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Inicio / Cuenteros Locales / JustoATiempo / INSECTIADA EN LA SALA DE PROYECCION

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Roxie estaba harta de que no le alcanzara el dinero para sus cosas más elementales. Se partía el lomo trabajando quince horas seguidas en un restaurante para camioneros, y no conseguía ni lo de su arriendo. Los días se le pudrían uno tras otro atendiendo a esos barrigones que siempre estaban de paso, insinuando siempre sus cochinadas pornográficas, cochinas sobre todo por la falta de creatividad, la pobreza de la repetición, la imaginación de los espejos. La mariposa rubia llegaba a su pieza muerta de cansancio y dormía a saltos, despertando a la madrugada por la estridencia de las sirenas de las ambulancias, bañada por completo en la luz de neón del vastísimo aviso de la lavandería de enfrente: “Lavamos Sábanas y Dinero en Seco”.

De manera que había resuelto asaltar un banco, y ahora estaba metida en el escabroso lío de la huida, pues llevaba toda la plata en una maleta muy pesada que le impedía levantar el vuelo. La idea de Roxie era llegar hasta la playa, para resguardarse unos días donde su amigo Poc, el escarabajo borrachín. Poc disponía de una cabaña con techo de palma y dos hamacas, una estufa, una mecedora y un montón de botellas vacías. A veces pasaban por allí los turistas, pero era raro, puesto que las olas de esta playa se encrespaban mucho y había unas piedras gigantescas que no dejaban nadar.

Bien, la verdad es que Roxie y Poc habían tenido un romance en otra época, una época dorada en que estaba de moda ser sincero, no como ahora. Tal vez ya no se recuerde mucho de esos tiempos ya extintos; el algodón de azúcar rosado se imponía sobre todas las consideraciones, los caramelos de menta invadían meticulosos hasta el último de los rincones, en los ojos de la gente uno percibía soledad de buena ley, soledad franca. Las cosas no habían funcionado entre los dos por culpa de una estufa de gas defectuosa que tenía Poc por entonces. La maldita estufa ahumaba las ollas, a resultas de lo cual siempre empezaban los alegatos, las sátiras bañadas en curare, ya que ninguno de los dos soportaba el tizne. Los ripios del afecto se evaporaron cuando explotó la estufa y fueron a dar los dos a un hospital de cuarta categoría. Ahí terminó todo, entre vendajes y lamentos; cada uno decidió hacer la vida por su cuenta y se puso de moda engañar a los demás.

Un mal grillo que había encontrado en la policía la mejor carta blanca para saciar sus más espeluznantes pasiones, sus desviaciones llenas de penumbra, Rik Bermúdez, venía siguiendo a Roxie. Una barba de tres días y unas ojeras como de colgante gelatina de uva hacían de su cara un feo espectáculo, y para rematar, de sus sobacos salía un constante efluvio como de pasteurizadora de leche. Rik Bermúdez vestía unos jeans rotos, unos tenis blancos, una camiseta estampada con la leyenda: “Fuck the silly planet!”, y ahora bebía un vaso de café en la esquina, una esquina perfecta para espiar a Roxie en la tragedia de no poder levantar el vuelo con la maleta. Sonreía a la manera torcida en que sólo un grillo chueco puedo hacerlo, se acariciaba despacio su barbilla con ayuda de las antenas, y habría perpetuado su sonrisa maligna unos instantes más de no haberse quemado la pata con el café caliente al ver despegar por fin a Roxie, rumbo a las nubes más altas dejando tras de sí un caminito de billetes, exactamente la misma estela de volantes que dejan las avionetas publicitarias. Y para coronar con un punto de crema batida el ponqué de su mala suerte, en el momento en que Rik Bermúdez pegaba ya el brinco para seguir a Roxie, encendiendo su sirena rural, una hormiga sorda, una arriera anciana que transportaba una enorme paja, se atravesó en su camino. ¡Splashh! Se estrellaron los dos insectos y quedaron tendidos sobre un montón de hojas, turulatos; luego el tumulto de arácnidos en torno suyo: “¿Qué pasó? ¿Qué pasó? El vagabundo atropelló a la anciana a propósito. ¡Ah, es un detective!”.

