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Recuerdo que le dije que solo estaba intrigado en cómo pueden regalar tanta alegría los payasos, cuando la mayoría de ellos lleva una vida por sobre todas la cosas desdichada. Y luego de lanzarme una mirada desdeñosa, Nino aceptó la propuesta.
Así quedaba conformado, con mis expectativas de que tenían que ser cuatro, ni mas ni menos, el grupo de comicistas mas fantástico del barrio, que lo completaríamos Jayme, Nino, El Negretón, y yo.
Una gran mentira fue la que tuve que decirle a Nino para tenerlo adentro, pero tampoco hubiese sido muy gratificante decirle que yo llevaba una vida tremendamente desdichada, y que mi único interés
en esta empresa era descubrir, con este vacuo sentimiento de vida, si era capaz de regalar una pizca de alegría a algún niño.
Nino, por cuestiones que ahora contare, fue al ultimo, y debo admitir que me tome un largo tiempo, por temor a un rechazo rotundo, en darle la propuesta de formar el grupo. Aunque tuviera un gran sentido del humor, y decía chistes y respuestas a modo de sátiros látigos que podían hacer doblar de la risa hasta al Papa en misa de pascuas, su humor no iba mas allá de las palabras, pues podía escupir el mejor de los chistes, pero su rostro se mantenía tan inmutable que uno, después de largar la incontenible carcajada y ver su rostro, se preguntaba si te habías reído demasiado, o si lo que había dicho no era un chiste, sino algo que realmente le paso a una vieja tía de la familia; y creí que, detrás de la pintura de payaso que escondiese su amargo rostro, él seria el exponente mas gracioso del show. La cosa es que después de años de conocerlo uno ya no se hacia esas
preguntas, y largaba las risas al viento mientras el se rascaba la barbilla (algo así como un vicio actoral que hacia luego de decir un chiste).
Nino era un hombre fogosamente violento, cualidad peligrosa para un amante de las armas que acostumbra a llevar a su "nena" (como el llamaba a su Mágnum 44) a cada lugar donde iba. Vivía solo en un apartamento que de tan pequeño y mugriento daba lastima. Lo único que abundaba en él eran las gigantescas cucarachas y los libros de literatura rusa y filosofía cartesiana; por que aunque fuera un hombre estéticamente dejado, también era uno muy sagaz que amaba la lectura y el café con canela, siempre y cuando ambas cosas se dieran juntas.
Tenía la costumbre, por que mas que característica ya era una costumbre, de violentarse ante las opiniones o propuestas que le parecieran absurdas, fue por eso que decidí que seria el ultimo en enterarse de mi idea, pues si luego de darle mi propuesta un arrebato violento caía sobre mi, al menos los demás ya habían sido avisados de la empresa de la comicidad.
Soy el único integrante de "Payasos de Risa Fugaz" que queda en la ciudad; pues luego de haber tocado la fama con espectáculos tan glamorosos que no pasaban de la suma de dos y uno, los demás se fueron dispersando por jugarretas del destino.
Siempre supuse que Jayme aceptó velozmente la idea por que era una excusa mas para alejarse y no tener que hacerse cargo de sus padres (con quienes vivía), reproches que día a día le daba Leto, su hermana, culpándolo del abandono de los padres; la cosa también era que ella no podía salir de su casa por su severa adicción al alcohol. Y así, cada vez que ella le decía que no podía faltar a sus padres, él le respondía que lo hacia por los niños, que las obras de caridad que él llevaba acabo era para los niños mas necesitados, que solo lo hacia por ellos. Así escapaba de sus responsabilidades y había llegado a tal punto que hasta viajaba miles de kilómetros en su destartalado automóvil solo para entregar unos pocos billetes en algún comedor comunitario. Hasta que un día, diciendo que pospongamos un show para el día siguiente, pues tenia que viajar a una ciudad no muy lejana para llevar alimentos, no volvimos a verlo nunca mas, y ni noticias de su paradero o qué fue de su vida.

