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LA ROSA DE PARACELSO

Santiago Díaz Lombaradi

Mediante la historia de Paracelso y de Johannes Grisebach, quien pretende ser discípulo del mago y alquimista, el escritor argentino Jorge Luis Borges, realiza una magnífica y bella parábola que tiene múltiples lecturas, siendo la más clara la que parte del punto de vista estético.

Por medio de su texto, el autor señala que en el hombre la capacidad creativa es más que nada un acto de fe, y que es la palabra, punto de partida y fin al mismo tiempo, vehículo único para lograrlo. Nos induce a pensar también que la creación tiene un origen divino.

El aspirante a discípulo de Paracelso pretende pagar con oro los servicios del maestro, a quien por cierto le pide como prueba de sus habilidades destruir una rosa y hacerla resurgir de entre las cenizas, a lo que Paracelso responde: “Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo”.

Cuando Grisebach dice a Paracelso “Quiero que me enseñes el arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra”, y el maestro le responde “El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra”, le está diciendo que para ello es necesario primero comprender la esencia de
las cosas, y partir de ahí podrá realizar una creación. “Cada paso que darás es la meta”, añade Paracelso, para darle a entender que requiere disciplina, trabajo, crecer poco a poco.

El discípulo, incrédulo, pregunta: “Pero, ¿hay una meta?”. Paracelso responde entonces que sus detractores le llaman impostor y que no les otorga la razón y da a entender que lo único que puede afirmar es que hay un camino.

El discípulo le pide recorrerlo junto a él, pero pide una prueba de que éste existe y ésta es que destruya una rosa en el fuego y la haga resurgir. “Déjame ser testigo de este prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera”, solicita el aspirante a discípulo. El maestro se niega y le dice: “No he de menester la credulidad; exigo la fe”. En la discusión, Grisebach rechaza de alguna manera la petición de Paracelso y niega su fe en la divinidad y con ello en el arte.

Paracelso le dice que si arroja esa rosa a las brasas, creería que ha sido consumida, y que la ceniza es verdadera. “Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo”.

El aspirante a su discípulo duda de ello y le dice que no importa cómo lo haga. A él lo que le importa es ver desaparecer y aparecer la rosa.

Paracelso afirma que este prodigio no le daría la fe que busca, pues pensaría que es algo impuesto por la magia de sus ojos.

Le recrimina entonces que se atreva a dudar de él, pero el aspirante a discípulo exige de nuevo la prueba y arroja la rosa a las llamas. Ante ello, Paracelso se niega a devolver la rosa a su estado original y el muchacho piensa que el maestro miente, siente lástima por él, se lleva las monedas de oro que había ofrecido cuando llegó.

Paracelso en la soledad hace resurgir la rosa. Es la duda entonces lo que hace perder al muchacho la oportunidad de aprender de un maestro, no es un
digno discípulo, no tiene fe, está imposibilitado para el arte.

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Texto agregado el 18-05-2006, y leído por 2586 visitantes. (2 votos)


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