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Inicio / Cuenteros Locales / jorval / Encuentro de dos mundos - Capítulo IV

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El Micalvi en su navegación hacia la región del Baker, antes de recalar en Puerto Edén tenía que aprovisionar varios faros y reencender otros tantos; para cumplir lo anterior se planificó zarpar de Muñoz Gomero el día sábado dieciocho a las ocho de la mañana, pero en la tarde del día anterior al zarpe, el tiempo, que había estado excepcionalmente bueno comenzó a cambiar rápidamente, el cielo se cubrió de negras nubes y el viento empezó a soplar con fuerza del noroeste. La presión atmosférica bajaba cada hora, indicando que un centro de baja presión se aproximaba al área; a media noche el temporal ya estaba desatado, el viento rugía por entre la arboladura de ambas naves las que comenzaron a golpearse pero sin peligro, ya que los grandes neumáticos que colgaban del costado del Pontón impedían que los cascos chocaran entre si. A bordo, la tripulación reforzó las amarras pasando más espías al pontón y se aumentó el personal de guardia. La lluvia y el viento continuaron sintiéndose durante toda la mañana comenzando a disminuir de intensidad al atardecer; el zarpe fue postergado por veinticuatro horas.
—¿Escucharon como soplaba el viento y crujían las amarras? Ahora sí que no pude dormir. Toda la noche estuve pensando lo que sucedería si el viento nos arrojaba a la costa. Es impresionante la fuerza que tiene, cómo levanta el agua de la superficie del mar se ve todo blanco, por suerte que no se producen olas en estos canales —dijo la señora Domitila al entrar a la cámara de suboficiales y sargentos y sentarse en un sillón frente a Pedro y Rebeca que estaban leyendo.
—Buenos días mamá, así que pasó mala noche, esta ya no es hora de desayuno pero trataré de conseguirle algo en la cocina —dijo Rebeca levantándose y dándole un beso en la mejilla.
—Suegra, se está perdiendo algo muy, pero muy bueno. Sé que le gustará leerlo. El segundo comandante me prestó este libro: Derrotero de la Costa de Chile, Volumen III. Contiene todo tipo de información, guías e instrucciones para la navegación de este sector. Describe la costa con lujo de detalles, indica cada uno de los accidentes que hemos pasado y los que vendrán, en resumen, entrega todos los datos para navegar en forma segura por estas aguas —dijo Pedro.
—Qué interesante y ¿quién es el autor? —preguntó la señora Domitila.
—Es una publicación de la Armada. Escuche lo siguiente: “En el año 1890, la navegación a vapor era ya rutinaria y el auge de los países del Pacífico creó un importante tráfico marítimo desde Europa a la costa occidental de América, naves que empleaban principalmente la ruta del Cabo de Hornos porque la del Estrecho de Magallanes carecía de faros en los lugares peligrosos, especialmente en su entrada occidental. Para solucionar esto, el gobierno decidió construir una serie de faros, comenzando por el faro Islote Evangelistas en su entrada desde el Océano Pacífico” — el sargento Román hizo una pausa y continuó—: “el balizamiento de esta ruta consideró la construcción de siete faros de gran envergadura, entre los que destaca Evangelistas, por su extrema dificultad de acceso y la habitual inclemencia climática del sector” — es muy interesante leer cómo se planificó y se realizó su construcción finalizó Pedro.
—Querido yerno tiene que prestármelo antes que lleguemos a Puerto Edén, usted sabe cuanto deseo interiorizarme de todo lo relacionado con estos archipiélagos —contestó la señora Domitila.
—Mire, esto es interesante —dijo Pedro y continuó leyendo—: “De este proyecto, el primer faro en ser construido fue el faro Islote Evangelistas inaugurado en 1896, luego fue erigido el faro Punta Dungeness que fue puesto en servicio en 1899, a continuación entró en funcionamiento, en 1902, el faro Isla Magdalena, frente a la ciudad de Punta Arenas y en 1907 el faro Bahía Félix” —terminó de leer Pedro y cerró el libro.
—No hace mucho tiempo que se efectuaron estas construcciones, alrededor de treinta a cuarenta años solamente —concluyó la señora Domitila
—Aquí tiene mamá, té y un sándwich, supongo que podrá esperar hasta la hora de almuerzo —dijo Raquel, entrando en la cámara con una bandeja que dejó en una mesita junto a su madre.
—Gracias, hija, Pedro me estaba leyendo sobre los faros del Estrecho y me contó de este maravilloso libro —dijo la señora Domitila sonriéndole agradecida a su hija.
—Me imagino que le leyó lo de las palomas mensajeras —contestó Raquel.
—No, no se lo he leído, pero aquí está —intervino Pedro y volviendo a abrir el libro leyó—: “En 1899, Chile implementó un sistema de comunicaciones entre los faros del Estrecho y Punta Arenas en base a palomas mensajeras, adquiriendo inicialmente cincuenta pares en Inglaterra. Este sistema de comunicaciones se mantuvo activo hasta 1904 año en que se introdujo la radiotelegrafía”