De quien sí conocíamos paradero era de Nino, estaba encerrado en la cárcel de Bustos con una sentencia perpetua por cargarse un tipo.
Cuando yo no tenia nada mejor que hacer que mirar el techo de mi departamento (tarea que ocupa las 24 horas de mis días), mejor dicho, cuando quería dar a entender que no tenia otra cosa que hacer, me dirigía al café, pues sabia que allí podía encontrar a Nino, siempre y cuando mediando entre las horas14 y 23, pues en otros horarios nadie en la ciudad sabia de él. Una tarde, en la que no estaba presente, se encontraba Nino en el bar, leyendo uno de sus libros (con su respectivo café), cuando un turco, tras salir del toilette, tropezó con el brazo de Nino a punto de beber, y provocó el derrame sobre León Tolstoi. El turco, tras lo sucedido, en vez de disculparse, miró el viejo libro de gruesas hojas y luego dirigió una mirada de desinterés y pocos amigos a Nino, y se sentó unas mesas mas allá de la de éste con sus compañeros. En un arrebato de ira, Nino se levantó de su silla suavemente, se acercó a la mesa en la que se encontraba el turco, y colocó con perversa dulzura el caño de su Mágnum en sus sienes.
Pues, aunque fuese un hombre pasionadamente incorregible, respetaba los buenos modales, y dio tiempo al turco para disculparse sin decir palabra alguna. Éste, quien pensó que el portador del arma no sería capaz, compartió una sonrisa nerviosa con uno de sus compañeros de mesa, y Nino, ante su impaciencia, y la falta de respeto del encañonado, presionó el gatillo suavemente, llevando al eterno cosmos la vida del turco.

Nunca hubiese sucedido, pero en pleno show de humor, una entrada inesperada de los matones de la mafia no sería una buena imagen para nosotros y el espectáculo. Ese era el mayor temor, al principio, cuando le comentaba, invitándolo, mi idea a El Negretón. Pero su sentido del humor era inagotable, a tal punto que lo he visto actuar de manera encolerizada más de una vez, y nunca la sonrisa se borraba de su rostro.
El Negretón, era un negro delgado y cabezón, que se había criado sin la compañía de su padre, y no por que éste haya muerto, sino por que él era un hijo no reconocido de un pobre trabajador que solo había tenido una fogosa noche en el burdel. Como su madre se pasaba casi todas las horas del día trabajando, él comenzó a tratarse con personalidades de la mafia. Si bien no terminó siendo uno de los mas importantes, era uno de los que mas contactos tenía entre las mafias, pues de niño frecuentaba cuanto grupo mafioso se cruzase en su camino. El contar como lo conocí a El Negretón trae atada una anécdota.
Una noche Nino golpea la puerta de mi departamento invitándome a una partida de póquer en el club "Trago Largo" en el centro. El lugar estaba colmado de mesas para jugar, y repleto de Capos-Mafias preparados para apostar. La noche marchaba sobre vías, cuando en la mesa contigua a la nuestra un robusto señor, vestido en fino traje negro a rayas grises, comenzó a cargarse a tiros a Tony "El Feo". Sin darnos cuenta estábamos en el frente de batalla, por que todos los presentes comenzaron a balacear a su oponente respecto al grupo que pertenecían.
El Negretón nos agarró, a Nino y a mi, y nos sacó por una puerta trasera tan desagradable, que uno en vez de creer que sería la puerta trasera, creería que es la entrada al infierno.
En un principio yo pensé que la palabra "mafia" y "entretenimiento para niños" no irían de la mano. El Negretón me enseñó que si, pues amaba a los niños, y lo creía una espectacular forma de entretener también a los suyos (creo que era el único que lo hacia por el simple hecho divertir a los niños).
También el paradero de El Negretón yo lo conocía, y era a tres metros bajo tierra, seguramente en algún terreno desconocido, pues ni entierro digno tuvo. Dicen que Shoshi "El Gordo", un corresponsal de la mafia china, lo mato a porrazos con un críquet de automóvil, y que lo enterraron en el primer terreno baldío que se encontraron. Su familia aun no sabe donde llevar flores para su descanso eterno.
Con un grupo disuelto, y sin siquiera saber si podía regalar alegría, dibujada en los rostros de los niños, para que pudiese dar al menos un sentido en mi vida, tome una áspera, pero seria decisión.
Sentado en el viejo y roído sofá de mi apartamento (no haciendo otra cosa que mirar el techo), fue cuando idee mi plan de escape, ese que no sabia si daría sentido a mis días, pero al menos los pondría en su lugar, allí donde merecen estar. Salí a la calle con dirección al bar, allí estaba Jimmy, con cara de indignación, mirando el fútbol en una tele ubicada a mas de 5 metros de la barra, quizá ese era el motivo de que, luego de tantos años, terminara usando unos anteojos tan gruesos que hacían que sus ojos parezcan mas grandes que sus manos.
Silenciosamente me bebí mi café disimulando que miraba el partido, quería ocupar mi vista en algo, pues la simple observación a mis pensamientos harían que me muriese de angustia.
Otra vez la calle, pero esta vez en dirección a la casa de El Negretón, donde vivía su mujer con sus hijos. Mientras iba en busca del arma que le había pedido prestada, presentando una entupida excusa, yo me dedicaba a escribir una carta en la que daba el nombre de quien debería de hacerse cargo la autoridad policial una vez sucedido. Y guarde la carta dentro de un delicado sobre en el bolsillo interno de mi saco.
La calle nuevamente, pero en dirección a un barrio no muy lejos del centro. El barrio chino quedaba solo a unas diez cuadras de la casa de la viuda, y allí me dirigí.
Solo había estado una vez allí, y de niño. No ha cambiado nada, la entrada había sido remodelada para el turismo, pero en cuestión de unos meses ya se presentaba completamente balaceada; convertida en el basural privado del barrio, pues los recolectores no se atrevían a pasar luego de que unos matones lincharan a dos de ellos a metrallazos por querer juntar unas bolsas repletas de dinero que habían sido arrojadas por equivocación en los contenedores.
Conocía el restaurante donde las mayores transacciones de este barrio se llevaban a cabo, al menos lo había oído nombrar cientos de veces. Tras pararme frente a la fachada, agarrando la ultima pizca de valor que levaba en mis pantalones, recordé que estaba parado en lugar que mayor cantidad de asesinatos, robos y narcotráfico presentaba la ciudad. Intente salir corriendo hacia mi casa, donde el porcentaje de delincuencia era muchísimo menor, pero mi conciencia no me dejaría tranquilo hasta que hiciera algo con sentido en mi vida.
Recuerdo una de las actuaciones de "Payasos de Risa Fugaz", en el comedor comunitario de la iglesia Santa Ana. El Negretón estaba retrasado, y no podíamos comenzar sin el payaso que diera apertura al acto, nuestro "Ouverture" no llegaba, y Nino mostraba signos de impaciencia haciendo girar su pistola en su dedo, con una brillante prestidigitación, deteniéndola cada 4 ó 5 vueltas. El Negretón llegó 30 minutos tarde, con la mano artesanalmente engasada y perdiendo sangre a chorro. Tras mirar nuestras caras de enojo hacia él, recuerdo que me miró y dijo:

