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Siempre leía debajo de ese gran árbol que estaba en su espaciado jardín; una gran casa sin discusión alguna; sí, siempre allí frente a un gigante sauce. Apreciaba los colores del cielo cuando cambiaba con las horas, silbaba a los pájaros y hablaba con los animales que por ahí la visitaban, le gustaba estar tranquila sin que nadie la molestara, eso eran sus momentos. Pero estos preciosos momentos la mayoría de las veces eran perturbados por sus dos hermanos menores, esos gemelos traviesos, Diego y Gabriel. Sus jugarretas siempre desconcentraban a Teresa, pero ella no decía nada y en vez de ponerse realmente furiosa, los contemplaba como reían y correteaban por el gran lugar, ella se recordaba cuando paseaba por el jardín y siempre descubría algo nuevo e interesante.

A la hora de la cena, Teresa siempre estaba muy callada, oía en silencio como sus padres charlaban, y de cómo una simple conversación se transformaba en una gran pelea, hasta con lágrimas de su madre, corría detrás de ella cuando esta de un brinco se iba a su dormitorio, se acurrucaba al lado y le decía palabras al oído, que no estaba muy segura si las escuchaba, pero la mayoría de las veces, los llantos de su madre cesaban.

Essa, como le llamaban de forma cariñosa sus padres, se quedaba hasta tarde despierta, sin que nadie lo notara, caminaba por la gran mansión y secretamente besaba en la frente a sus hermanitos cuando estos dormían en sus confortables camas. Miraba la luna grande, luminosa y redonda, las sombras de los altos arbustos de su jardín, el reflejo del cielo en la pileta de agua. Todo esto lo repetía fielmente cada noche. Por años hizo lo mismo hasta que un día todo cambio.

Se despertó con el fuerte sonido que al parecer era de una pistola, preocupada y desorientada, confusa con un sentimiento extraño que comenzaba a carcomerla, se levanto, sacudió sus ropas y agarro su libro favorito para irse como era de costumbre a su lugar bajo el árbol y así aprovechar de ver que era el estruendo que la había despertado de ese sueño que parecía haber sido eterno. No recordaba con totalidad la noche anterior, ni siquiera sabia como había llegado a su cama, pero al bajar las largas escaleras empezó a notar cosas diferentes, algo había sucedido, ya no era como antes, los muebles estaban viejos y usados, los colores de las grandes obras de arte que colgaban de las murallas se veían desteñidos y sucios, sin embargo, lo que le causo horror fue ver a sus dos hermanitos; altos, esbeltos, bien vestidos y bastante guapos, esto realmente la impacto. Desconcertada y con un breve mareo fijó la mirada más allá, cuando de repente, ve aparecer a su madre de la cocina, llamando a sus hermanos, como si nada, su rostro estaba anciano, su pelo blanco y su piel manchada, ¿Que es lo que pasa?, se preguntaba así misma horrorizada, ¿Qué no habrán sentido el ruido?.
Teresa corrió velozmente hacia el jardín de sus sueños, los pastos ya no eran tan verdes, sus árboles y flores estaban casi secos, y la pileta ya ni agua tenia, sin saber lo que realmente ocurría se sentó a un lado de esta, se miro en el sucio charco de agua que quedaba, su reflejo era el mismo, que había sucedido, no lo entendía, se sentía bendecida en ignorancia. Su cabello brillante y aún con sus ropas de niña, pero todo había cambiado, ya nada era igual.

Después de meditar y tratar de tranquilizarse un momento, emprendió camino al único lugar de la casa que no le gustaba, el famoso ático; oscuro, mohoso y silencioso, no le agradaba para nada, pero ahí se guardaba todo, recuerdos, fotografías, libros de antaño. Escarbo y escarbo el lugar para ver si encontraba alguna respuesta a su problema tan aterrador, ya ni ganas le quedaban cuando una caja en el rincón llamo su atención, se dirigió hacia esta, y al abrirla con una gran sorpresa se encontró. Era ella, con su rostro de niña en un diario muy antiguo y en unas cuantas fotos. De la nada sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas, así como las de su amada madre, mientras mas leía el periódico más confusa se volvía su cabeza; niña de 15 años, falleció trágicamente en su hogar, aún no se sabe confiablemente de que forma…
Teresa leía y leía, pero nada le quedaba claro, el diario estaba cortado y muy viejo, no entendía nada. Se fue hacia el jardín y se sentó triste bajo su amado árbol, con dispersos pensamientos en su cabeza; con preguntas sin respuestas e historias incompletas, con barrotes carcelarios en alma. Quizás ahora sabía del porque algunas veces se sentía sola e incomprendida, tan vacía e invadida. Miró hacia enfrente, ahí cerca del sauce, vio un cuerpo malgastado acostado en la tierra, se acerco y notó que era su padre, que con el último ápice de vida en aquel jardín, y con el término de sus ganas, los ojos de este se llenaron de cristales y con su mano confortante y un rostro de melancolía e impresión, acaricio la cabeza de Teresa y le pidió perdón. Entonces la ingenua niña comprendió su tragedia y al ver a su familia dirigirse desesperadamente al cuerpo, Essa, como la llamaban, se traslado rápidamente asustada a un escondite cercano, donde observo los sollozos de su madre con sus hermanos y la laguna teñida de rojo culpa donde yacía el cadáver de su padre, entonces enormes nudos amargos bajaron por su garganta, inocentes suspiros que se hacían cada vez más fuertes, pero en su mano violenta y firmemente, el libro, su único conforte y compañía, que más de una vez se le ocurrió culpar de todo esto por mantenerla ciega y anestesiada día a día, pero ella se sentía tan concientemente viva, no lo sabia, pobre jovencilla confundida.

…Teresa se tuvo que conformar con la idea de contemplar y saborear para siempre, inexplicablemente, como corría por sus venas, aquella maldita atrapada presencia que casi se palpaba igualita a la “vida”.

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Texto agregado el 03-06-2006, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-06-2006 ***** Ciiara
03-06-2006 Hay dolores que nos dejan detenidos en el tiempo, situaciones ´"limite" de las que creemos nunca podremos salir, pero la vida es sabia y un dia somos capaces de ver esas antiguas fotografias de los que alguna vez fuimos y recordarlas,sin tanto dolor, pudiendo soportar ,el destino de los que partieron antes que nosotros, y que nos dejaron una enseñanza de vida para poder seguir ,y continuar con nuestra vida, la que a nosotros nos regalaron para vivir***** buglione-escritora
 
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