TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Casiopea87 / Despedida

[C:203618]

Hace más de un año que no se nada de ti, y no me extraña. Ya sabía al conocerte que eras como la Maga, un alma errante por un Paris invisible entre las sombras y un paraguas, esta vez amarillo, en la mano izquierda, la de la suerte. Te veías extraño aquel día, con ese sombrero escarlata y aquel pantalón donde cabíamos juntos bien pegaditos. Me encantó tu sonrisa franca y tu cuidado al saltar los charcos no fuera a ser que se mojara tu paraguas, tan bien resguardado debajo de tu brazo o tus zapatos. En cuanto me viste me soltaste una retahíla de palabras sin sentido, de las que solo recuerdo: "…andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos…" y me abrazaste, sin conocer siquiera mi nombre y me enseñaste la torre Eiffel, pero desde un puente, porque, según tú, de cerca encandila la vista. Y me dijiste que te llamabas Julio, y realmente no me extrañó que me creyeras cuando me presenté con el nombre de Talita, después me dijiste que habías leído en mis ojos que había dudado si decirte ese o mi nombre real, el que nunca me preguntaste y yo jamás te dije. Increíblemente yo soy más como Horacio, no creo en el amor eterno, aunque me gustaría que existiera; y me muero diciendo que nunca me he enamorado, ni siquiera de ti que me robaste el alma y te la llevaste contigo a ese lugar donde ahora estás y que yo desconozco.

Aún voy al café, pero ahora voy sola, aprendí a querer a la soledad y ahora es mi amiga. Tú me enseñaste que la soledad solo se cambia por amor, por mucho amor, ¿o fue Dulce?, a veces no sé que me dijiste tú o que sabía yo antes de conocerte. La última vez llegué temprano y me senté en la mesa de siempre, pedí té helado (había calor dentro y además ya sabes que no me desprendo de mi abrigo verde ni siquiera dentro de los lugares cerrados, en el bolsillo interior siempre llevo a mi cronopio y ya sabes lo asustadizo que es) y me lo trajeron, pero con una cucharita de esas pequeñitas y plásticas, además blanca como la leche. En fin, que ya sabes que no me gusta el blanco y me empeñé en dibujar con mi plumón violeta (él que me regalaste y que tuve que rellenar por tercera vez, ahí caí en la cuenta hace cuanto no te veo) una flor de esas de muchos pétalos que a veces dibujo, y se me cayó la cuchara para el piso, debajo de la mesa de unos señores muy serios y aburridos, de esos que andan con portafolios y que son muy adultos para pensar en las estrellas y el sol, o para descubrir que el dibujo de Antoine es una boa que se comió un elefante y no un maldito sombrero. Ahí tuve que ir yo, agachada en cuclillas debajo de la mesa buscando la cuchara por ese afán, "horacioso" digamos, de recoger todo lo que se caiga en el piso para evitar catástrofes inevitables. Y encontré la cuchara, pero con tan mala suerte que se me resbaló, lo juro, para la taza de café de uno de los hombres grises, que se molestó tanto que comenzó a gritar y dar golpes en la mesa. Yo sentí calor en la nuca, ese conocido calor de cuando me molesto y que solo desaparece cuando canto "La Vie en Rose" a todo volumen y en mi mal francés. Y tuve que hacerlo, porque ya estaba por comenzar a llorar. Y me sacaron del café, con mi paraguas y mi canción a cuestas, pero se me quedó mi libro, alto precio que tuve que pagar por dibujar una cuchara. Entonces me acordé de la primera vez que fuimos al café con Santiago, Layla, Ainhoa y Manuel y nos pusimos a recitar a Gelman, "…debí decir te amo, pero estaba el otoño…." pero a todo grito y también nos echaron, pero esa vez habíamos tomado tanto vino que no nos dimos cuenta hasta que nos vimos en medio de la calle protegiendo los paraguas. Y fuimos al parque de los árboles rojos y pintamos en el muro aquel "Talita & Julio" que con la última reforma borraron sin darme tiempo a cortar el pedazo y traerlo a mi casa o al club.

