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.:: en realidad este cuento es un ejercicio del taller de creacion literaria a donde asisto ::. .:: un arduo anticuario encontró detaras de un cromo muy viejo el rostro de un cristo ¿por que alguien lo habria puesto ahi? este cuento es mi teoria ::.

El divino rostro

Esa noche llegaste hasta el copete del trabajo. Tú estúpido jefe que parece que solo espera a que sean la nueve para decirte: lánzate a hacerle un paro al Moco a limpiar Juárez. Con una microscópica mirada de vete a la chingada le contestas: si pinché carbón.

Empuñando el trapeador con los hombros caídos y la cara grasosa dejas que se aleje; acomodas tus lentes de gran graduación de los que ya estas acostumbrado a que machaquen tu tabique.

En el camino subterráneo te mantienes cabizbajo, después inspeccionas a la gente, es en lo único que te puedes divertir, te entretienes en sus ojos, en la asquerosa vida que reflejan; en lo repulsivo del mocoso que aturde con sus chillidos, en la gorda que te respira al oído, en la pestilencia del tipo de al lado. Todo esto te hace aborrecer más y más este mundo o mejor dicho gusanera a la que finalmente también perteneces. Gracias a tu misantropía optaste por la vida callada y te encierras en tu odio.

! Quiubole mi ojos pelados ¡ ahh ni pa que te mandaban ya casi termino; nomás ayúdame con los baños. Los putos baños (piensas). Asientes con la cabeza. Terminas con el vomito a flor de boca.

El regreso es soporífero. Despiertas nauseabundo dos cuadras después de donde sueles bajar; asustado corres a la puerta; dos jóvenes se burlan de ti. Pinches babosos (piensas).

Metes la llave en el cerrojo y antes de que gires para abrir, la puerta se abre drasticamente, una cachetada te da la bienvenida; voltea tu cara, desacomoda tus lentes te hace encabronar pero no dices nada. ¡¿Por qué llegas a estas horas?!!!¡De seguro andabas de pervertido otra vez puerco! en es momento te acuerdas del pleito de hace dos días; la pinché vieja había encontrado tu tesoro, aquellas fotos que tomabas en el tren a las muchachas con falda. ¡Cuanto trabajo te habían costado y cuanto las habías gozado! Hasta que la pinché vieja las halló y dijo que eras un puerco, que por eso no te habías casado, que te las había quemado todas y entonces te encerraste en el baño y mientras orinabas lloraste con odio porque las amabas, por que te habías enamorado de cada una de ellas; porque al igual que una conquista te habían costado trabajo. Entonces pensaste en vengarte pero no se te ocurrió nada.

La vieja seguía ladrando, pero te perdiste en aquel pensamiento hasta que llegaste a tu apestoso cuchitril del que ya estaba acostumbrado tu olfato. Volviste en ti. Dentro del aparente desorden calculabas milimétricamente tus pertenencias; otra vez los periódicos estaban en desorden. La vieja había hurgado de nuevo tus cosas. A pesar de la habitual oscuridad general de la casa, te percataste de que la ropa estaba levemente recorrida, de la huella en el espejo, las sabanas ligeramente arrugadas.

Te tuerces de hambre; vas, abres el refrigerador y nada, en la estufa nada, ni una migaja. Maldita vieja, ni para eso sirve; solo mama como una sanguijuela. Te ha exprimido la vida y el salario; y ha cambia te ha jodido la todo el tiempo.
Volteas a verla con odio, allá en el rincón en donde pinta sus sacros cuadros; una ironía para lo que ella es; o tal vez no tanto, porque solo sabe pintar: caras afligidas, deidades atormentadas, dolor y lagrimas; seguramente disfruta atravesarlas con pinceles, demacrar sus rostros, ensangrentar sus caras. Sabes que te mira con el rabillo del ojo; siempre tiene un espejo enfrente de ella y te da la espalda para que pienses que no te ve. Pero los dos saben, que al contrario, todo el tiempo te vigila.

Hoy por la mañana observaste con cuidado aquel espejo y pensaste: ¿Cómo puede soportar por tanto tiempo estarse viendo en el espejo? Y lo peor ¿Por qué tenia que plasmarlo en los viejos lienzos de lino? La primera vez que te diste cuenta de lo que hacia, no lo tomaste a mal la juzgaste de loca; era solo una técnica para pintar; pero mas tarde reflexionaste: ¿Como puede compararse con la Virgen? Imitar su pelo, poner su boca y trazar sus oídos y encima castigarla. Era soberbia y la soberbia no se perdona, se castiga.

