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José apostaba a los caballos junto a su fiel amigo Arévalo. El destino los había unido con pega loca o crazy glue. Desde mi punto de vista eran totalmente antagónicos. Arévalo; jugador, pica flor y pica pleito. José; reservado, observador, culto y en algunos momentos ingenuo.
Visitaban el cibercafé todos los viernes, o algunos sábados. Eso sí, siempre juntos. José navegaba por horas, mientras Arévalo lo observaba. Parecía un muñeco de tela negra hecho por Reverón. Se tiraba en la silla y estiraba los pies.
A partir de ahí no se movía hasta tanto José decidiera terminar de navegar y lo acompañara a los remates de caballo.
Arévalo solo se animaba cuando sus niveles de nicotina tocaban las puntas de los dedos de sus pies. Salía del cibercafé y fumaba en el pasillo dos o tres cigarrillos. Volvía a entrar y repetía el trance Reveroneano ya conocido.
José en ese ínterin de rubios consumidos se permitía concentrarse en la búsqueda de su Santo Grial de los léxico. Él, ya desde hace treinta años coleccionaba diccionarios de idiomas; Afrikaans, Albanés, Alemán, Árabe, Argelino, Bretón, Bielorruso, Cantonés, Catalán, Checheno, Checo, Chino, Coreano, Danés, Eslovaco, Esloveno, Español, Estoniano, Finlandés, Francés, Gaélico, Galés, Gallego , Griego, Hebreo, Hind, Holandés, Húngaro, Indonesio, Inglés, Islandés, Italiano, Japonés, Latín, Lituano, Malayo, Maorí, Noruego, Polaco, Portugués, Quechua, Rumano, Ruso, Sánscrito, Somalí, Sueco, Swahili, Thai, Turco, Ucraniano, Urdu, Vasco, Vietnamita, Yiddish, Zulú y pare Ud. de contar.
Nos hicimos amigos de Juicios de Dios…, me explico, estando yo en la caja registradora del cibercafé me era imposible verle al rostro cuando conversábamos, pues estaba de espalda y muchas veces terminábamos en duelos verbales sobre los temas tratados. Él hacia gala de su erudición, y sabía que muy pocos conocían el tema. Se atrevía a hablar del Esperanto como si de un arte menor se tratara. De hecho, no estaba en su amada colección.
Desde la formalidad del libro logró una impresionante biblioteca que con el tiempo y el descubrimiento de Internet aumentó en su volumen. Tuve la oportunidad de ver una fotografía de aquel pasillo-biblioteca; Me recordaba las grafitecturas de Wucius Wong; Lo alegórico de rectángulos verticalizados, coloreados, repetidos y serializados que terminaban en elementos geométricos desordenados, caóticos y sin color.
Para Arévalo la imagen poética no existía; Era un bojote de libros que José ordenó al principio, pero como ahora se la pasa buscando en Internet, lo que consigue lo imprime en hojas cartas que se le desparraman por todo el pasillo.
A pesar de las criticas de Arévalo, José no perdía la esperanza de encontrar ese Santo Grial que tantos desvelos le había dado. So pena de desestabilizar el orden de su mundo interno. El momento se acercaba…
Del otro lado del mundo tres jóvenes maracuchos que estudiaban arte y diseño en Helsinki, franqueaban sus eternos días de invierno jugando malas pasadas en Internet. Como cuando al venerable profesor de tipografía le fue cambiado el titulo de su blog de: “Blog sobre el Arte de la Tipografía” por “Blog del Mollejuo Tipográfico”. Fue un acontecimiento que conocieron sus amigos en el Zulia. Era como llegar al Everest o visitar El Polo. Pero el sabor del triunfo basado en la chispa maracucha se convirtió en insípido, debían crear su obra maestra de la “mala pasada”.
A uno de ellos que le fue cuesta arriba aprender fines, se burlaba de algunas palabras que le sonaban conocidas. Alimento en fines es rouka y comida näivällinen, así que jugaba con las semejanzas de dicha palabras; “Dame par de rocas” o “Dame una vaina teen”. Ese ejercicio de lo absurdo que rayaba en lo fútil, dio pie a una idea: Crear un territorio en disputa que pareciera real y lograra hacer caer a los incautos.
Esa noche conformados en triada discutieron la forma de llevarlos a cabo. Debían concebir un territorio para esa nueva etnia que presentara ciertas afinidades raciales, lingüísticas, religiosas o culturales. Tomaron el mapa de Finlandia y con un programa de retoque fotográfico le anexaron un pedazo de tierra en el Golfo de Botnia por los lados de Vaasa, como si del mismo Golfo hubiese reflotado un territorio perdido.
Eso no bastaba, ahora se concentrarían en crear una lengua para que les permitiera diferenciarlos. El maracucho dedicado al sarcasmo lingüístico le tocó el arduo trabajo de crear el diccionario. Era como si el Ilmarinnen Dios finlandes del fragoso trabajo lo tocara como penitencia por sus irreverencias.
Voila!, Les llevó seis meses crear la etnia. Mapas, historia, gastronomía, demografía cultura y lengua. Desarrollaron el portal del gobierno local e incluyeron todo lo necesario para que fuese real. Hasta podías rellenar un formulario para que te descargaras automáticamente un diccionario de Tuvaa en formato pdf.