Al día siguiente, el Micalvi se largó del costado del Pontón y continuó su comisión hacia la zona del Baker. Raquel escribió en su Diario de Viaje: “Hoy, Domingo 19 de Enero dejamos el Pontón Muñoz Gomero, me dio pena ver como los tres hombres de la armada se despedían agitando sus brazos a medida que nos alejábamos, se quedarán solos por los próximos seis meses. El buque, a las pocas horas de haber zarpado tocó zafarrancho de chalupa, ya me aprendí el término, pues nos acercábamos al faro Islote Bradbury, el buque se mantuvo sobre las máquinas, se arrió una de las balleneras y la faena de aprovisionamiento duró un poco más de dos horas. El buque reguló su andar para llegar mañana a las ocho a la Angostura Guía. El Contra, le recomendó a Pedro, que estuviésemos en pié antes de esa hora porque esa angostura es muy bonita”.
Esa tarde, mientras navegaban el Canal Sarmiento, el suboficial Román conversaba con su familia en la cámara de suboficiales y sargentos.
—Han notado que abordo casi todas las órdenes para dirigir y mandar en las maniobras se hacen mediante el empleo de esos pitos marineros, como los llaman. Me fijé lo útil que fue este sistema el día del temporal en el Pontón, cuando reforzaron las amarras; la voz en esas circunstancias no sirve de nada, se pierde, pero no así el sonido del pito —comentó Pedro a su esposa y a su suegra que se encontraban tejiendo.
—El otro día, el Contra me mostró su pito, ¡no se rían mal pensados! —exclamó riendo la señora Domitila y continuó—, es de latón niquelado, pero me dijo que algunos contramaestres poseen pitos de plata. Tiene unos diez centímetros de largo y está compuesto de un tubo y una bola hueca agujereada, su empleo viene desde la época de los veleros y aún antes, hay antecedentes de que eran empleados en las galeras
—A mi me tiene impresionada el respeto y cariño que todos le tienen al Contra, el suboficial Aqueveque, debe ser de tú edad Pedro —dijo Raquel y prosiguió—; lo mismo al suboficial ingeniero de cargo, al que le dicen señor Ramírez.
—Tienen razón, pero también hay otras personas que destacan, el cocinero, cuqui, y los dos patrones de las chalupas balleneras, son personas a las que todos quieren y respetan —dijo Pedro.
Los tres continuaron conversando hasta después de la comida y se fueron a acostar temprano para estar en pie antes de las ocho y presenciar el trabajo que haría el buque en la mencionada Angostura Guía.

