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[C:202302]

"El azar no es más que la medida de la ignorancia del hombre."
Henri Poincaré.

“Quien exprese plena certeza de poseer el verdadero amor de su vida, expresa, por ende, conocer a todos los hombre y mujeres del mundo; los del pasado, los del presente, y los del futuro; expresa conocer, y haber ponderado, la precisa historia de cada uno de ellos; expresa el exacto conocimiento de un cierto tipo de orden, que amén de infinito, es también impredecible. Nada mas ilusorio que esto puede ser concebido”. Fue esta la develación que mi viejo amigo, el profesor Eliseo Alvear, creyó vislumbrar en el amargo umbral de su vida; sin embargo, puedo afirmar que estas breves líneas, más por negación de los hechos que por omisión de la realidad, lejos están de expresar verdad alguna. La historia del profesor, que es la historia de Margarita, que es la historia de Morán, que es también mi historia, y la de todos los hombres, así lo demuestra.

A decir verdad, Venecia mantenía algo de su vieja magia invernal. El profesor, algo perplejo por la notable desmejora de la situación, y fastidiado ante la desidia de los conserjes, que pese a los insistentes reclamos no mostraban intención alguna de remediar las groseras deficiencias que los mosquiteros del hotel presentaban, subió las escaleras con la esperanza de encontrar a Margarita; quizá, refugiada bajo el endeble tul de la cama; tal vez, desahuciada ante tan horrible experiencia.
La presencia de personal de servicio abocado a la limpieza, sorprendió un tanto al profesor; desde su última estadía en Roma, el año anterior, no presenciaba escena semejante.
– Por favor, pase Ud. – Dijo la mujer, que presurosa recogía los últimos cebos.
– ¿Ha llegado la Sra.? – Preguntó el profesor.
– No Sr. – Respondió la mujer. – En semejantes condiciones, de seguro no llegará en los próximos días.
El profesor asintió con un leve gesto, más por compromiso que por cortesía.
– Si observa Ud. el devenir la situación, notará que los del gobierno no tienen mapa. No sé dónde terminaremos – Acusó la mujer. Tras lo cual se marchó, cerrando cuidadosamente las cortinas que franqueaban la puerta del cuarto.
Poco después, el profesor escribió unas líneas a su viejo amigo Morán, de quién no recibía noticias desde tiempo antes de la partida; más tarde, unos breves golpes interrumpieron mi tarea.
– Margarita no ha regresado aún – Comentó el profesor, tras ingresar al cuarto.
–¿Has logrado comunicarte? – preguntó.
– No pierda Ud. la calma. – Respondí – De seguro, nos sorprende en cualquier momento.
El profesor, con cierta dosis de consternación, comentó:
– Los informes pronostican condiciones desfavorables para las próximas semanas. El panorama es poco alentador. La situación es preocupante.
– Pierda cuidado, profesor. – Comenté. En un intento por evadir polémicas inútiles – En poco tiempo esto ha de solucionarse. Intente descansar esta noche; mañana visitaremos al ministro. Tenga Ud. plena seguridad que no han de escatimar esfuerzos en dar con el paradero de Margarita.
El profesor guardó silencio un instante. Luego, sin mediar palabra, se retiró.

Irene Iribarren solía llegar temprano a la oficina. Largos años de trabajo junto al controvertido personaje, habían dotado a Irene de una certera intuición sobre las actividades de Morán. Aquella mañana no fue la excepción, Morán trabajaba en su oficina desde temprano; quizá desde la noche anterior.
No pocos fueron los golpes que Irene hubo de repetir antes que Morán respondiera al llamado.
– ¡Coños! – Gritó Morán – ¿es que sólo te propones fastidiarme?
No menos desconcertada que sorprendida, disculpas mediante, Irene se retiró a la soledad de su escritorio.
Pocas horas más tarde, Morán se retiraba visiblemente ofuscado.
– Hazme un favor – Ordenó Morán sin detenerse – quita esos insectos de mi oficina.
Irene contempló perpleja el estado reinante; todo intento por reestablecer el orden fue, indefectiblemente, un absoluto fracaso.
Semanas más tarde, Madrid, y no pocas ciudades Europeas, contemplaban azoradas la invasión de tan descomunal plaga.