Y te extraño tanto, en todo momento. Cuando veo llover, cuando sale un arcoiris de esos de mil colores como sonrisas de cielo, cuando voy al cine solo por el hecho de comprar las golosinas que solo allí tienen su verdadero sabor, cuando voy a hablar con el mar y encuentro que ya no me responde como antes porque no estás tú y sé que hasta que no vuelvas va a guardar silencio. Y te busco en cada espejo, en cada poesía, en cada sonrisa, pero no estás, tal vez nunca más estés.

Ayer caí en la cuenta de que nunca nos hicimos fotos, por tu idea absurda de que se te gastan las sonrisas y las miradas, que se las lleva la cámara. Y ya ni me acuerdo de tu cara, realmente a veces creo que sí y me sorprendo recordando a un artista de cine u otra figura extraña. Pero nunca eres tú. Solo recuerdo tu voz, pastosa y lenta, y me molesta mucho porque solo hace un año que no te veo y me ha parecido una eternidad.

La verdad no te extraño tanto como dije antes, porque si así fuera te extrañaría siempre y no. Cuando estoy con los patos, o leyendo a Onetti, no me acuerdo de ti. Tampoco cuando escucho jazz, ahora puedo ponerlo en casa y me siento más libre y mejor sentada en mi cojín con Cap sobre mis piernas sin pensar en cuando llegarás y tendré que quitarlo para escuchar a Beethoven o Mozart por el resto de la eternidad.

A veces creo que no nos queríamos, estábamos juntos por el simple hecho de no estar solos y por eso nos hacíamos mutua compañía. También porque nos entendíamos, y porque nos gustaba la poesía, y Paris y por supuesto Argentina y Uruguay y los demás países inmersos en su propia y profunda real historia. Y porque soñábamos con mudarnos a Australia por el simple hecho de ver de cerca y cada día a los canguros. Yo estaba contigo porque no te quedabas inmóvil al borde del camino y tú estabas conmigo porque sabía volar como los ángeles o como las hadas, según.

Una noche, cercana a tu ida y en el techo del edificio de las mil puertas, me senté a ver las estrellas, y tomaron la forma de un pájaro y entendí el mensaje. Voy a Australia, a conocer a los canguros y a hacerme fotos con ellos, a ver si se me gastan las miradas y las sonrisas, como tú dices, y me vuelvo más asquerosamente madura como para poder sobrevivir en este planeta lleno de portafolios y trajes, y sombreros, y regido por la bolsa y el odioso dinero.

El mundo se destruye, Julio. Ya los niños no juegan la rayuela, o saltan una cuerda o corren pensando que vuelan, ahora tienen cajas registradoras y apuestan todo al mercado internacional de valores. Sí, con dinero de papel, pero realmente ¿cuál dinero no es solamente pedazos de papel? Y se les ha olvidado soñar y por eso ya no ríen tanto como antes. Por eso me voy a Australia, a lo mejor me convierto en una ejecutiva desmemoriada de esas que andan por ahí apuradas y preocupadas pensando donde guardar todo el dinero que tienen para que no se les gaste, como si el dinero sirviera para algo más que para gastarlo.

Layla viene conmigo, Manuel ya no la quiere como antes, dice que él se va a alguna isla porque con ella se ahoga, me pregunto si eso habrás sentido tú también al irte. Prefiero creer que no, prefiero creer que habrías tenido el valor para decírmelo, como cuando me acompañaste a lanzar al río mi paraguas anterior, días después de conocernos, como es costumbre hacer con los paraguas que ya no pueden hacer nada más en este mundo y me dijiste que te parecía tonto y que por eso era tan importante para ti verme hacerlo. Y te sorprendiste cuando me viste llorar delante de una vidriera llena de relojes. Y me vi obligada a leerte "las instrucciones para darle cuerda a un reloj" y me besaste por primera vez.

No, eso no te pasó a ti. Tú siempre fuiste demasiado valiente, tanto que a veces me daba miedo que me dijeras, ya no te quiero o me voy porque ya no me importas. Y derrumbarme delante de ti demostrándote que mi valentía era poca ante la tuya, ganadora de enormes batallas sí, pero resentida por la poca utilización. Me explicaste también que la valentía había que usarla, porque si no, se oxidaba o lo que es peor, se aburría y se olvidaba de uno. Y entonces uno se volvía un temeroso punto en el medio de la noche o del día que también era la noche de alguna manera. ¡Tú eres un valiente!