En la tarde del día siguiente, después de estar prácticamente todo el día en cubierta, Raquel escribió en su Diario de Viaje: “Lunes 20 de Enero de 1936. Hoy ha sido un día de una belleza excepcional, primero la Angostura Guía, es un paso de unas ocho millas de largo y que en su parte mas angosta tiene trescientos cincuenta metros de ancho. Estuvimos tres horas paseando con el buque entre los dos faros que hubo que reaprovisionar, ambas balleneras salieron una a cada faro, al mando del segundo comandante una y la otra del oficial piloto. El cielo despejado, después de la tormenta, realzaba el verde intenso de la densa vegetación que cubre las islas que dan forma al canal. El carpintero me explicó que los bosques que veíamos eran de lengas, coigües y canelos típicos de toda la zona; estas especies tienen sobre los veinte metros de altura y más de un metro de diámetro. Hoy percibí lo que es el silencio absoluto, silencio que se siente y que sólo es roto por el leve ruido del navegar del buque, creo que es una sensación que no se me olvidará jamás y que ya la había percibido anteriormente, pero no tan nítida como esta vez. Al medio día terminó la faena y proseguimos navegando en dirección general norte. En la tarde había un sol esplendoroso y navegábamos el canal Concepción cuando mi mamá vino a buscarme al camarote para que saliera a cubierta a contemplar el paisaje; como había calma, las montañas de las islas se reflejaban en el agua, nunca había visto un paisaje de una belleza tan impactante, belleza que se repetía una y otra vez a medida que avanzábamos por el canal, agradecí a Dios por haberme permitido contemplar y disfrutar tal maravilla”.
—Por suerte, creo que terminé de leer todo lo que me interesaba del famoso Derrotero de la Costa de Chile —dijo la señora Domitila, cerrando el libro y agregó—. Es interesante la de cosas que han sucedido en esta región y uno en Santiago no tiene ni idea. La prensa, en lugar de informar estos hechos, realmente importantes, se dedica a publicar puros asesinatos y desgracias. La construcción de todos estos faros en el Estrecho más los faros Cabo Raper, ubicado en el sector norte del Golfo de Penas que comenzó a construirse en 1900, pero que sólo fue inaugurado en 1914 y el faro Isla San Pedro ubicado en la parte sur del mismo golfo, que fue inaugurado en 1922, son hechos que me han impresionado.
—Y que me dice del naufragio del transporte Casma, en 1917. Sucedió muy cerca en el Canal Picton. Una roca no indicada en la carta de navegación le produjo una vía de agua y el comandante, para que no se hundiera, decidió vararlo en Puerto Nuevo; luego de tres meses de trabajo para recuperarlo, la armada lo abandonó definitivamente —dijo Pedro.
—Es indudable que estos kawaskar han estado desde hace tiempo en constante contacto con el hombre blanco, ojalá que todo haya sido para mejor, pero igual me voy a acostar ahora, pues mañana me levantaré muy temprano para estar en pié cuando lleguemos a Puerto Edén —dijo Raquel levantándose y despidiéndose con un beso de su mamá.

A las ocho de la mañana del día veintiuno de enero el Micalvi recaló en Puerto Edén. La bahía es pequeña, tiene dos millas de norte a sur y sólo una de este a oeste. Dos islas obstruyen su entrada dejando dos pasos navegables, el Canal Este y el Canal Sur. El Micalvi ingresó por el Canal Sur y fondeó frente a las construcciones de la Fuerza Aérea. En esta parte la isla Wellington va subiendo desde la costa hasta unos cerros de unos ciento cincuenta metros de altura en los que se ven grandes árboles como robles, canelos y cipreses todos de un verde muy oscuro; luego el terreno se eleva hasta los quinientos metros y se ven masas graníticas a las que se le han pegado musgos y líquenes y a continuación, la montaña, se encumbra hasta los mil a mil quinientos metros en la que se distingue el blanco de la nieve que las cubre.
En tierra estaban terminadas dos casas de madera, con grandes ventanales y que contaban, cada una, de una cocina-comedor, estar y tres dormitorios, además había una gran bodega para víveres, otro galpón para tambores de bencina de aviación y una quinta construcción taller, con un pequeño torno.