Las medidas implementadas poco paleaban la situación. Toda Venecia no era más que una cerrada borrasca de insectos. Con la visibilidad reducida tan sólo a metros de distancia, la situación se tornaba, día a día, cada vez más preocupante.
Uno tras otro, los intentos por contactar al ministro resultaron vanos. Luego de agotar denodadas diligencias, el profesor se encontraba sumido en un estado de desazón tan intenso como profundo; sin cartas entre sus manos, no existía alternativa más viable que detenerse a esperar.
Aquella mañana, la recepción del hotel se encontraba desolada; a excepción de numerosos insectos, que de manera sistemática burlaban toda medida de contención, ningún indicio de actividad se vislumbraba. Poco antes de emprender el regreso a su cuarto, una decena de sobres desperdigados en medio del hall principal, llamó la atención del profesor. Entre ellos, uno llevaba como destinatario su nombre.
Fechado en Madrid, nueve semanas atrás, en breves líneas rezaba:
“Estimado Profesor. Es de vital importancia, y de extrema necesidad, su presencia en mis oficinas de Madrid. Atte. Morán”
Nota en mano, el profesor llegó a mi habitación.
– ¿Que opina de esto? – interrogó el profesor, extendiendo con manos temblorosas el papel.
– Ha de ser en verdad significativo – Respondí, luego de releer un par de veces la carta. – de otro modo, nada justificaría emprender un viaje en semejantes condiciones.
El profesor meditó unos instantes, luego dijo:
– Partiré a Madrid – Sopesando el incierto devenir de situaciones que debería enfrentar, inquirió:
– ¿Puedo contar con Ud.? –
De mala gana asentí. El profesor remató:
– Confío encontrarlo aquí a mi regreso.

Establecer analogías entre la actual estación de Madrid, y aquella que frecuentara el profesor pocos años atrás, era prácticamente imposible. Sin embargo, tras seis semanas de incierto viaje, llegar a destino era un hecho más que significativo.
Nueve horas de marchas y contramarchas fue el tiempo que tomó el profesor en recorrer la distancia que separaba a las oficinas de Morán de la estación ferroviaria. El sistema implementado por el gobierno, de disponer en cada esquina importante de la ciudad una suerte de guía que, con poca convicción, indicaba el camino a seguir cuadra tras cuadra, no era en absoluto efectivo. Sin embargo, era este el único medio razonable de avanzar por las calles. La escasa visibilidad, que no permitía ver siquiera unos centímetros; la acumulación de insectos muertos, que en algunos sectores de la ciudad alcanzaba los dos metros de altura; y el confuso pitido que a modo de faro emitía cada uno de los guías, dificultaban de sobremanera el desplazamiento.
El profesor arribó a la oficina de Morán entrada la noche. Irene Iribarren, quien no abandonaba la oficina en semanas, ante la imposibilidad de alcanzar su barrio , lo recibió con cierto desdén.
– Pase Ud. – dijo Irene.
– Morán me aguarda – dijo el profesor. luego preguntó – ¿Se encuentra él?
Irene permaneció atónita durante unos segundos, luego cerró la puerta e invitó al profesor a tomar asiento.
– Es indudable que no conoce Ud. los últimos hechos – Comentó Irene.
– Días atrás, un arma empuñada de mano propia, puso fin a la desdichada vida de Morán.
El profesor, pese a la profunda consternación, permaneció inmutable. Irene siguió con su relato.
– Durante más de veinte años, Morán atesoró el amor de una bella mujer. Ambos, resguardaron el secreto celosamente en pos de la relación, ya que ella era casada y pertenecía a una respetable familia de Madrid; sin embargo, todo indica que el temor casi enfermizo, que producía en esta mujer la vejez, valió de argumento para alejarse de Morán; que como Ud. bien sabe, próximo estaba a cumplir sus ochenta años de edad.
– ¿Conoció Ud. a la misteriosa mujer? – Inquirió el profesor.
– No – Respondió Irene – Sin embargo, mucho tiene que ver en nuestros destinos.
Irene realizó una breve pausa, luego continuó.
– Poco después de ser abandonado, Morán ponderó su vida; no encontró en ella más que desventuras y vanas esperanzas. Fue esta la razón que movilizó a Morán a emprender la ridícula empresa de su máquina para aventurar hombres.
El profesor, en su asombro, no logró articular palabra.
– Durante meses– continuó relatando Irene – trabajó en la pequeña máquina, sin obtener resultado alguno; sin embargo, algo imprevisto sucedió y la situación paulatinamente salió fuera de control; en principio, los insectos no representaban más que una inoportuna molestia, no existían razones para prever semejantes consecuencias; siquiera el propio Morán entrevió tan terrible evolución.
Irene se detuvo meditativa unos segundos, luego continuó.
– No fueron los insectos quienes motivaron la trágica decisión de Morán, sino la plena certeza que su fracaso lo condenaría inevitablemente a la desventura. Fue esta la verdadera razón de su impensado final.
El profesor, quien no lograba salir de su asombro, preguntó a Irene.
– ¿ Puede mostrarme Ud. aquella máquina?
Irene pidió que lo acompañase a la oficina lindera. Allí, cubierta por una manta de franela, se encontraba una ridícula y pequeña máquina.
Luego de algunos fallidos intentos por lograr su funcionamiento, el profesor se dirigió a Irene.
– Debemos entender el funcionamiento de este artefacto, quizá de ello dependan nuestras vidas –
Irene acercó al profesor un pequeño portafolios.
– Morán no desvió su atención de este maletín en los últimos tiempos – Dijo Irene, quién preguntó – ¿Desea Ud. revisarlo?
El profesor tomó entre sus manos el portafolios y con cierta ansiedad lo abrió.
Un revólver, una bala, una carta y una fotografía de Margarita eran el único contenido del misterioso maletín.
Ante los ojos atónitos del profesor, Irene tomó la carta y leyó en voz alta las breves líneas, mediante las cuales Margarita daba por terminada la relación con Morán.
El profesor tomó papel y pluma, luego escribió dos pequeñas notas; una de índole personal y otra con algunas recomendaciones y una breve reseña de los hechos referidos por Irene, a quién encargó remitirlas, junto a la máquina de Morán, al hotel Danubio de Venecia. Minutos más tarde, empuñando el arma que dejara el mismo Morán, el profesor puso fin a sus días.

