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Como irremediablemente de costumbre el reloj despertador pasa inadvertido para él. Hace media hora que está en pie, y aunque el sonar del despertador es bastante intenso, (tanto como para recibir quejas de algún somnoliento vecino) él lo ignora mientras observa los noticieros matinales. El programa informativo, que entrega información sobre hechos trágicos, no hace más que confirmar su abstención del vicio televisivo. Son éstas tempranas horas las únicas en que el televisor está encendido en su departamento. Incluso no se ha preocupado de cambiar el ya viejo aparato que le regaló su padre, sin control remoto y al que debe dar un golpe al costado izquierdo para que entregue alguna imagen. La voz de la atractiva conductora de noticias sólo es un bizarro bullicio para este hombre, que, mientras bebe su cargado café, se entrega a la terca reflexión de preguntarse el cómo será su día. Toma sus cosas, deja la taza vacía sobre la mesa y, sin comer, sale de su departamento.
El bullicio cotidiano trata de solapar lo gris de la ciudad, como si todos sus habitantes trataran de dar vida a espacios tristes, vacíos, lúgubres. Esta atmósfera se acentúa con la lluvia y el frío invernal, ese frío que nos hace preguntar porque no nos quedamos arropados en casa.
Su caminar se acelera al percatarse de su atraso. Trata de recordar lo importante de esta reunión. Se detiene. Un auto lo deja empapado. El esfuerzo por presentarse medianamente decente no valdría la pena. O la lluvia hace invisible a los peatones o los conductores, en un afán arribista, desean mostrar las ventajas de tener auto en un día de lluvia. De cualquier forma él estaba totalmente mojado.
Llegó. Pregunta la hora a su secretaria.
- Parece que debiste tomar un taxi- agregó ella
- Sólo te consulté la hora- se encargó de responder mientras se quitaba el húmedo abrigo.
- Llegas con 5 minutos de atraso, todo un record. Parece que te hace bien pasar la noche sólo. Te hace ser más puntual.
- Quizás tengas razón.- esbozó una sonrisa pícara
Se dirigió a la sala de reuniones pensando en Gabriela, su secretaria. Para nadie era un misterio la relación que durante un par de años ha mantenido con ella. En momentos difíciles ha sido la única persona que el ha sentido cerca, no sólo físicamente, claro. ¿Unos tres años llevarán jugando a ser amantes? ¿Tres años sin querer ser considerados una pareja? Si, ese es el tiempo aproximado.
Abre la puerta. Hay tres personas en la sala. René, gerente de marketing de la firma, Susana, encargada del área comercial, y Pablo, quien es el relacionador público.
- Parece que llueve- Dijo Pablo, con un tono seco y sarcástico.
- Eso dicen - respondió él con una sonrisa. – Disculpen el atraso
- No te preocupes Daniel (nombre de nuestro personaje), no fue mucho lo que esperamos por ti- intervino Susana,- ¿Que tal si empezamos?
Daniel era el Gerente y Dueño de la empresa. A la mayoría de las reuniones el iba a oír, evaluar un par de puntos y dar su aprobación. La gente que lo rodeaba en su trabajo parecía ser la más capacitada, por lo que no era un tipo demasiado estresado por sus labores, tenía en quienes descargar el trabajo pesado. Se preocupó, luego de comenzar a administrar la empresa de su difunto padre, de rodearse de las mejores personas para aquellos puestos importantes.
La reunión acababa mientras afuera se calmaba el diluvio. La empresa pasaba por un muy buen momento, así que fue natural ver a los asistentes salir sonrientes y amigables, con besos y abrazos de despedida.
Gabriela, ojeando el periódico esperaba a Daniel.

-¿Y que tal la reunión?
- Bien, el que seamos un lugar rentable nos pone a todos contentos. ¿Y tu tarde? No imagino que hayas estado ahí leyendo todo este tiempo.
- Un par de llamadas, nada importante. Tampoco nada para ti.- Comenzó a ponerse su abrigo- creo que ya paró de llover. Justo ahora que quería caminar.
- Que coincidencia, yo también. Podríamos ir juntos.
- No me molestaría.

Con el cielo a medio estrellar se despidieron de un par de guardias de seguridad y partieron.
A medida que se alejaban del edificio, sus manos hacían ademanes de querer encontrarse. Era un coqueteo a nivel dactilar, el cual concluía siempre con sus dedos entrelazados.
Iban en silencio. Parecía que sólo el estar juntos les hacia sentir bien. Fue ella quien rompió ese cálido hielo.
-¿Te quiero?
-¿Acaso me quieres?
-Si, quiero que me respondas si es que te quiero, me gustaría saberlo.
-Creo que me quieres
-¿Crees o te quiero?
-Me quieres.- Daniel la abrazó por la cintura, como si Gabriela tuviera intencione de escapar.- Has estado a mi lado durante años, has sido mi compañera de trabajo más leal, mi amiga y mi apasionada mujer. Aunque dudé al principio de tus intenciones hacia mí, el tiempo que hemos pasado juntos sólo me ha hecho sentir que lo nuestro es mucho más que simple sexo después de la oficina. Tus maneras, tus caricias, tus risas, tus pasiones, tu piel, me permiten decirte que me quieres. Eso es lo que siento. ¿Fue correcta la respuesta?

Ella no dijo nada. Se detuvo frente a él y lo beso, como si fuera la primera vez en que sus labios se rozaban. Un beso lleno de cariño, quizás de amor.

Siguieron caminando hasta llegar al edificio donde David solía vivir. Su departamento reflejaba muy bien sus actitudes y algo de su forma de ser. Gabriela demoró un par de minutos en ordenar un poco. ¿Cuántas veces habían estado ahí, juntos, desnudos, amándose? Ya eran incontables las ocasiones. No valía la pena tratar de recordar. Querían vivir ese momento único atesorándose el uno al otro.

Estuvieron abrazados tiernamente más de 2 horas. Él se dejaba acariciar el cabello, tratando de mirar el alma de ella a través de sus ojos

- Preguntaste acaso me querías. Creo que te acabas de contestar
- Te quiero – Gabriela lo besó y comenzó a vestirse.

La noche, estrellada ya, envolvía el recorrido de regreso. Daniel al volante y Gabriela apoyada en su hombro. Nunca había querido tanto a un hombre, nunca.

A través de la ventana se veían los niños jugando. Gabriela les insistía todos los días en que debían dormirse temprano. Pero su esposo era condescendiente con los pequeños.
Estacionaron el auto junto a su casa. Con Daniel aferrados de la mano, en silencio, miraban ese mundo de familia quizás queriendo que dejase de existir.

-Creo que tengo que despedirme- Gabriela esquivo la mirada de Daniel.
-Eso creo
-¿Nos vemos mañana?
-Será lo mejor del día. Te quiero
-Yo también

Mientras la veía entrar a su casa, saludar a su esposo y abrazar a sus hijos, Daniel no dejó de cuestionarse lo adecuado o no de su relación. De vuelta en su vacío departamento, sonrió al ver lo ordenado que ahora lucía. Comenzó a recordarla. Una taza de café frío decoraba el comedor. El funcionar del reloj era lo único que quebraba el silencio. Eso, y el desgraciado llanto de un hombre.





Texto agregado el 20-04-2006, y leído por 113 visitantes. (2 votos)


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