El mundo indígena

Este viaje a buscar piedras de fuego era toda una aventura para Terwa Koyo; desde que tuvo uso de razón había escuchado a sus padres y abuelos hablar de estos viajes. Que eran muy largos y cansadores, que el lugar donde estaban las piedras de fuego era un islote que emergía del océano, que había que esperar la oportunidad precisa en que no hubiese mal tiempo ni grandes marejadas para abordarlo. También había escuchado que toda esa zona era la que los chilotes, venidos del norte, preferían para cazar nutrias y lobos.
Mientras Kostora, por horas remaba a un ritmo constante y acompasado, sin decir palabra y como si nunca se cansara, Yuras le hablaba a su hijo. Los tres iban protegidos sólo por su capa de piel de foca y por bastante grasa de foca con la que habían impermeabilizado prácticamente todo su cuerpo.
—Al lugar donde están las piedras de fuego se puede llegar siguiendo la ruta de los grandes vapores, pero nosotros acortaremos mucho ingresando por estos pasos entre las islas que nos ahorrarán tiempo, debes fijarte mucho en los detalles de la costa para cuando vengas sin nosotros —dijo Yuras en voz alta.
Terwa Koyo, al igual que la mayoría de los kawaskar, tenía una memoria prodigiosa y fidedigna. Jamás olvidaba algo que le parecía importante además que ponía gran atención a lo que le explicaba su padre.
—Padre, el abuelo Meseyen me ha contado que hace mucho tiempo, cuando él era muy joven, muchos hombres blancos trabajaron en esta zona del Golfo de Penas construyendo faros y que otros grupos de hombres trabajaban en lo mismo en el Estrecho de Magallanes —preguntó Terwa Koyo.
—Si y ahora cada vez hay más hombres blancos que navegan y vienen por estos lugares a cazar, construir y a quien sabe que más. Mis padres me contaron que ellos obtuvieron muchos objetos de fierro, de metal, en un buque de la armada que se varó por acá cerca y que quedó abandonado. Las hachas y cuchillos que nosotros tenemos los obtuvieron mis padres de ese naufragio, el buque se llamaba Casma —terminó de decir Yuras.
Kostora, mientras remaba y escuchaba a Yuras recordaba una historia que le había contado su padre sobre lo que había sucedido cuando él era joven. Habían llegado a la región del Baker e instalado su campamento en Caleta Tortel cerca de doscientos chilotes contratados por La Compañía, vinieron a cortar cipreses pués los emplearían en postes y en cercos de terrenos. Más de la mitad murió envenenado y el restó regresó a Chiloé después de un año. Dicen que los kawaskar los envenenaron por problemas de comida y robos de mujeres pero nada era seguro y su papá nunca quiso contar más que eso.
En las frecuentes paradas que hicieron para pescar y mariscar el que más gozaba era Terwa Koyo quien, en cuanto se acercaban a la playa, se lanzaba al agua seguido por los cinco perros. Los perros eran animales delgados, muy parecidos a la zorra y de una agilidad asombrosa. Buscaban ellos mismos su alimento bajo las rocas sacando moluscos y a veces peces que cazaban con mucha habilidad aprovechando la baja marea que los dejaba en seco. Cada perro tenía su propio nombre y era reconocido como un miembro más de la familia.

Al tercer día de haber partido desde su choza arribaron al Paso Suroeste y buscaron refugio al amparo de la costa sur de la isla Byron, pues la mar boba del noroeste rompía con fuerza contra la costa norte y el islote Solitario. Luego de dos días de espera pudieron desembarcar y recoger las mejores piedras de fuego que Terwa Koyo había visto en su corta vida; brillaban al sol y eran de un color amarillo dorado. Recogieron más de cien y suspendieron su embarque porque el peso ponía en peligro la flotabilidad de la canoa. Los kawaskar sabían contar sólo hasta dos, sobre ese número todo era designado por la palabra mucho.
El regreso lo hicieron navegando los canales Fallos y Adalberto, empalmando con el canal Messier al norte de la Angostura Inglesa. En la madrugada del veintiuno de enero, cuando habían cruzado ya la Angostura divisaron una nave ploma, de la armada, que iba entrando a la bahía de Puerto Edén, habían demorado diez días en el viaje.

JORVAL

Texto agregado el 12-06-2006, y leído por 987 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
13-08-2006 Seguimos viajando en el Micalvi disfrutando del bello paisaje que nos describes, del viento que ruge y blanquea el mar. Datos y fechas, faros y personajes y una familia disfrutando en el devenir del viaje en el exacto paralelo de otro mundo, la familia kawascar. Ameno relato, muy bien documentado, mis cinco estrellas y mi agradecimiento. Ignacia
13-07-2006 ***** Sigo en este viaje. Shou
11-07-2006 Me dejas estaciada, por el contenido informativo y literario ***** SorGalim
29-06-2006 mis*5 terref
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