- Nunca entres al barrio chino si no tienes una invitación!!! - Exclamó con rostro contraído y entre dientes; como las madres dando reprimendas a su niño sin querer que los demás noten la gravedad de la situación.

Tengo que recordar este consejo justo ahora, me pregunte, y tras cruzarse la cara del negro cabezón por mi mente, me adentré en la fachada de la corrupción.
Con una mezcla de euforia nerviosa y temor agazapante atravesé el umbral. Las piernas me temblaban, pero mi pulso seguía firme como el de un medico. Shoshi "El Gordo" estaba sentado en una de las mesas, con sus dos gorilas a unos 6 metros, como si ese fuese un verdadero restaurante, y como si él fuese su honesto dueño. Con mirada entre sospechosa y desdeñosa, levantó su mano y la agito invitándome a que me acerque, pero manteniendo la cautela.
Solo me encontraba a dos pasos de la mesa, calculando el tiempo que tardarían en reaccionar sus guardaespaldas, y recordando mis juegos de niñez en los que yo era el mas rápido del barrio en desenfundar mis pistolas de juguete, aunque eso fue hace 25 años, no se si aun mantendría mi velocidad y puntería que nunca existió.
En el momento de confirmarlo, la contraída cara del chino, como sufriendo el mortal dolor previamente, provocó una enorme satisfacción en mi, y otra vez la cara de ese negro cabezón, de risas eternas, cruzó por mis ojos como una locomotora a toda velocidad.
Está, y no está.
Quizás esto es lo que, al menos, le dé un nimio sentido a mi vida; quizás a El Negretón aun no se le ha borrado la sonrisa del rostro; ir y enfrentar a Shoshi "El Gordo", tratando de vengar su muerte,
dándosela al que se la quito; quizás de esa manera pueda terminar mis días con una sonrisa de satisfacción en mi rostro.

Texto agregado el 04-05-2006, y leído por 377 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-06-2006 Muy buen relato, me atrapó, me hizo acordar a las viejas novelas policiales que leía de chica. Muy bueno. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
08-05-2006 me gusta mucho en la forma en que desarrollas a cada uno de los personajes, 5*saludos epicurico
04-05-2006 El relato está bueno. Me gustó la relación que se infieren entre Niños, Mafias y Tristezas. Un abrazo, parakultural
 
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