A veces me pregunto si algún día volverás a buscarme, no aquí a Paris, ni tampoco a Argentina, tendrás que buscarme por el mundo entero, y tal vez me encuentres en el B-612, que está fuera del mundo, así que rectifico, tendrás que buscarme en el universo, en todo el universo.

En el fondo sé que no voy a verte nunca más, eres como las olas, que vienen y se van, y nunca más puedes estar seguro de que esa, la que te mojó antes, es la misma que te moja ahora, aunque tampoco puedes asegurar lo contrario, claro.

¿Cuánto tiempo estuvimos juntos? ¿Años, meses, días, minutos o una eternidad? No lo sé, pero no quiero descubrirlo. Es tan triste ver que la felicidad se acaba, casi tan triste como ver morir a un pasado que ya se nos fue y saber que nunca va a volver. Estoy exagerando otra vez, pero ya me conoces. No soy tan infeliz, ya sabes que tú no eras mi única felicidad, como yo sé que no era la tuya. La vida continúa y no se detiene por nada ni por nadie, es tan sublime, tan superior que es caritativa y nos da alegrías aún en medio de la desesperación o de la media desesperación que digamos es lo que realmente yo siento, y solo a veces, y después, si las alegrías no te sirven, te envía resignación que siempre sirve. Y olvido, ese te llega una día sin esperarlo y se sienta en tu bolsillo derecho (en el izquierdo está mi cronopio, que ahora mismo duerme) y nunca más se va. Y desaparece poco a poco todo y vas olvidando, borrando hasta que tienes algo más que guardar en el bolsillo y lo pasas a él, al olvido, para uno de los traseros del pantalón y se siente triste y se marcha, con un ataque de supuesta dignidad, solo para volver en cuanto lo necesites.

El olvido aún está en mi bolsillo derecho, pero voy a tener que pasarlo al de atrás cuando me vaya para Australia, porque tengo que llevarle a mi abuela unas flores antes de irme y el olvido no puede ir conmigo a su casa tan cerca de mi corazón o de mi cronopio (ya sabes que nunca he estado muy segura de tener el corazón en el lado izquierdo, o tal vez yo tengo más de un corazón).

Y no puedo escribir, es como si me hubiera olvidado de las letras, son solo unos caracteres sin sentido que no puedo organizar por mucho que trato. Me siento delante de la máquina y comienzo a llorar porque no se cuál es la T ni la J, no puedo poner Julio ni Talita ni siquiera mi verdadero nombre. Y eso me causa una tristeza enorme, ya sabes que para mí las letras son muy importantes. Pero tuve que conformarme con comprar una de esas sopas que los fideos son letras y ahí sí podía leer y me la tomé toda formando tu nombre y el mío (el de verdad) por primera vez como si fuera uno solo. Y comencé a reír como una loca y saqué el violín, tu violín, y toqué aquella pieza que tanto te gustaba, mal tocada como toco yo. Después puse una vieja canción en español, cubana, "…si me pudieras querer como te estoy queriendo yo…" y me hizo llorar y después reír porque no, no puedes quererme, como yo tampoco puedo quererte a ti. Somos incapaces de querer a otra persona como ella quiera, solo sabemos querer a nuestra manera, porque somos egoístas y por eso estábamos juntos, y por eso te fuiste, y por eso yo no fui por ti. Santiago me dice que es que somos muy orgullosos, pero tú y yo sabemos que no es así, simplemente el amor es muy complicado y a veces se piensa demasiado en él. Yo te encontraré en cada hombre y tú quizás pensarás en mí cada vez que beses a una mujer, pero eso es lógico en vista de que somos almas gemelas, separadas pero gemelas al fin. Después nos olvidaremos, y volveremos a vernos cuando subamos una escalera (con o sin manual) o cuando vayamos a depositar en su última morada algún viejo paraguas que termine su camino por esta vida. Nos sabremos eternos y presentes el uno en el otro, pero incapaces de estar juntos más del tiempo que ya hemos estado.

