Entropía

Mayo siete, la infelicidad me dio envoltorio con tal ímpetu, que... desde lo más hondo de mi pecho, solo latió el eco de lo que hubo. Es decir, si me hubiese caído, en aquel momento, estaría roto como un jarrón barato y ni las primaveras, con sus borrosos veranos, bastarían para distinguirme del polvo barrido.

Llevabanse mi juventud algo llamado horas y de pronto mire por la ventana desde el rincón confuso de la habitación, ahí se detuvo mi ahogado presentimiento. Caí pero no en el suelo, llameémosle trance o rapto. Vi entonces una escaramuza fosforescente forzando las cortinas.
Era un pequeño dragón rojo con facciones cuadradas, su aura verde gema y blanca.

¡Vengo de tu sangre, la misma que te consume espantapájaros, abre los ojos!.
Su frecuencia hería mi razón. Lo mire cruelmente y juzgué oportuno burlarme de aquel.
Entonces vuelve a tus lobos extinguidos en Gran Bretaña y al síndrome de la vieja esclava.
Me sobresalte y me encontré en el medio del bosque con los pies hundidos en el fango.