Sonrisa de lado y ojos oscuros. Barba de dos días. Piel morena, labios llenos, nariz de mariposa. Manos duras y grandes, impasibles frente al dolor.
Finas volutas fantasmales brotan de su boca. El sol no alcanzará nunca a templar su corazón, herido de muerte después del rechazo aquel.
Hosco al hablar. Se reconoce ignorante pero también se sabe fuerte. Su ancha espalda se forjó a base de ladrillos y bolsas de cemento.
Mira la máquina y calcula la consistencia de la mezcla, agregando agua con un balde sucio.
Lleva un chaleco descolorido y roto, y sus pantalones tienen manchas de tantos tipos que resulta imposible adivinar el color original.
El viento hace chirriar algunos cables y taladra su pecho, aunque ni siquiera siente la tibieza de la lágrima gorda que resbala por su mejilla, dejando un camino que en mucho se parece a un río.
Detiene la máquina y vierte la lechada en el encofrado que hábilmente terminó de armar. Seguramente el arquitecto hará preguntas, pero sabe que su palabra será respetada. Ya dibujó en su mente la excusa para la consolidación anticipada.
Prolijamente alisa la superficie y se bebe el aire helado hasta sentir dolor, aunque en realidad no está seguro de la fuente de ese dolor. ¿Será sólo el frío? ¿O será que la furia no calmó el rechazo?
No era gran cosa ella tampoco. Pero a él se le quemaba el alma cuando la veía pasar. Juntó semana tras semana su jornal para invitarla a cenar.
Alisó lo mejor que pudo su pelo negro y grueso para la cita. Calzó su ropa mejor y hasta se dio el lujo de usar jabón perfumado para lavarse.
Ella lo idiotizaba con su risa de cristales rotos y sentía vidrio molido en el corazón cada vez que la miraba.
Volvían caminando a la villa cuando pasaron por la obra. Él inventó un pretexto al sereno, que sonriendo sabiamente tomó su bicicleta y se perdió en la noche.
Cuando la trató de abrazar para probar el veneno sutil de su boca, ella lo apartó de un empujón. Su risa fue filosa como un cuchillo y con asco en la voz le dijo: “Negro de mierda, ¿te crees que con una pizza sucia me vas a comprar? ¡Este es mucho cuero para tu catre, roñoso!”
Sintió como si despertara de un sueño paranoico. Se encontró respirando pesadamente con sus manos todavía trenzadas sobre su cuello.
La soltó y cayo pesada en una postura imposible. Se arrodilló a su lado y sintió el ardor de las lágrimas subiendo por su garganta en un grito mudo y eterno.
Delicadamente apartó el pelo de su rostro y acarició con ternura increíble las facciones tantas veces recreadas por la memoria en sus noches solo. Con la boca salada y marina la besó con dulzura escondida tras años de apilar bloques.
Después buscó ropa de trabajo y una carretilla.
Estaba todo preparado para la mañana siguiente. Verterían la colada de concreto para formar la base del sótano.
El frío es atroz, pero él está insensible a todo. Lo único que percibe es ese dolor difuso pero intenso recorriéndolo de pies a cabeza.
Termina su trabajo con la meticulosidad de siempre y se sienta en la casilla del sereno a esperar el amanecer.
Enciende la radio para no sentir el silencio martillando su mente. El tango de amores contrariados se desgranó profundo y más doloroso que nunca.
fin