Me duele la cabeza de tanto pensar en “Cosas”... son las cosas de siempre, en los mismos tonos y con idénticos colmillos.
Seria bueno descansar la mente y dejar que mis neuronas vagabundeen por esos callejones donde no importa mi nombre, tan sólo la simetría de mis ojos. Seria bueno ir a la casa de Oriannis y degustar sus pechos eternamente afectuosos e infectos. Seria óptimo no creer en la luna o el sol, únicamente en el aleteo de las gallinas y las visiones Esotéricas de los Topos… Seria bueno verme al espejo y no reconocerme.
No puedo quemar los últimos cartuchos de cordura que conservo en un rincón de mi ataud, por eso lanzaré mis pies a las calles, buscaré el rostro más lejano de mí alma y le invitare un trago...
Si la borrachera es suficiente, amaré a quien le broten gotas de tinta negra en los labios, y si de la hombría aún soy súbdito, tendré sexo con ese húmedo callejón que me enseño mi primer amanecer.
Aún me duelen las sienes... ahora ni si quiera deseo colarme en el mundo de los vivos... prefiero la soledad del concreto sacro; aquí las voces carecen de la virulencia de los vivos, aquí todos lloran como brisa y se arrastran como caracoles.
Al morir cierras los ojos y sientes la oscuridad como una droga que te otorga una nueva sensación, nada semejante al ardor de la dermis o los vapores espirituales; punza justo en esa sensible zona que el Suicida conoce y explota con una lágrima sonriente... Si mueres, todo es silencio... zumbido de sosiego, como ampolleta a punto de expirar.
Mi Padrino me dijo que vivir era lindo... respiré el aire infecto de la existencia con sus sabores dulces y agrios, pero, nada supera al confort de un horizonte inerte y llano... quizás la angustia de ni si quiera tener la nada como punto cardinal.
Aún me duele la cabeza... me dolerá siempre... como aguja que danza en mi encéfalo... rompiendo ligamentos y arterias... si alguien pensó que la culpa se carga en la espalda, esta equivocado; es en la mollera... donde el pensamiento fue puñal y el cuerpo un sudor envenenado.