El libro de las verdades

En el mundo, todo estaba dicho. Los sabios temían enfrentarse a los comunes porque los comunes sabían que la inventiva estaba aniquilada. Entonces se enfrentaban a la burla, a la replica indefectible propinada como un escupitajo de verdad en el rostro.

Los comunes, despreciaban a los sabios, a los artistas porque toda la verdad era conocida. Los genios eran igual de humanos que los comunes. El mito, la leyenda, había terminado. Ya no había nada que crear, la humanidad toda era un collage del máximo conocimiento, donde las coordinaciones de ciencia y arte estaban todas hechas. Entonces los hombres vivían con una sonrisa fija en el rostro, como si hubiesen englobado el mundo todo en una frase*, estaban llenos de dicha pero vacíos de esperanza. No valía la pena comunicarse, una obviedad holística fastidiaba al ánimo general.

Sin imaginación, el silencio lo acaparaba todo. Los libros y los periódicos presentaban la única novedad: páginas en blanco y los pocos atrevidos trataban de ocupar su tiempo creando nuevos colores. Otros, caminaban con la mirada en el piso, vagando como almas en pena, buscando en la trayectoria de una hormiga la posibilidad de algo nuevo que contar.



*Como la sonrisa de Lord Henry. El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde.