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Uno tiende a conservar todo, a guardar los momentosnombresrostros de alguna forma. Así un día Uno conoce a Alguien y Alguien conoce a Uno y entonces van descubirendo sus nombresmomentosrostrospalabrassilencios, sus apellidos y luego su plato favorito de un mediodía de sábado entre las mustias hojas de otoño.
Entonces Uno mira el reloj en algun momento de la conversación, justo en el instante en que el presente comienza a conjugarse con el futuro y los artículos determinan lo indeterminado de las casualidades y sus causas. Uno piensa, después de todo y por todo lo vivido y dicho, que ese momento si valió la pena y entonces decide cosntruir puentes más allá de lo fortuito y las causualidades y decide darle más importancias a las causalidades que se podrían presentar. Entonces Uno toma coraje y le dice a Alguien que si "Porque no me das tu teléfono y te llamo por cualquier cosa, que sé yo, para tomar un café o ver como despacito vamos contando la dulce y triste caída del sol en las tardes de setiembre, allá en el mirador de ita pyta punta.
Alguien le dice que está bien, que le gustaría continuar en otro momento el tema, que también el café huele mejor cuando va acompañado de buenas palabras y bollos de dulce de leche en alguna mesa, en un balcón de una casa vieja mientras se ve pasar a las personas, chiquititas y sin apuro, bajo la luz de los faroles, sin mirar siquiera al desierto banco.
Ambos buscan presurosos el bolígrafo que hará palpable la bella realidad de los números intercambiados mientras arrancan hojas de sus cuadernos. Por un minuto tiemblan los biromes que escupen su sangre de tinta negra, azul y palabras. Luego los papeles cruzan el breve espacio que separa ambas manos y se depositan en los cálidos bolsillos de los nuevos dueños y se duermen ahí, esperando el momento de volver a ser consultados, cual oráculo de un destino aún incierto.
Y es aquí cuando Uno y Alguien ni siquiera sospechan, pues nadie les ha advertido al respecto, de la inevitable tendencia que tienen esos dichosos papelitos al extravío. Entonces Uno descubre esa terrible verdad justo el día en que quiere comentarle a Alguien sobre el encendedor nuevo que se compró en el mercado de pulgas y del otro que quedó ahí esperando pues combinaba con aquel saco azul con el cual la conoció. En algun punto de la ciudad, Alguien ve caer la lluvia desde su ventana y piensa que bueno sería estar en un café con Uno, compartiendo la preocupación sobre la ropa que no se seca nunca y aplacándo su frustración con cuatro bollos con crema.
Pero todo es inútil, los números siguen dispersos en el vasto limbo de bolsillos de algún pantalón o en la enmarañada jungla de las hojas de cuadernos del año pasado. "Dios que no sea así" dice Uno en medio del cuarto mientras multiplica ojosmanospreguntas en busca del dichoso papel. Alguien sigue viendo la lluvia y en cada gota que resbala por el cristal de la ventana, trata de recordar el orden exacto de las cifras que podrá llevarla hasta la taza de café, los bollos y Uno.
Y los papeles, que quizás tengan el futuro en sus cifras, siguen perdidos, haciendo de aquel momento algo que quizás simplemente nunca existió.

Texto agregado el 31-05-2006, y leído por 216 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-05-2008 si, asi es exactamente como pienso al ver lallluvia... solo que mas dramatica.. saludos! mary_drEAMS
13-11-2007 Me encantò, es la sìntesis de lo que pasa cuando algo puede ser. doctora
01-11-2007 Un texto sencillo, pero bueno. margarita-zamudio
01-11-2007 curioso...diferente..original forma de percibir.... mónica canelaymenta
13-08-2006 muy bueno. me gusta la forma en que te expresas, seguire leyendo mas de vos! ginny
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