Caminando por la acera sin pavimentar sucedió un hecho intrigante: una niña pequeña que jugueteaba entre los árboles al borde del camino me miró por breves instantes, en los que alcancé a sonreirle. Ante esto la pequeña abrió mucho los ojos y entró corriendo a una casa a unos cuantos metros de allí. Seguí caminando -una canción me acompañaba- y vi un corral a todas luces ilegal con un par de aves exóticas, seguido de una casa de madera a punto de derrumbarse. Más allá, la visión de un pastizal negro me explicó la molesta nube de humo que golpeó mi cara. No me bastó más que levantar la cara para ver a un ciclista atravesando una carretera poniendo en peligro su vida -probablemente no era consciente de ello- . Atravesé un puente y sentí un extraño escalofrío al notar la obscuridad que me envolvía. Caminé más y me encontré con el conocido y precario puente de madera que cruzo todos los días, pero hoy no corrían las turbias aguas bajo mis pies, lo que me permitió examinar con la vista la basura y escombros que reposan en el fondo del río. Un río como el aire que respiramos, ¿quién se acuerda de que existe? Nunca he sido buena sacando conclusiones, probablemente quien lea esto hará el trabajo por mí...