El mar Caribe poco acusaba de la terrible plaga, que meses atrás jaqueara a la humanidad entera. Margarita, abandonó la pintoresca cabaña, y lentamente, a través de la mojada arena, se acercó. Luego de un sensual abrazo, dijo:
– Estoy feliz. Eres el amor de mi vida.

Marcelo Rossi - Buenos Aires - 01/05/2006

Texto agregado el 01-05-2006, y leído por 717 visitantes. (39 votos)


Lectores Opinan
26-11-2007 Esa maquina xe, esa maquina para que es??? tu estilo me gusta y me pareces un poco a mi que a veces me ahogo en un embudo... por eso ya no escribo cuentos... pero tenes que salir de esa cintura critica y afinar tus propositos, para mi vas bien, no soy despiadada pero cuando algo no me gusta simplemente no pongo comentarios... no es tu caso. Dale pa lante!!**** ilov
26-06-2006 Tu cuento tiene un bello -muy bello- estilo narrativo (a excepción de un par de palabras que cuando las leo vomito por su uso indiscriminado, porque pienso que son como un mandato que asumimos los poetas y escritores al nacer: "perplejo" y "desolado"). El final me resulta confuso, lo de la máquina de aventurar no lo entiendo y los ochenta años me parecen exagerados. Las críticas que aquí te hacen son oportunas. Yo te dejo cuatro estrellas (y eso es mucho considerando que soy despiadada con los desconocidos). Lu. Lu_Folino
25-06-2006 Leí el cuento dos veces y después leí los comentarios. Algunos me parecieron disparatados y a otros envidio la facilidad de comprensión de que hacen gala. A mi me pareció un desperdicio de buenísimas ideas, como imaginar a Venecia en forma oscura y gótica, a la plaga de insectos a la que no sacaste ningún provecho, ni a la maldita máquina que nos dejaste en la intriga de su utilidad y la carta que logró que pusiera fin a su vida. En fin .Muchas buenas ideas sin usar, a no ser que lo continúes lo que te resultaría fácil. Eres un excelente escritor, aunque un poco hermético. castillo77
17-06-2006 Fijate que lo que escribes me sigue pareciendo dulce de merengue. BaronRojo
17-06-2006 Excelente obra.Donde estabas, amigo?. Un fuerte abrazo. bohemio5
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