es que había alguno.
En el instante que las fuerzas abandonaban mi cuerpo, y con los brazos magullados por las espinas de las ramas que me rodeaban, caí al piso casi inconsciente. No sé cuanto tiempo paso desde que me desmayé, pero debía haber sido mucho ya que la noche se había cernido sobre mi prisión. Cuando me levante, la ropa crujía ya que se había secado el sudor y ahora la encontraba bastante tiesa. Irónicamente perdí el sentido de orientación, porque hacia donde mirara el paisaje era el mismo. árboles que crecían apretujándose unos a otros, ahorcados por enredaderas y rodeados de ramas llenas de espinos.
decidí ir hacia el norte (o eso creí), acompañado tan solo del viento que silbaba entre los árboles. No había hecho mas de diez pasos cuando me encontré con un claro. Una extensión gigantesca que estaba dominada por un lago. De noche sus aguas se veían negras, pero lo que más me maravillo del lugar eran las millones de luciérnagas que bailaban sobre el lago mientras el reflejo duplicaba la cantidad de insectos. parecía un lugar mágico y casi logre sentirme que era "mi" lugar. Me acerque a la orilla a ver mi reflejo y a duras penas ahogue un grito de horror. La imagen que me devolvía el agua no era mi reflejo sino, un chico que tendría mas o menos mi edad. Pero no solo eso, sino que era hermoso. Unos ojos de un color verde asomaban encima de unas mejillas que parecían esculpidas en mármol. Cuando me repuse del primer susto asome de vuelta la cabeza, pero en este caso en vez de un muchacho, había una niña, que me devolvía la mirada desde las entrañas del lago. No me sorprendió tanto como la primera vez, pero también en este caso quedé prendado de su belleza. Poco a poco fueron apareciendo detrás y al lado de ella, mas chicos, todos también bellos y de edades que iban desde los nueve hasta los quince años. parecía una comunidad de chicos perfectos oculta bajo la superficie espejada del agua. Me hubiera quedado toda la noche observándolos embelesado, sino fuera porque la niña que se encontraba debajo mío me llamó con la mano. Sus movimientos eran lentos, casi hipnotizantes, y cometí el mayor error de mi vida, sin pensarlo, me lance al lago.
El shock del golpe de agua fría hizo que despertara un poco de mi estado de ensueño. Varias manos me agarraron de todos lados, y al intentar gritar, lo único que lograba era perder el poco aire valioso que quedaba en mis pulmones. Las criaturas que me estaban palpando eran los chicos, pero lejos estaban de la belleza que yo había descubierto. Sus cuerpos estaban cubiertos de escamas y algas, sus dedos tenían membranas interdigitales y sus cabezas si bien guardaban una forma vagamente humana, se asemejaban a horribles pescados. El agua que me rodeaba sumada a la oscuridad hicieron que el miedo se dispersara y se cerrara como una tenaza sobre mí.

El frió me calaba hasta los huesos, y la sensación de estar cayendo a un lugar sin fondo, pero a una velocidad ridículamente lenta no hacia mas que desesperarme.
Ahora aprendí a sobrevivir aquí abajo, alimentarme de las algas y esperar. Porque uno siempre espera aquí abajo. He olvidado como llegue o quien era antes, solo espero que en la superficie aparezca otro chico, y venga a hacernos compañía. Me es muy difícil explicar como empezó todo, y más lo es decir cuándo es que va a terminar, si es que tiene final. Aunque, pensándolo bien, no se esta tan mal aquí abajo. No cuando uno se acostumbra al frió, la oscuridad, la profundidad y el lento pasar del tiempo, que aquí se hace infinito.
Fin

Texto agregado el 18-06-2002, y leído por 927 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
13-11-2002 Me gustó mucho tu cuento, las descripciones que haces estan excelentes, me encantan las decripciones sobre todo por la forma en que las concebiste acá...muy bueno, en serio! Besos Dawnie dawn
24-06-2002 Sorpresa.Tal vez la expectativa creada por los cuentos anteriores me hizo presuponer demasiado.Vamos Bizarro...dejame adularte con tu proximo cuento Bondiola
 
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