Regresaste a tu habitación y te sentaste en la cama; entonces, una idea te surgió como una serpiente sale del cascarón. ¿Cuánto valía esa vieja?, no significaba nada para nadie; ni si quiera para ti que compartías la pesada monotonía desde hace mas de veinte años. Entonces creíste que todo podía ser diferente, que solo era un parasito que se alimentaba de ti. Pensaste detalladamente en como te podrías librar de ella; no querías matarla; tenia que haber alguna manera con la cual no tuvieses que “cargar al muerto”, para después ser juzgado, entonces cagarías tu vida aun mas.

Una inquietud repentina te paro de sobresalto; caminaste entre las tinieblas; solo una vela tintineante al fondo iluminaba la habitación de la vieja. Caminaste despacio, agudizaste el oído, poco a poco te acercaste al umbral y el corazón empezó a querer salirse de tu pecho. Observaste sin distinguir algo dentro de la habitación. Adivinaste un bulto sobre la cama; la vieja dormía. Te encorvaste un poco para verle la cara y tus lentes comenzaron a deslizarse por la nariz; los reacomodaste, y ya mas cerca observaste su rostro; horrible, desfigurado por la luz de la vela. Los ojos a medio menguante parecía que se abrirían; de la boca emanaba un tufo a podrido; la saliva le escurría por la comisura…

Y entonces, la visualizaste muerta. Y en un relámpago te decidiste, quizás la oportunidad no volvería. Un paro respiratorio no deja marcas y a cualquiera le pasa, mas a esa edad. A su lado una almohada te pedía que la tomaras, tu solo la complaciste; por que si el momento se te daba en bandeja de plata, era para que lo tomaras. Apretaste entre tus dedos la pesada almohada rellena de trapos y la dirigiste lentamente hacia el rostro de aquella mujer que odiabas tanto. Justo cuando la colocaste sobre su boca, sus ojos se abrieron como dos antorchas de fuego; desesperadamente trato de zafarse, pero tu eras mas fuerte, y presionaste aun mas la almohada que solo le dejaba ver los ojos medrosos que se abrieron exorbitantes hasta llegar al suplicio, un odio profundo reflejaban esos ojos; después se le enterneció su mirada como la de un perro enfermo, triste, y fue a esconderse en un rincón de tu pensamiento; pero no te doblegaste. Tenias que llegar hasta el final. Poco a poco sus ojos perdieron brillo y por fin dejo de luchar. Lentamente retiraste la almohada y te asustaste de lo que habías hecho; pero pensaste que debías actuar con naturalidad. Así que te inclinaste un poco y sellaste su muerte en un profundo ósculo. Después, te fuiste a dormir.

Al día siguiente hiciste lo acostumbrado, solo que al salir, en lugar de ir al trabajo, fuiste con Doña Juanita; ella te diría que hacer. Y efectivamente ella sabia que hacer, así que se compadeció de ti y de tu situación, pensando que la vieja había muerto por causas naturales junto dinero para el entierro y esas cosas.
Hasta te sentiste muy a gusto esos días por que no tenias que ir a trabajar y la soledad te reconfortaba. Pero tu precoz auto apoteosis te trajo el castigo y el fantasma de la vieja resucito al tercer día.

Esa tarde mientras comías en silencio, se te ocurrió esculcar entre las cosas de la vieja, haber que curiosidad hallabas. Abriste algunos cajones y no encontraste nada interesante; solamente en el fondo de un cajón, entre bragas amarillentas brillo el reflejo metálico de una laminilla de cromo. La tomaste entre tus dedos y la acercaste para observarla. Se trataba de una pieza repujada con especial cuidado. Las líneas trazaban un paisajito con árboles y flores cuidadosamente talladas. Diste algunos pasos observando el cromo detenidamente. Cuando de pronto un espasmo justo detrás de tu nuca hizo que temblaras; y en un parpadeo soltaste el cromo que fue a dar al piso. El sonido que provoco la caída te pareció inverosímil. Solo fueron unos cuantos segundos, pero cuando abriste los ojos todo te pareció diferente y ajeno. Te agachaste para recoger el cromo y sentiste la pesada mirada de alguien detrás de ti. Volteaste la vista hacia tu espalda y observaste perplejo tu reflejo en el espejo. Tus ojos te miraban indiferentes a través de los cristales opacos; y el rostro reflejado te pareció muy familiar, mas no era el tuyo. ¡"Puta madre”! pronunciaste y las palabras se quedaron rebotando en las paredes de tu mente.

Fue entonces que al alzar los ojos te topaste con la más terrible y subversiva de las miradas. Un Cristo, un divino rostro te observaba directamente; con la cara contraída en un rictus doloroso, posaba sobre ti sus dos globos oculares marchitos; acusadores, acosadores; llenos de tristeza y de rencor, de venganza; exprimían tu memoria; después viste odio profundo, y fue entonces cuando descubriste que no era el Cristo el que te observaba, si no el fantasma de la vieja que clavaba sus pupilas en las tuyas.