Como la semana pasada en la reunión me preguntaron por ti, que si me ibas a acompañar a conocer al hombre que vio por última vez a mi padre con vida, les dije que no, que te habías ido a vivir a Marte y se rieron, sin entender que tal vez estés allí realmente. Y fui a verlo y me contó con detalles todo lo que les hicieron, ¡Malditos, hijos de puta! Y todavía caminan por las calles de Argentina como si lo merecieran. Salí tan asqueada que no volví a casa y descalza vagué sin rumbo por las calles observando vidrieras y caminando en zig-zag, como tanto odias caminar y llorando. Pensando en mi papá, al que nunca había conocido, al soñador del que había heredado los enormes ojos café y la nariz, un poco grande tal vez, pero sobre todo la capacidad de leer entre líneas y de escribir mis pensamientos en el aire a falta de algo mejor donde hacerlo. Cuando dejó de escribir en el aire y comenzó a hacerlo en papel y rodaron sus escritos por las calles agitadas de aquellos años, no tardaron en buscarlo, perseguirlo, torturarlo y matarlo. Yo era pequeña y solo recuerdo las lágrimas de mi madre en el aeropuerto y después solo oscuridad hasta que vi la torre Eiffel y la cara de mi abuela. Entonces Paris fue mi casa y me alejé de la realidad y me volví bohemia y loca como me dicen muchos solo porque me pongo ropa rara y canto y bailo bajo la lluvia y resguardo mi paraguas para que no se moje. Es difícil entender que se siente al estar solo en el mundo pero lo es aún más entender como es vivir solo en Paris. Tú lo sabes, o lo sabías antes al menos. Al final entendemos que todos estamos solos en el mundo y que a veces esa es la única forma de estar. Convivir con la soledad, esa es la mayor prueba de fortaleza del ser humano, y yo la he pasado con creces, igual que tú, igual que la Maga, igual que Horacio, igual que Santiago y Ainhoa y Manuel y Layla. Porque uno nunca está tan solo como cuando está rodeado de gente que no lo comprende y nosotros ya tenemos experiencia en eso.

Ahora ya Paris no me da lo que busco, y por eso estoy en Argentina, pero tampoco aquí encuentro lo que estoy buscando, además Paris es mi hogar, solo vine a conocer al pobre hombre que me contó lo de mi padre, pero me regreso de inmediato. Echo de menos mi gorro y a Cap.

Es curioso ver como cambian las cosas, hace tiempo estábamos juntos y ahora somos dos locos para este mundo, o este mundo es una locura para nosotros, como dice el poema, pero estamos lejos y en cuerpo y alma. Somos dos personas distintas a las que se conocieron hace años en un parque en Paris.

¿Recuerdas el hombre del acordeón? Murió, y nunca logró alcanzar la mariposa que tanto buscaba, pero sabes que es lo curioso que cuando se fue, su hijo, el mayor creo, rompió el acordeón y de ahí salió la mariposa. Cuando me lo dijeron asomaron las lágrimas y entendí que el hombre había sido feliz porque había pasado su vida buscando algo, aunque no lo había encontrado, y siempre lo había tenido tan cerca, pero la verdadera pregunta es: ¿lo sabía, sabía cuán cerca estaba su mariposa? Yo creo que sí, pero no había querido romper su instrumento, porque al encontrarla se habría quedado sin nada que buscar y por tanto se habría quedado sin sueños y sin música. Eso es la búsqueda de la felicidad, a veces no la vemos por miedo a que se vaya y nunca más vuelva.

Yo ya soy libre, extiendo mis alas y respiro, siento la paz y la esperanza, la vida. Estiro las piernas, me pongo mi gorro, mi abrigo verde (reviso que el cronopio aún duerme y le doy un beso) agarro una botella de vino y a Cap y me lanzo hacia la puerta. La noche es joven y hermosa, Paris está lleno de puentes y de paraguas, cerrados porque no llueve, de parques y árboles, de flores que ahora descansan y otras que abren sus pétalos, de jazz, de blues. Voy a despedirme de Paris, me voy a Australia.





Liana Rosa Vázquez Fernández (CASIOPEA)
abril/2006
"…yo moriré con la esperanza de que un día el sol salga por el oeste…"

Texto agregado el 06-05-2006, y leído por 225 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-05-2006 Necesitas trabajarlo Tatitu
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]