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Recostada sobre un sofá, Marina repasa la revista “Somos” en cuya tapa aparecía como un Mesías el rostro de un militar con cierta estampa hitleriana. Su esposo Carlos acaba de irse con la promesa de volver pronto dejando la puerta abierta.
Salió como era costumbre en busca de algún bar dónde comprar cigarrillos. La redacción de el diario “El Día” aguardaba su tan esperada columna. En su casa, una Rémington era testigo de su inquieta pluma mientras un retrato del General Perón junto a Eva Duarte formaba parte de una desafiante inspiración y su particular modo de ver la realidad.
Aquella noche no era la misma. Un molesto viento y el olor a tierra mojada presagiaban una tormenta. La ciudad escondía la evidencia de un rumor que aguardaba agazapado el momento de confirmar su destino y su identidad. No estaban los vagos de siempre en la esquina. Sólo un par de botellas de cervezas a medio terminar junto a otra rota, acompañaban el desgarro de un grito afónico que podía percibirse en la calle. A Carlos lo asalta la incertidumbre y un escalofrío desnuda la sospecha. Podría detener sus pasos y volver sobre sus huellas, pero el amor que siente por su esposa y por el ser que vendrá, y que acaso sea la voz de su palabra, puede más que su valentía. Intenta esconder su miedo encendiendo el último cigarrillo y pateando cuanta piedra encuentra en su camino. Siente que esta es la hora de lo inevitable; aunque desearía el renunciamiento de ese destino evidente.
Un auto estaciona sobre la parte más oscura del cementerio y a contramano. Otro se acerca acechando su espalda. Ensaya un disimulado intento de huída pero permanece inmóvil. No había lugar para nada. Sólo mimetizar su vida en la resignación. Cuatros hombres le aparecen por detrás mientras otros tantos encandilan sus ojos con grandes linternas. No puede ver quienes son; sus rostros permanecen invisibles. Lo toman del cuello. Su estomago es testigo y puerto de una herida injustificable. Sobre el suelo grandes gotas rojas que maquillan su rostro marcan el nacimiento de un río en el cual correrá más que sangre. Cargan lo que queda de él en el baúl de uno de los autos y se pierden en medio de la noche.
Un poco más de veinte años han pasado desde que Carlos es una foto entre las treinta mil que ansían tener en su diccionario la palabra “regreso”. Sin embargo Marina y el vocero Carlitos aún esperan. En su mesa a la hora del almuerzo o la cena hay un plato vacío y una silla en la cabecera. Hasta la Rémington guarda entre el polvo un nuevo artículo para el diario “El Día”. No hay un esposo que comprenda ni un padre con quien hablar de fútbol. No hay un cuerpo para amar ni un compinche, amigo y confesor. Desde entonces conviven el miedo y la esperanza; el dolor, el llanto silencioso... las heridas, no hacen más que encender la ilusión que resucita con cada noche en que la puerta de su casa queda abierta.



Texto agregado el 06-06-2006, y leído por 255 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-09-2006 El horror de un negro pasado. Excelente narración. Triste y dolorosa realidad. marimar
 
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