Puedo sentir como el agua se desliza entre mis piernas, como moja mi falda, como llega hacia mi espalda, mientras roza mis heridas, provocadas por las piedras. Ha mojado mis cabellos y ha decidido llevarse el lazo que sujetaba mi trenza.
El agua está helada, me adormece. Miro al cielo, es gris, gris oscuro. Lloverá más tarde. Crecerá, de pronto, el caudal.
Ya no tengo tanto frío. Mi sangre ha entibiado el agua. Intento mover mis dedos torpemente, con las yemas siento una piedra lisa, con algo viscoso sobre ella, que supongo, es barro. Abro mis ojos, muy grandes. No puedo cerrar la boca. Mi lengua logra sentir la mezcla de saliva y sangre, una mezcla dulce. Quiero tragarla, pero se escurre, inevitablemente, entre los labios.
Mantener la barbilla en alto!-pienso. No queremos que el agua se meta en mi boca. La basura siempre llega al río, siempre -dice María. El aire llega abundante a mi nariz, es demasiado, es aire invernal. Mis zapatos plomos se hacen pesados, las medias hasta la rodilla, se pegan a la piel.
Un niño regordete asoma su burda cabeza por la ladera del río, me mira asustado. Me ha empujado!!! Lanzo un grito. Sale corriendo. Sonrío, aunque solo logro una fea mueca generada por el dolor.
Tenía 5 años cuando me empujaron al río que estaba al lado de mi escuela. María había optado por mandarme a la primaria antes de lo debido, porque el jardín lo sabía de memoria. Era viernes y hacía frío, siempre hacía frío. Jugábamos, yo era la mas pequeña, más aún que los de mi edad, íbamos dando vueltas alrededor de la ladera de aquel río maligno. De pronto, alguien se vio tentado a empujarme, puso las palmas de sus manos, suavemente, en mi espalda. Y yo salté, sí salte. Él hizo un sonido extraño, como cuando matan a los patos, al tratar de decir algo. Me doble de lado, como si ya estuviera ahogándome al caer.
Hay que caer como sea, menos de cara. De hombros, de espalda, pero jamás de cara- dice María
¿Qué pensaría el incompetente profesor de primer grado, cuando le dijeron que una niña había caído al río? Seguro salió corriendo, pero yo ya no estaba allí. Al cabo de un rato, había logrado levantarme. Escalé por donde pude y fui camino al hospital. María es enfermera. Caminé al principio y luego empecé a correr, aunque no tan rápido como podía, la ropa me pesaba y podía resbalar, aún con la poca nieve que quedaba.
Princesa, ¿qué ha sucedido contigo?- pregunta un doctor, amigo mío. Ay Walter!, le cuento lo sucedido, el muchachito ese, me lanzó con descaro, afirmo. Mientras que él me lleva en una camilla a toda velocidad, siempre ha sido divertido Walter, por los pasillos de aquel hospital. Vamos a que te curen esas heridas y te escurran un poco, me dice.
En el hospital me querían bastante. A decir verdad, todos me querían; era una niña adorable, supongo.
¿No tienes nada en la cara? ¿No?- pregunta María. Es capaz de molestarse si he caído mal. No es nada grave. Ojala no te agripes. Estos niños ¿quién los cuida a ustedes? Caray!- frunce el ceño.
No quise volver a la escuela, y solía acompañar a María en sus guardias. Eso me entretenía bastante, se pueden muchas ver cosas en las guardias. Yo, ya estaba acostumbrada a la sangre. Las enfermeras no se visten de blanco ¡se visten de turquesa! - repite despectivamente, María, mi madre.
El niño regordete, vino a ver al doctor, su madre está enferma. Sabe que lo he culpado, conozco a María y sé que ha hecho un escándalo.

- ¿Cómo estás?- pregunta, amable.
- Estoy enferma, respondo con aire de tristeza.
- ¿De qué?
- No sé.
- ¿Te vas a poner bien?
- No, voy a morir- digo, lo más seria que puedo.
- ¿Por qué?
- Por el frío
- ...
- ...
- Perdóname!
- Te perdono, si no, no me iré al cielo.

Su madre le hace una seña para que se vayan. Él me mira por última vez y yo le sonrío levantando la mano del adiós. ÉL no puede evitar que se le escurran las lágrimas,yo me siento mejor que nunca.