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VI Parte

En mi trabajo, la aventura vivida no tuvo mayor trascendencia ya que no la mencioné bajo ninguna condición Las preguntas, bromas, cuchicheos y risotadas de mis compañeros no consiguieron hacerme transigir. En cuanto a mi jefe, no le dio más vueltas al asunto y pronto todo se olvidó, quizás debido a la fama de retraído que me había ganado en la oficina Lo que no pude superar fue el recuerdo constante de aquellos ojos Se me aparecían a cada instante observándome con esa fría expresión que, sin embargo, parecían invitarme a alguna intrincada aventura Ello me provocaba una sensación ambigua de miedo y éxtasis Era magnífico sentir el magnetismo casi satánico de aquellos ojos. En ese estado de arrobamiento, ya no me interesaba indagar quien era realmente el o la dueña de esa mirada – ¡Tiene que ser una mujer, una maravillosa, imponente y hermosa mujer! El instinto jamás se equivoca, jamás se equivoca Y me entregaba al ensueño, a la voluntaria esclavitud de un recuerdo que si bien era lacerante, me impulsaba a retenerlo como si fuese una peligrosa pero a la vez. incitante posesión Me transformé en un ser silencioso, distraído y desvinculado de la realidad Pronto, la jefatura comenzó a hacerme notar este hecho, mi labor era deficiente, me equivocaba hasta en lo más simple Como esto influía en el perfecto rodaje de la maquinaria, fui relevado de mi puesto, asignándoseme una ocupación de menor envergadura. Sinceramente, ello me importó un comino Continuaba atado al recuerdo de aquellas endemoniadas pupilas y nada del mundo real me interesaba ¿Es posible que un ser común y corriente, se deje arrastrar de tal manera por algo tan parecido a una alucinación? ¿Era esta una dependencia parecida a la cual nos encadenan las drogas más duras? Esto me lo pregunto ahora, pero en aquellos tempestuosos días, no me alimentaba, no reposaba como era debido y mi idea fija era desentrañar un misterio, del cual desconocía sus alcances De improviso me asaltaban visiones aterradoras que me obligaban a gritar Imaginaba que me encontraba frente al portón, rodeado éste de una especie de nebulosa. Alcanzaba a divisar la mirilla herméticamente cerrada y a cada paso que yo daba en pos de ella, esta se alejaba en la misma medida de tal suerte que no podía alcanzarla. -¡Cruel destino el de-tos hombres!- pensaba en medio de mi afiebrado afán. El portón se me antojaba como el bastión de todos los misterios que asolan al hombre. Ahora comprendo que ello simbolizaba la eterna búsqueda del hombre en pos de la verdad y su incapacidad de trasponer el umbral. La mirilla no era sino la personificación de todas mis frustraciones. A la luz de los hechos, yo sólo era un trozo de papel expuesto a la ventolera o una débil rama a la deriva, arrastrada por el torrente voluntarioso de mi sangre enloquecida. Un aquellos escasos instantes en los cuales reflotaba mi lucidez, trataba de aferrarme a alguna orilla salvadora, pero pronto me sumergía en la corriente ¿Como puede liberarse un hombre de algo así? Me sabía cautivo de aquel influjo. Voces arcanas parecían preguntarme: -¿Amas de verdad esos ojos? Y casi sin sentido, yo respondía que si, que los adoraba, que entregaría mi vida por desvelar su secreto Una salobre sensación de angustia me oprimía el pecho -¿Sabes quien es?- volvía a escuchar Y yo, en el colmo del paroxismo, negaba con desesperación -¿Eso te importa?- creía escuchar Me atacaban atroces espasmos, sentía el olor del pecado, gritaba fuera de mi que no podía responder a eso. El irreal diálogo continuaba, la voz interrogándome y yo cada vez más al borde de la locura, si es que no estaba ya derechamente loco. Despertaba, empapado en sudor, los ojos llenos de lágrimas y balbuceando incoherencias.

Mi rendimiento en la empresa se fue empobreciendo cada vez más. Mi trabajo era tan humilde que pasaba desapercibido. Para algunos, prácticamente no existía. Ahora pienso que si me mantenían en aquel empleo, ello se debía a que se apiadaban de mí. Las alucinaciones continuaron asolándome Los ojos se me aparecían por doquier y yo, en mi locura trataba de alcanzarlos, saltaba por encima de los escritorios, me encaramaba en los estantes e incluso derribaba a algunos empleados.
-¿Que está sucediendo con usted?- creo que escuché preguntar a mi jefe. Yo, alcé mis hombros en un gesto ambiguo. -Desde un tiempo a esta parte, usted se está comportando extrañamente-continuó. Creo que sonreí. -Usted ha sufrido una penosa transformación. Ya no es el empleado sumiso, laborioso. Se comporta de una forma que - no se ofenda- pero pareciera que ha perdido 1a razón. -No sé que me sucede, créame usted- respondí sin convicción. Mi jefe me observaba con una extraña mezcla de reproche y conmiseración en su mirada. -Tal vez necesite usted algunos días de reposo- repuso con gravedad. -¡Oh, no!-contesté. Esa sería una pésima manera de lograr espantar mis fantasmas, ya que en la soledad de mi cuarto sucumbiría definitivamente puesto que estaba seguro que las pesadillas terminarían por enajenarme del todo. De un modo u otro, mi trabajo me era absolutamente necesario. De tal modo que tratando de parecer lo más convincente posible le respondí a mi jefe que, si bien estaba pasando por una crisis, ésta pronto se alejaría, por lo que le agradecía su preocupación. Mi jefe se encogió de hombros y al parecer todo quedó superado. En el fondo, yo sabía que no cambiaría. Que nada ni nadie podría ayudarme, que estaba condenado ¿de por vida? a vivir mitad soñando, mitad tratando de acomodarme en una realidad que me era absolutamente indiferente. Por ello, me acostumbré a las burlas de mis compañeros y a las cada vez más reiteradas reprimendas de mi jefe. Ahora comprendo en su real dimensión la buena voluntad de la maquinaria. ¡Cuanta paciencia, cuanta piedad, cuanta complicidad, si se quiere! Mas, todo tiene su límite. Después de errar una semana por diversos lugares sin concurrir a mi trabajo, recibí, sin mayores miramientos, mi desahucio y mi despido...

(Continúa)










Texto agregado el 24-04-2006, y leído por 264 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-04-2006 Pobree, enloquecido totalmente. Sigo. Me gusta. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
 
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