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Son las dos de la tarde, minutos más, minutos menos.
El Mono, viene cuesta abajo por Washington desde la esquina de Zorrilla, no pedalea, en una mano el manillar y en la otra una naranja a medio chupar, los ojitos entrecerrados por el sol de frente, short, “romanitas”, gorro con visera hacia atrás y la placentera tranquilidad de que sus amigos lo están esperando cómo todas las tardes de ese y de todos los veranos que recuerda.

Frente a la puerta de su casa, está el Pato, sentado en el cordón, al rayo del sol se termina de comer una tanjerina y escupe de a una las semillas para el medio de la calle, a su lado está Carlitos, el gordo Carlitos, que con un palito saca pedacitos blandos de la junta del hormigón de la calle que es de alquitrán y los hace una bolita entre sus dedos, mientras piensa en las injusticias de la vida, de su corta vida, porque él, justo él que es el más pesado tiene que pedalear hasta el club en una bicicleta de reparto y no en una “Graziella” cómo el Pingüino.

A las risas dobla la esquina el Grillito Rocha, siempre a las risas, basta que vuele una mosca para que Guillermo (que así se llama el Grillo) se mee de risa, esa tarde tendremos que hacer de mula con el Grillo que rompió su bicicleta (que es suya pero también de sus tres hermanos), de eso se viene riendo, sabe que lo vamos a llevar, y que las cuadras que nos separan del río no son nada cuando vamos, pero son una tragedia cuando las subimos ya entrada la tardecita con él sentado en el manillar riéndose mientras nos grita que somos unos cagones que no podemos con él.

El gordo Alejandro va derecho desde su casa, no llega al punto de reunión de todos los días porque esta estudiando ingles, Alejandro está comodín, es el único que va al Anglo pero con tanta mala suerte que lo agarró diciembre estudiando para dar examen.
Sólo falta Miguel, el “Pingüino” que mimado al extremo por su madre soltera, su tía y su abuela almuerza a las once de la mañana para que transcurran religiosamente las 3 horas antes de ir a bañarse al río; a poco de las dos de la tarde se le verá aparecer.

Cómo de costumbre Carlitos llevará en el canasto de su enorme bicicleta de reparto al Grillo hasta el club, es todo cuesta abajo, mientras los cinco nos reímos de todo incluido de Alejandro, el cajetilla de la barra que está estudiando mientras nosotros nos cocinamos al sol de las dos de la tarde de Paysandú, dejándonos ir despacito, sin pedalear por Washington hacia el Club de Remeros.
Son las dos de la tarde de hace 29 años, son cinco amigos de verdad, son amigos como nunca más se conocen en la vida, son cinco niños de diez años…



Con todo mí afecto para Carlitos “Charly” Luna, Raúl “Mono Masanti, Miguel “Pingüino” Gremolych, Guillermo “Grillo” Rocha, Enzo “Bruja” Tosi, Alejandro “Gordo” Mega, amigos como nunca más se conocen en la vida…


Víctor “Pato” Masullo
Florida 2002.-

Texto agregado el 03-06-2006, y leído por 299 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-07-2006 Está todo dicho vo'... la barra eterna que los yoruguas llevamos a cuestas eternamente, nuestras señas de identidad. Muy bien escrito. walker
01-07-2006 Recuerdos y añoranzas de momentos vividos que siempre quedan grabados en nuestro corazón***** clear_su
30-06-2006 Esa barra quedará en recuerdo de todos alimentando el alma y propiciando anécdotas, repetidas miles de veces ,entre copa y copa con los amigos de ahora. pene-lope
16-06-2006 Me gustò, es un relato muy agradable, pasa suavecito, uno puede ver a la pandilla. Saludos. tigrilla
14-06-2006 Que buena.. que buenos los recuerdo que nos llevan a lo bueno de la vida...los amigos..besos. niny
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