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Hay un pequeño rincón en su alma en al que guardaba sus recuerdos, sus anhelos y sus pensamientos hasta que un día su madre haciendo limpieza los descubrió, que triste se sentía en ese momento, le habían robado lo único que tenia, lo único que había tenido nunca…
Apenas se le escapó una lágrima insignificante, no volvió a llorar. A partir de aquel momento empezó a notar como crecía.

Su corazón siempre estuvo rasgado, sus alas rotas y su alma malherida y sin embargo nunca lloró, se puede decir que era fuerte, lo que nadie sabia es que era demasiado débil como para llorar. Cuando pensaban que era dulce y fácil se encontraban a la chica de hiero que cierra las puertas de su vida a todo el mundo, puede que incluso un poco a si misma; y cuando pensaban que era una chica dura e inaccesible ella lamentaba que no se dieran cuenta de su incapacidad para mantener el equilibrio, de la necesidad del abrazo que siempre se había negado.

No sentía pena por si misma, siempre había aborrecido el sentir lastima de alguien y no permitía que nadie la sintiera por ella, prefería sentir pena por los demás, porque no eran capaces de conocerla, porque no la querían (seguramente con razón) o la querían sin saber quien era.
Le aburría el mundo e incluso le aburría su mundo, pero temía que al saltar desde un acantilado seria incapaz de volar y dejarse llevar por el viento como hacían las cometas, pues nunca había tenido nadie que volara su cometa.

Y hoy era el día, desde aquel lejano momento en que su madre encontró sus cosas haciendo limpieza, en que volvía a llorar.
No sabia porque y tampoco le interesaba, el desencadenante había sido el encontrar uno de sus libros mal colocado después de la visita de un conocido que insistía en llamarse amigo, lo habría cogido y dejado mal, algo sin mucha importancia, pero ella se echó a llorar.

Lloró, al principio una solitaria lágrima recorrió su mejilla, pero luego, para su sorpresa, la siguió otra, y tras ella un millón más que se arremolinaban en sus ojos y no podía retener, mejor dicho, no quería retener. Lloraba, lloraba, lloraba.

Cuando acabó, cogió el teléfono, hacia mucho que había retrasado esa llamada, era el momento de hacerla.

- Llamas con siglos de retraso.
- Quiero que vuelvas

Y así fue como su ilusión tras asegurarse de que cumplía una serie de condiciones (como por ejemplo de que tenia muchas sonrisas listas para regalar) volvió a su lado, en realidad consiguió engañarla muy bien, no se dio cuenta de que nunca se marchó, solo estuvo callada durante algún tiempo…siglos que los llamaba ella, pues para los sentimientos el tiempo no pasa tan lento como para nosotros.

Texto agregado el 13-05-2006, y leído por 156 visitantes. (1 voto)


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