Sentiste un miedo terrible en el centro del estomago; soltaste el cromo y descolgaste el Cristo sin quitarle los ojos de encima. Las manos te temblaban como dos hojas que mece el viento, y el miedo se comenzó a expandir convertido en un dolor que recorría todo tu cuerpo, hasta llegar justamente allá en la nuca en donde se intensificaba, se acumulaba como un gran hormiguero que picoteaba tu mente. Lentamente el dolor te fue doblando hasta el suelo, pero la mirada del Cristo/vieja no te soltaba. Ahora sus ojos eran como las antorchas que viste el día de su muerte. Tu miedo se convirtió en pánico y el dolor en tortura. Cada vez los ojos eran mas reales, mas vivos, entonces, como en un relámpago viste claramente que uno de los ojos del Cristo pestañeo y lanzaste un gemido, te desvaneciste aterrorizado, aventaste el cuadro lejos, la respiración se te entrecorto en un absorber y suspender simultaneo del aliento y rendiste tus energías como si algo te las hubiese chupado. El suelo te atrajo como un imán y ya extendido en el exhalabas e inhalabas como un pez fuera del agua, tu mirada se perdió en la nada y de pronto una oscuridad te invadió desde los pies como una mancha negra, expandiéndose en todo tu ser; gritaste o intentaste gritar desesperado, los ojos de la vieja te seguían a todos lados a donde fueran los tuyos: en los mosaicos, en el cerrojo, en las celosías; los cerraste fuertemente y también los hallaste en la oscuridad que ya había invadido completamente tu ser.

Después de unos segundos (minutos, horas?) cuando recuperaste movimiento; te sujetaste débilmente del bastidor donde pintaba la vieja; y el otro brazo, lo apoyaste en una mesilla donde colocaba tubitos de óleo. De reojo viste pegamento que la vieja utilizaba para armar algunos marcos viejos, y se te ocurrió ocultar esos malditos ojos detrás del cromo que habías hallado. Hiciste todo con los ojos cerrados para no volver a ver aquella espantosa mirada; y curiosamente, el cromo encajo perfectamente. Mas acto seguido algo te absorbió el aliento; en soledad intentaste musitar algo, mas no salio sonido alguno de tu boca; ibas a gritar cuando alguien toco la puerta.

Poco a poco mientras caminabas a la puerta fuiste sintiendo un vacío en el cuerpo, un hueco en la boca y un zumbido en los oídos; parecido al sonido que ocurre cuando acercas un caracol. Al abrir Doña Juanita te observo como quien mira un torrente a través de la ventana. Paseaba su mirada un poco arriba de ti, luego hacia abajo intentando no mirarte de frente por que tenias espumarajos blancos en la boca y el pantalón manchado por los orines que sin darte cuenta soltaste cuando se te apareció la vieja. Ella te dijo algo pero no escuchaste nada; intentaste hablar, pero ni siquiera pudiste hacer un gesto; solo la miraste indiferente y cuando ella te miro a la cara salio corriendo despavorida.

Confundido caminaste al baño, abriste la regadera y comenzaste a quitarte la ropa. Ahora tenías una sensación entumecedora en las manos. Te acercaste al lavabo para enjuagar tu cara; todo lo veías distorsionado y te sorprendiste de traer los lentes puestos. Al quitártelos todo volvió a ser nítido; pensaste en un milagro. Pero al voltear al espejo, te diste cuenta que no eran tus ojos los que te observaban si no los de la maldita vieja que se había apoderado de ti.

EPILOGOIDE.

Dos días después el padre Joaquín les hizo una visita, tú ya no decías nada, tampoco escuchabas; solo de vez en cuando te llegaba el rebote de algún pensamiento o un leve soplo de solvente acariciaba lo que quedaba de tu olfato. A veces las manos eran las que se resistían y en movimientos involuntarios, chasqueaban dedos, tumbaban vasos, soltaban pinceles. El padre noto aquello un poco; pero creyó que te había afectado demasiado la muerte de la vieja que ahora se regocijaba en ti.

En la noche conseguiste moverte un poco más; y en la oscuridad palpaste papel; muy despacio tomaste un lápiz. Esta podría ser tu última oportunidad; así que sigilosamente, sin despertar a la vieja, como quien se adentra en un viaje, te pusiste a escribir esta historia.

Texto agregado el 11-04-2006, y leído por 336 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-05-2006 ***** voy a tu libro madrobyo
 
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