Cuando Roxie llegó a la cabaña playera de Poc no tenía sino cinco billetes de mil en la maleta; el resto se había quedado en el camino, millones y millones que se enredaron en las copas de los árboles y los tejados de las casas. Poc esquivaba la cabellera rubia concentrando su mirada en las olas, buscando en la espuma una razón para este repentino delirio que le regresaba a Roxie una vez más. Se giró apartando con su media docena de patas la alfombra de botellas vacías, y fue a preparar la estufa para ofrecerle un tinto a la mariposa que gimoteaba en la hamaca. Ahora disponía de una reluciente estufa de gas de última generación, ATX 2592, puro cromo, digital, pura fantasía, treinta y cuatro programas distintos para la cocción de alimentos y bebidas. Entretanto, ella relataba su dolor, hablaba de una fortuna que perdió volando, un platal perdido para salvar la vida: “Porque cuando vuelas, cuando liberas tu mente y dejas que extienda sus alas sobre una corriente de circunstancias atenuantes, cuando estás suspendida en el aire y ves todo en su real tamaño… No te imaginas, Poc. No hay nada más. No importan los millones. Es tu aislamiento más perfecto, volar. Un ritual de intimismo desbordante que te muestra lo pequeñas que son las cosas, las preocupaciones, las barrigas de los camioneros, los ideales de las naciones”.

Mandaron traer otro frasco de ron añejo con los cinco mil pesos que quedaron del asalto al banco, y se tendieron sobre la arena a contemplar un cielo cerrado que amenazaba lluvia. “Poc”, dijo Roxie, “¿en qué consiste la crueldad? ¿Qué es lo realmente cruel?”. Poc guardó silencio, pensando que el solo hecho de tener a la mariposa rubia acostada junto a él y no poder pasarle ninguna de sus patas por encima en son de caricia era algo ya suficientemente cruel como para partirle el alma a cien mil espectadores. “Es el cine”, dijo entonces el escarabajo con su vozarrón fragmentado en tonos bajos. “Lo que es cruel de verdad es el cine. Esa pobre gente que se sienta en salas oscuras a ver cómo, tras un pedazo de tela, hay realidad de la buena, explosiones, bala, cuerpos bellos, maldad, solidaridad, amor, futuro, androides”.

Justo ahí, en sincronía perfecta con la palabra “androides”, desde las sombras, Rik Bermúdez oprimió el interruptor del megáfono: “No se muevan, cabrones. No intenten nada, putos ladrones de baratijas. Los tenemos rodeados”. El grillo sofocaba dentro de su pecho una risa purulenta, la risa que le brotaba de su propia audacia, puesto que nadie más sino él llenaba el reducido espacio de las sombras. Quería eliminar a la banda de maleantes y apoderarse de su botín, como solía hacer.

Sin embargo, los pesados goterones de la lluvia empezaron a llenar la playa de agujeros, en tanto que Poc, rápido, seguro, tomó de la mano a Roxie para conducirla al escape bajo tierra.

Si alcanzaron a huir o no es todavía materia de sesudo estudio. Unos dicen que Rik Bermúdez los ultimó de dos balazos certeros, una puntería tan fina como el cálculo infinitesimal. Otros van más allá y sostienen que además profanó sus cadáveres al comprobar que habían logrado desaparecer el producto del asalto al banco. Unos más optimistas aseguran que la pareja ha sido vista hace poco en un restaurante de Fontibón, aburridos los dos, como suele ocurrir a los insectos que alargan mucho su vida marital.

Texto agregado el 13-05-2006, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
14-05-2006 Es un cuento hecho con escalpelo. Me parece que los nombres de los personajes chocan con su ubicacion en Fontibon. ¿Será acaso que los nombres latinos ya no nos suenan porque estamos americanizados? Akeronte
 
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