Pasó una semana, José visitó el cibercafé el día sábado. Hoy como extraño acontecimiento no habría ningún muñeco de Reverón en la silla cercana a él. Arévalo estaba enfermo con una gastritis homenaje a los excesos de los días pasado.
Aunque José echaba de menos a su estático amigo, se consolaba con saber que podía concentrase en las búsquedas y sobre todo la de un diccionario que Arévalo dañó sin querer.
Cierta molestia le causaba traer a su memoria como Arévalo en la emoción de la penúltima carrera de caballos, bañó de cerveza su material encuadernado.
Pero, bueno, en el ejercicio del día a día con Internet o en el de darse golpes contra el monitor aprendió algunos trucos para hacer las búsquedas mas eficientes.
Profundizó el uso de las técnicas booleanas, así, pudo localizar gran parte de su nuevo arsenal.
Esa tarde de sábado estaba interesado en relocalizar el diccionario dañado. Era el Tuva; lengua aglutinante hablada en Europa (alto Yenissei), perteneciente a la familia uralo-altaica, grupo turco-tártaro.
Ejecutó el Internet Explorer, localizó su motor de búsquedas preferido y tipeó: diccionario+lenguas+minorias+tuvaa. Pero en la emoción que siempre le embargaba el acto de descubrir, tecleo dos veces la a. No imaginaba que se iba a desestabilizar el orden de su mundo interno.
Ante la confusión del momento de ver lo que no estaba buscando y encontrando lo que buscaba, José se quedó perplejo. ¿Tuvaa?, no sabia que existía, murmuraba. Cambió su mundo y lo enfrento a si mismo. Le susurraba a un arqueado dedo índice que tocaba su barbilla; ¿Entonces?, ¿No soy un erudito?.
Revisó el portal y le impresionó mucho. Tenia mapas, historia, gastronomía, demografía cultura y sobre todo lo que le quitaba el sueño; Lengua.
Volvía a la autoflagelación verbal cabalgando sobre los murmullos y los susurros; ¿Por qué se me pasó por alto?, ¿En treinta años y no sabia del Tuvaa?.
Recuperó el ánimo y se aprestó a buscar dentro del portal donde se podía descargar el diccionario. Era como jugar a encontrar una puerta secreta virtual en la Pirámide de Keops.
De repente se abría ante sus ojos el formulario para descargar el diccionario. No perdió tiempo y lo rellenó, le dio clic al botón bajar y estalló ante sus pantalla una ventana que indicaba el tiempo de bajada del archivo.
De los espasmos del momento pasó a la algarabía. Los asiduos clientes del cibercafé se extrañaban de la actitud de José. Se la achacaban a la pesadumbre de no tener su muñeco de trapo al lado.
Él estaba impaciente, pidió café y comió galletas. La descarga del archivo se asemejaba a los remates de caballos que frecuentaban. La diferencia estaba en que aquí él pujaba por un solo corredor que marcaba raya a raya la segura victoria.
Bajó el archivo en formato pdf al escritorio del computador. Ahora sintió una soledad necesaria.
Era él y su archivo en un perfecto retiro. Acercó el puntero del ratón al icono del documento y le dio doble clic. Se abría antes sus ojos una joya. El diccionario perfecto. Su santo Grial. No deseaba irrespetarlo con una lectura incomoda y fatigante desde los pixeles del monitor.
Decidió, sin escatimar costo, ordenar imprimirlo y llevárselo en papel. El encargado sorprendido por la cantidad de hojas que debía imprimir interrogó varias veces a José, siendo siempre la misma respuesta: Imprimatur et.
Él tomó su diccionario ya encuadernado, abrió apresuradamente la puerta del cibercafé y se perdió por los pasillos.
Esa noche, en el jardín de su casa, sentado en una silla playera, debajo de su mata de mango, revisaba el material impreso y se detenía en palabras que le parecían cercanas al castellano: Mangoaaa en Tuvaa que significaba fruto. José en un soliloquio jugaba con ellas; “Sí este es el fruto de mi esfuerzo” o “Sí este es el Mangoaaa de mi esfuerzo” y reía a carcajadas.
En Helsinki los maracuchos también revisaban su obra y se detenían en la palabra mangoaaa. Recordaban que fue un homenaje a esa fruta que tenían tiempo sin paladear; Un sabroso manguito de hilacha.

Texto agregado el 08-06-2006, y leído por 245 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-10-2006 Le falto el Jerigonza. que todos aprendemos en el patio de la escuela. me parecio genial el chascarro que le paso por ser tan agrandado. pantera1
01-09-2006 Este es es justo imprevisible, muy bueno, pienso en el mango de ahora en adelante y me acuerdo de tí. luciernagasonambula
31-08-2006 Ummm la verdad es que quedo en parentesis.. pero tiene un principio de un buen final lupechik
30-08-2006 Me resultó confuso a ratos, creo que una lija suave podría darle una nueva armonia, suspiros sureños. cafayate
15-07-2006 La idea es buena. La estructura razonable. Buen comienzo, buen final, faltó edición. Hay tiempos muertos. Esas lagunas permiten predecir lo que viene. 4* eride
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