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EL ESPECTADOR
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Caminaba esa mañana por una de las calles que van a desembocar a una gran avenida comercial en el centro de mi ciudad, donde están ubicados los bancos, importantes negocios, joyerías etc.
El día estaba algo enrarecido, como oscurecido, pero justo en el momento en que doblé la esquina a la izquierda para tomar la dirección de la avenida, todo resplandeció de pronto, y la luminosidad se hizo mayor, y se estableció la luz por completo.
- Por fin ha salido el sol -exclamé interiormente.

Nada más torcer la esquina y girar, aprecié un gran alboroto por las proximidades de donde me hallaba, y oí un enorme murmullo de voces de gentes que andaban corriendo y gritando por los alrededores dirigiéndose al lugar por donde yo me encontraba, cuando repentinamente muy cerca y delante de mí, a tan sólo unos pasos, contemplé el cuerpo de un pobre hombre que yacía boca abajo sobre las losas del acerado de la avenida.
Quedé aterrado. De debajo del cuerpo inerte de aquél hombre, por la parte del pecho salía abundante sangre que iba formando un charco que se extendía cada vez más y más, empapando su camisa color salmón y las losetas grises de la acera.
No se veía su cara.
Yo, asustado, corrí también como el resto de la gente, y fui a colocarme dentro de la gran muchedumbre que en esos momentos nos agolpábamos allí formando un corro.
No sé qué me ocurría, era una sensación extraña la que experimentaba, porque me movía hacia todos lados con una rapidez vertiginosa; iba y venía de un lado a otro con enorme celeridad y agilidad a pesar del tumulto de cuerpos de personas que me entorpecían, curioseando y viendo lo que había ocurrido
-¿Qué ha pasado? -preguntaba a todo el mundo.
Nadie me respondía.
La gente iba y venía asustada y sin haber salido aún de su asombro.
-¡Señor, qué ha ocurrido! –volví a preguntar a un hombre, tocándole en el hombro para llamar su atención; pero este estaba tan ensimismado en el suceso, que ni siquiera se volvió para mirarme, ni atendió a mi pregunta.
Seguí dando vueltas muy veloces en torno al círculo que formaba el gentío de curiosos, y esta vez, busqué información en una joven que lloraba contemplado al hombre muerto.
- ¡¿Chica, que ha sucedido aquí?! -le dije mirándola a los ojos.
Pero la muchacha tampoco quiso decirme nada.
Me ignoró.

Poco tiempo después, quizás unos minutos, llegaron varios agentes de la policía, y comenzaron a desalojar el tumulto que se había hecho en torno al hombre tirado en el suelo.
Todas las personas fueron alejadas unos metros del lugar, mediante la colocación de unas cintas que delimitaban un amplio perímetro alrededor del cuerpo de aquél pobre hombre ensangrentado.
No sé el motivo por el que no me alejaron de allí, ni comprendo por qué, a mí me permitió la policía estar cerca al lado del cadáver; estaba tan excitado y me movía tan rápidamente, que tal vez debieron suponer que sería un familiar, o quizás hermano del fallecido, pero lo cierto es, que gracias a esa confusión, yo podía contemplarlo y casi tocarlo, mientras el resto de los viandantes habían sido alejados del lugar de los hechos.
Al cabo de un buen rato, el hombre permanecía aún tumbado hacia abajo sobre el suelo ensangrentado, cuando se personaron en el lugar varias personas más, entre ellas, el Juez de guardia.
Éste, nada más llegar, fue informado puntualmente de los acontecimientos. Yo estaba cerca de ellos y pude oír muy claramente la versión de los hechos que daba la policía.

Resulta que aquél hombre, caminaba por la avenida cuando un atracador salió pistola en mano de una de las oficinas bancarias en la que había perpetrado el robo de una importante cantidad de dinero. Al volver la esquina, tuvo la mala suerte de encontrarse dentro del fuego cruzado que el atracador mantenía contra varios agentes de la policía, resultando el pobre hombre alcanzado de muerte por un disparo en el corazón, que le descerrajó el delincuente.
Ahora, por fin me había enterado de lo que había sucedido.
Tras las oportunas diligencias, el Juez ordenó a la Policía el levantamiento del cadáver del hombre al que la mala fortuna y la casualidad quisieron poner justo delante de la trayectoria de una de las balas asesinas del malhechor.

-Denle la vuelta al cuerpo y verifiquen si lleva alguna documentación que nos permita identificar a este hombre. –ordenó el Juez a los policías.
Los agentes hicieron lo que les fue ordenado.
Al dar la vuelta al cuerpo del infortunado, lancé un grito terrorífico que me heló la sangre y el alma, al ver mi cara ensangrentada, y mi cuerpo tendido en el suelo.

¡Aquél era mi propio cuerpo, que yacía muerto sobre mi sangre!

Ahora lo comprendía todo. Miré mi camisa color salmón; idéntica a la que llevaba el muerto. Comprendí entonces, por qué todo se iluminó de repente llenándose de una gran luz cuando torcí la esquina; entonces fue cuando me alcanzó el disparo, dejando escapar el alma de mi cuerpo.
Entendí ahora, el motivo por el que nadie contestaba a mis preguntas, y también supe por qué me ignoraban, y la rapidez con la que me desplazaba en torno al lugar del asesinato, donde la policía me permitía estar.
Todo lo entendía ahora muy claramente.

Mirando mis despojos, estuve un largo rato sentado junto al cuerpo, acariciándolo, tocando con las manos lo que de mí quedaba tumbado sobre el suelo… y lloré amargamente durante un tiempo que presumí sería eterno.
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EL LOCO DEL CERRO.




Texto agregado el 14-06-2006, y leído por 229 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-01-2007 Buenísima historia, yo no hubiese desvelado tanto el final, pero ca uno es ca uno... Saludos. nomecreona
30-08-2006 Cada dia te vuelves mas oscuro habra que darte una sobredosis de abrazos so mamon, a ver si dulcificas tus escritos. Enhorabuena el_llanero_solitario
25-07-2006 Buen relato, me gusto - mis ***** para ti tigresa
27-06-2006 Muy muy bueno me encanto buena imagen ,es exelente relato*5 terref
18-06-2006 en mi muy humilde opinión (y es solo cuestion de gustos) creo que hubiese sido mejor no contar que fue lo que sucedio... de todas maneras te dejo mis estrellas..., un abrazo parakultural
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